Día 700 – Fin de la III Gira Latinoamericana –Buenos Aires – Argentina
“Y sin saber que aquello era imposible,
él fue y lo hizo”
Jean Cocteau
“Y sin saber que aquello era imposible,
él fue y lo hizo”
Jean Cocteau
La Consumación
Como de un sueño intento recuperar las imágenes que debo arrojar en este reporte. Toda aquella magnitud ha concluido y hoy, desde aquí, luce con apariencia fantástica, lejana. El eco de una modesta epopeya me llega desde la inmensidad e intenta dictarme lo que no lograré describir plenamente, a causa de su magnitud. Por lo tanto me conformaré con intentar traducir lo esencial de estos últimos pasos en la tercera gira latinoamericana de la compañía de teatro itinerante Tres Gatos Locos. Sobre todo su movimiento humano, que al fin y al cabo será el que prevalezca. Salir de Colombia, donde las señales fueron tan nítidas y las experiencias tan profundas, fue el acto físico -geográfico, podríamos decir, y hasta simbólico si se quiere- que detonó el verdadero comienzo del final.
Ecuador - Comienza el final
El funcionario aduanero que cubría el turno de domingo-al-anochecer era, como lo preveíamos, un tanto más permeable y humano que el promedio de funcionarios de aduana. Nuestras tácticas nos habían llevado casi intactos a esta nueva frontera que, por una falta burocrática que acarreábamos, podía resultar verdaderamente complicada. Pero en nuestro acecho también estaba pensado el día y la hora de salida. Sin datos concretos, pero seguros en nuestra percepción, acertamos al encontrarnos un amigable funcionario, que rápidamente se enamoró de nuestro caso de domingo a la noche y nos dejó pasar tranquilos. Y hasta con apretón de mano incluido.
Tulcán debió ser nuestra posada forzosa. Veníamos desde lejos sin parar y estábamos agotados. Ya habíamos cruzado el obstáculo principal de esta etapa. Estábamos en el Ecuador, podíamos descansar.
Cuando terminó de amanecer y la mañana comenzaba a calentarse, seguimos camino hacia Quito. Al mediodía almorzamos escueto, al costado de la capital. Después continuamos, el destino se llamaba una vez más, Ambato. Llegamos por la tarde, con sol. Encaramos directamente hacia la casa de los más cercanos. Allí nos esperaba el abrazo grande de Olimpo, las agudas bienvenidas de Doña Silvita, el metal de Daniel. Todo ese conjunto conocido, otra vez nos recibía sin vacilar.
Un par de días y ya era el cumpleaños de Caro. Nuestro pequeño intento había sido llegar a festejarlo en el valle encantado de Poaló, ahí donde viven nuestros hermanos y hermanas, nuestros maestros queridos, nuestros amigos. El hogar de Pato, Isabel y Benjamín. Y de las plantitas, y los animalitos, y el temascalito sagrado. Así pudimos hacerlo. Eso que pulsamos unos miles de kilómetros antes, cuando atravesábamos las montañas colombianas, se materializó en este pequeño logro. El día de celebraciones fue en la casita del valle. Felicidad rotunda aunque nostálgica, por lo pasajera. Quizás este sitio mágico sea el que notamos más intacto, más inmune a las fauces desfachatadas de ese tiempo que se cuenta en relojes y en calendarios vacíos. Quiero decir que, a lo largo de todo este gran retorno por América, hemos pasado por lugares conocidos y los hemos visto totalmente desconfigurados por lo que acostumbramos llamar “paso del tiempo”. En cambio, en este lugar, el tiempo no ha “pasado” como un tren arrollador. El tiempo ha transcurrido armónico, creciendo con todo a su alrededor, desplegándose en espirales infinitos. Desarrollándose junto a sus criaturas.
Al siguiente día nos entregamos a la percepción y a la naturaleza. El abuelo San Pedrito nos abrió el portal y nos encaminó a otra experiencia de revelaciones. La última de esta gran gira. De la mano de su sabiduría entramos al temascal sagrado que nos daría el baño final antes de emprender el último camino. Allí sudamos hasta el alma. Calcinamos los egos. Nos desparramamos en el lodo llorando de soledad por no recordar a la tierra. Le dijimos mamá con la boca besando el barro. Allí morimos otra vez para renacer más tarde al frío oscuro de la montaña que atardecía. Flotamos de a uno hasta el río. El agua helada nos devolvió la forma humana.
Así fueron aquellos pequeños grandes días en el Ecuador. Cargados de magia y reencuentros. Pero la consumación nos jalaba desde lejos. Y nada podía detener esa determinación. El sur soplaba sus caracolas anunciando una nueva partida. Entonces dijimos adiós a los amigos de Tungurahua. De alguna forma intuíamos que ya no regresaríamos de la misma manera, por eso se alargaban un poco los abrazos y los apretones. Pero no se extendían las miradas, porque no querían ver el final venidero que escondían.
Perú – La recta larga
Perú es tan extenso de norte a sur que los pasos se miden en días. Aunque se avance rápido y constante, porque los caminos son rectos, cada destino demora en llegar. El desierto que separa las costas del Pacífico del resto del país se hace, a veces, interminable. Sin embargo esta vez viajábamos tranquilos. Sin grandes expectativas en cada arribo.
La primera noche en Tumbes fue inquieta y olió a sábanas sucias. El día siguiente fue ruta. Ruta. Almuerzo en Piura. Más ruta. Horas de ruta hasta Chiclayo. La noche y la mugre en la calle refuerzan el aspecto sórdido de esa ciudad. Otra noche telúrica, de telo. Tremendo madrugón y otra vez a la carretera. Ruta y ruta. Almuerzo continental en un mercado de Chimbote, la ciudad del gran puerto. Olor a pescados manoseados con billetes. Rechonchos a la ruta nuevamente. Ruta y más ruta. Ruta que se convirtió en avenida. Luego en gran autopista repleta de vehículos. Ruta que se convirtió en Lima. La capital no abandona sus costumbres ruidosas y sucias. Lima es como un Perú comprimido y denso. Todo está ahí aglomerado, apiñado. Pero escapamos del tráfico y su congestión. Y entramos a una zona tranquila de la ciudad.
Esos pocos días en Lima fueron vitales. Calmos y descansados, transcurrieron sin mucho relieve, pero nos devolvieron el aire. Gracias a la ayuda desinteresada de Deyvi y de Cristina, tuvimos un hogar en la caótica capital. Deyvi es un antiguo compañero de trabajo de Becerra. Con toda la hospitalidad del mundo nos alojaron en su casa, junto a su familia, su empleada y sus costumbres. La señora se llamaba Anita. Cocinó algunas delicias peruanas fundamentales para nuestra recuperación. En Lima también nos reencontramos con un viejo amigo, Silencio. Desde el principio fue nuestro gran anfitrión. Gracias a su intervención, nos presentamos en una plaza de La Magdalena y así pudimos despedirnos –aunque sin saberlo a ciencia cierta- de las obras callejeras por un buen rato. Ya eran otros los tiempos que corrían. Silencio, el creador del Cuervo y de Alvarito, nos regaló toda su actitud y su presencia. Nos acompañó en cada paso. Intentó siempre organizar, ser nuestro guía. Un verdadero amigo y colega en esta gran red que sigue creciendo.
Pero pronto ya no hubo nada más para nosotros en Lima. La experiencia había sido simple, pero profundamente reparadora. Las fuerzas ya estaban de nuevo con nosotros y la carretera ya no quería esperar. Se descocía por seguir extendiéndose panamericanamente.
Entonces, esos días, todo fue sur. Sur sin detenimientos. Admiramos sin ver las grandes líneas de Nazca. Pinchamos goma en los calores de Ocoña. Cama mala en Camaná. Huída temprana para llegar a la ciudad blanca, Arequipa. La Colo, dotada de esa especie de inteligencia intuitiva, esperó a llegar a la ciudad para quemar la pequeña bomba de combustible. Previsión de Becerra que había guardado una de repuesto. Seguimos. Destartalados llegamos a Juliaca. Urgidos de dormir. Al otro día, más frescor. Felicidad de orillar el lago más alto, el más sagrado. Titicaca hasta la línea. Perú que se acaba. Miramos hacia atrás, es inconmensurable. Ya no Perú, ahorita Bolivia.
Bolivia – El umbralLlegar a La Paz se percibía como estar metiendo la llave en la puerta de casa. Tan felices nos sentíamos, tan seguros. Tan envueltos en una atmósfera conocida y confianzuda, que hasta alguna discusión nos sorprendió con gritos, pero pronto se volvió absurda y por fin se perdió. Un vínculo exótico nos une a La Paz. Nos sentimos plenos por sus callejuelas onduladas. Comimos mercados, anduvimos adoquines, recuperamos misterios, trasnochamos noches y hastamañanas. Nos aburrimos de ver pulular a cientos de israelíes que vienen a regatear con su pensión manchada de sangre palestina, mérito por su servicio militar para el seudo-estado de Israel, invención terrorista del neo-liberalismo extremo. Finalmente, nos aprovisionamos de obsequios y nos fuimos otra vez de La Paz, dejando atrás una tierra que se siente más fresca, más digna, más contestataria. La genuina revolución indígena tiene allí un pilar indiscutible. Bolivia es hoy -aunque siempre lo ha sido en verdad- epicentro de la nunca perdida resistencia a la conquista de América.
Madrugamos y partimos hacia Oruro. Ciudad capicúa desnuda de su carnaval. Oruro sin carnaval es como futbol sin pelota. La Colo se apunó frente a la histórica estación de tren. Hubo que sopletearle la cachufleta, como decíamos riendo. La ruta siguió bolivianamente dura hacia el sur. Los redonditos de fondo tienen ese que-se-yo-viste. Potosí nos esperaba nocturno. Tratando de esconder la vergüenza de su cerro ultrajado por mil veces. Allí nos reencontramos con Juan, que se nos había adelantado un día. También con Rowina, que atravesó la amazonia para interceptarnos en este vuelo austral. Nuestras queridas amigas venezolanas siguen encantando por el continente. En la ciudad minera coincidimos unas horas, como puntada vital del gran tejido.
Amanecer y salimos al tramo final de Bolivia, que vislumbrábamos áspero. Y qué bien vislumbrábamos. Fue áspero. Áspero y contundente. Pedregoso, caliente, enarenado. Se nos hizo largo este camino, tediosa herencia de la inoperancia de tantos gobiernos. Quizás la fracción de ruta más complicada en estos quince mil kilómetros recorridos, desde aquél alucinante desierto mexicano hasta aquí. El umbral. El pasillo largo y sucio antes de entrar a la casa. El espacio que es, sólo cuando se está pasando. Ajado, resquebrajado, triste de que nadie se quede. Como en un antiguo video juego de aventuras, tuvimos que recorrer el nivel más complejo antes de llegar al monstruo final que hay que vencer para congratular. En este caso: la aduana argentina. Pero llegamos tarde a Villazón, demorados de tantas piedras, y ya no pudimos cruzar la frontera. Obligados por los horarios de la burocracia, tuvimos que buscarnos un último telurio para adormecernos. Al día siguiente haríamos la proeza tan detenidamente planeada, montaríamos el gran acecho de la Colo.
Argentina – La consumaciónNos comportamos profesionalmente. Cada cual sabía perfectamente qué hacer. Al acecho tantas veces soñado le llegaba su turno. Como a todo le llega. Primero limpiamos. La arena fina había alcanzado los rincones más insólitos. Había alcanzado todos los rincones y todos los objetos. Sacudimos, lavamos, enjuagamos cada cosa hasta que volvimos a reconocerlas. Entonces comenzamos. Por un lado se fue la Colo. Sólo con dos tripulantes. Maty, convertido en chileno de acento estrafalario. Y Caro, la supuesta novia rioplatense, para justificar el alto grado de argentinidad del caso. Atrás salimos el resto, caminando. Cargando mochilas por primera vez en meses. Como típicos mochileros argentinos que vuelven de su viaje por el norte, comprando hojas de coca, luciendo chuyos coyas de colores, todos coquetamente desgreñados, así llegamos a la frontera. Entraríamos a pie al país. La Colo aún estaba ahí. Maty hacía trámites con un funcionario de aduana, Caro cebaba unos mates. Nosotros, que no los conocíamos, nos lastimábamos el cuello de tantas ganas de mirar. Queríamos estar ahí, saber qué pasaba. Pero todo parecía bien, no debíamos precipitarnos. Nos sellaron los pasaportes y cruzamos, los que caminábamos. Volvimos a pisar Argentina -¡qué convención absurda, pero qué simbólica en este instante!- y una gran felicidad nos invadió. Sólo faltaba esperar que el acecho saliera bien. Nos quedamos cerca del puente inventando algún reacomodamiento de equipajes absurdo, esperando alguna espera inexistente. Pero en realidad observando cada movimiento allá donde estaba la Colo. Vimos cómo un oficial con guantes de goma la revisaba entera. Palpó, removió, hurgó cuanto pudo. La sensación de la revisión policial o aduanera tiene que ver con la mugre. Con la transpiración de las manos. Con el cuello ennegrecido de las camisas celestes. Pero el asco se nos fue rápido cuando vimos que el funcionario sellaba y firmaba unos papeles. Luego le estrechaba su mano plastificada a Maty. Saludo con forro. Vimos a Matías arrancar la combi, a Caro subirse a su lado. Vimos entrar a la Colo a la Argentina y pasar por enfrente nuestro tocando bocina. Reímos aliviados y orgullosos de nuestro acecho. Y entonces sí nos metimos en La Quiaca.
Ya nos habíamos reencontrado. Ya nos habíamos vuelto a abrazar por el nuevo logro. Ya habíamos regresado a la ruta, porque Tucumán nos esperaba como primer gran destino. Y ya no parecía tan lejano. Después de atravesar el continente durante un par de años, ir de La Quiaca a Tucumán sonaba como dar dos pasos. Pero fueron pasos largos. Pasos que duraron todo el día y gran parte de la noche. La Colo venía bastante maltrecha por el último tramo boliviano y ya no aguantaba, la pobre. Por eso fue que en el camino se nos cortó una correa, se nos pinchó el tanque de combustible, desviamos un camino el entrar a Salta. Pequeñeces que antes hubiesen sido tonterías, pero que en esta llegada parecían interminables. A las tres de la madrugada por fin llegamos a Tucumán. La cena que nos esperaba en la casa de los padres de Caro ya había sido refrigerada, los invitados se habían ido a dormir. Pero apenas bajamos, Herminia y José Luis se levantaron a recibirnos llenos de emociones y agradecimientos. Abrazos sin palabras posibles. Inmediatamente se despertó Marta, la mamá de Pichi, que se había quedado durmiendo en su motor-home en la puerta de la casa. De inmediato aparecieron las empanadas, se descorcharon los vinos. Fue una hermosa bienvenida de madrugada. En realidad, fue un preludio de toda la enorme bienvenida que significaría Tucumán. Porque aquellos días que pasaron fueron exuberantes. Rebalsaron de buenos augurios y de celebraciones. De encuentros y de abrazos. Muchas fueron las cenas, los brindis, los juegos. Realmente, estábamos regresando a casa.
Entonces llegó la hora de despedirnos de la gira teatralmente, como la gira se lo merecía. Habíamos organizado una última función de Un Cuento Negro en el Centro Cultural Virla, un importante teatro tucumano. Todos nos abocamos con firmeza al propósito de cerrar la gira con contundencia. Hubo notas, se organizaron ensayos. Lavamos y planchamos los vestuarios, renovamos el maquillaje. Queríamos un cierre impecable. Por eso el día de la función fue mágico desde el principio y hasta su tardío final. Esa magia que ya nunca se iría de nuestros corazones. Que no se irá jamás. Nos despertamos suave, sabiendo que mucho de lo que habíamos sido estos años desembocaba allí, ese mismo día. Percibiendo inconscientes que todo terminaría de la manera que lo conocíamos. Que ya nada sería igual. Por la mañana llegaron el Ogro y el Gaby, dos queridos amigos que emprendían un viaje al norte y decidían coincidir su principio con nuestro final. Por la tarde alistamos luces, sonido, todo en el teatro para predisponer la función. Tomamos unos mates mientras acomodábamos el escenario. Más tarde nos concentramos. Después nos vestimos y nos callamos. Pintamos por última vez nuestros ojos, nos abrazamos como siempre y nos quedamos escuchando detrás del telón el bullicio que crecía en la sala. Desde atrás, antes de entrar a escena, la presencia del público se percibe como una gran masa de energía que se mueve y va llenando el otro espacio. Que crece y va tomando forma. Y se apoltrona ahí, en la semioscuridad, para absorber todo lo que tengamos para darle. O en el caso de no tener nada que dar, consumirnos y devorarnos con su fatal mirada de mil ojos. Pero nosotros sabíamos a qué entrábamos. Entrábamos a entregarnos, a temblar, a sudar por última vez todos juntos. A dejarnos morir. Entrábamos al escenario a consumar esta misión que nos convocó durante dos vueltas al sol. Quizás por eso no primó la perfección de la escena, ni los efectos sonoros, mucho menos los gags. Allí lo importante fue, quizás más que nunca, la emoción. La felicidad de sentir logrado un objetivo imposible. La alegría visceral de haber conseguido lo que una vez nos propusimos: darle vuelta al continente haciendo teatro, encontrando amigos, fortaleciendo alianzas, conociendo mundos. También lo magnífico del reencuentro con los seres queridos que desde aquí nos siguieron y nos acompañaron siempre. El volver a ver a nuestra gente, a nuestros vecinos de toda la vida. Quizás en ninguna función habíamos estado tan nerviosos, tan comprometidos. Allí en la sala esperaban los amigos, los padres, las hermanas. Tantos corazones atentos a este ritual. Cada presencia nos parecía importante y a cada uno íbamos a entregarnos. Y también allí, en primera fila, la gran alegría de ver a mis padres y a mi hermana, que se habían venido de otros rincones del país especialmente para estar presentes, para ser parte de esto que tanto soñaron junto a nosotros. Ahí, mi madre, que un día escribió Un Cuento Negro y que nunca había podido verla en acción. Urgida por una percepción tan clara y cierta, no dejó pasar esta oportunidad de ver su texto hecho teatro en manos de sus hijos, los Gatos. Como si hubiera sabido que esta versión ya nunca más sería. Que quizás otras, nuevas… que quién sabe, que el tiempo y el trabajo lo irán diciendo, pero que ésta ya no.
Cuando todo terminó, la noche se convirtió en festejo. Saludes, comilonas, risas. Confraternidad más allá de todo y por sobre las diferencias. Fiesta como en la canción: “Hoy el noble y el villano/ el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha.” Fiesta con motivos de festejar. Verdadera fiesta entonces.
Al día siguiente ya todo parecía haber ocurrido. Por eso comenzaron las nuevas y las últimas despedidas. La vida retomaba su curso ordinario y todas estas manifestaciones de lo extraordinario se guardarían en el mundo del recuerdo. Ese que permanece allí, modificándose siempre, para desafiarnos sin descanso. Los días ya pedían cotidianeidad. Y entonces cada cual buscó el rumbo de su hogar. Abrazos y adioses. Para nosotros, una constante sensación de psicodelia. Estábamos llegando realmente, pero nuestros entendimientos aún no. Todo transcurría con una inevitabilidad escalofriante y absolutamente autónoma. Todo como aquel sueño…
Y finalmente llegó el tiempo de la última recta. La que nos conduciría a la consumación de todo esto. Las chicas se quedaban. Las dos tucumanas que, por caminos distintos, llegaron a Tres Gatos Locos, se quedaban en su tierra natal. Las que llegaron a ser parte y a fortalecernos, a darnos alimento para crecer, habían alcanzado sus momentáneos hogares. Caro y Pichi, dos hermanas firmes, cómplices y partícipes de toda nuestra pequeña revolución. Nos despedimos cuando amanecía, sin palabras para decir tanto. Sin maneras de expresar. Pero con la mirada llena de entendimiento y de amor.
Éramos cuatro para el tramo final. Los cuatro gatos varones. La ruta hasta Buenos Aires fue mansa. Calurosa durante algunas horas, pero tranquila y sin demoras. Como si el entorno hubiera comprendido que ya no importaba, que ya estaba hecho. Que ningún accidente o percance podría ensombrecer este final. La ruta pareció ni siquiera detectarnos. Pasamos. Transcurrimos los cuatro como fantasmas del camino. Transparentes, livianos. Hipnotizados por el objetivo. Un día entero tardamos en llegar a la capital. Entrar a Buenos Aires fue, más que nunca, totalmente excéntrico. Quizás sea difícil de describir, quizás sea mi propia imposibilidad para hacerlo. Y es que puede parecer jactancioso o exagerado. Pero es inenarrable la sensación que padecimos en aquel instante. Vivir en carne propia la consumación y el símbolo, es una experiencia que todo lo vale. La Colo penetrando en esta ciudad por su norte, donde luce más imponente y luminosa. La Colo, de aspecto mexicano, llena de adornos colombianos y gualichos caribeños, cubierta con polvo de toda la América, rodando hacia la ciudad tan conocida. Y tan ajena también en aquella noche. De pronto regresando de un camino continental y ahora buscando las esquinas, reconociendo los lugares, asombrándonos de cualquier tontería conocida pero olvidada. Doblando por esa, siguiendo por aquella, agarrando por la otra, llegamos al barrio de Boedo. Puro tango. Ya estábamos en mi casa que nos esperaba feliz. Antes se había bajado Maty, en Belgrano. Casi se tiró de la combi. Desbordado de bártulos que a partir de ese instante serían suyos, apurado para alcanzar el último tren a Tigre. Allí, su propósito personal aguardaba lo inapelable. Esa energía extraña que un día nos abordó en México, esa que se metió entre nosotros, que anidó y trajo consigo un terrible cambio, de nuevo estaba ahí a pocos pasos. Sea lo que fuere, allí estaba y entonces jalaba con más fuerza. Por eso será que lo vimos bajar corriendo. Y corriendo tomar un taxi. Y será por eso que miramos la escena hasta el final con cierta melancolía. Será porque veíamos irse por última vez, definitivamente, a ese Gato Loco que supo ser grande en nuestras filas.
Así fue que llegamos a Buenos Aires. La ciudad que nos vio partir un día y que nos celebró la despedida, hoy apenas nos registraba. Apenas nos reconocía tras los años. Porque los que llegamos somos otros. Allá quedaron aquellos que un día se fueron en busca de un sueño colectivo. En el camino morimos tantas veces. Nacimos tantas. La transmigración constante que significa la vida se hace palpable para el viajero que regresa. El brusco encontronazo con el reflejo, nos muestra de golpe lo inevitable. Somos otros los que llegamos. Quienes hemos regresado podemos recordar la acumulación del tiempo lineal, pero ya no podemos ver ni percibir como aquellos que partieron. Como esa verdad que Don Juan Matus dijo a su aprendiz: “No se puede volver a Ixtlán”. Así parece ser la vida. Los regresos son imposibles. Nadie regresa a ningún lado. Sólo el mapa podrá mostrarnos un círculo donde en realidad hay un espiral. Todo vuelve al origen, pero no. Es el origen desplazado, evolucionado si se quiere. Envuelto en otra nueva capa de la realidad infinita.
Ha terminado esta gran gira por América Latina. Aquello que nos propusimos pudo ser, contra la marea de vaticinios asustadizos que se nos oponía. La marea que se alimenta de la televisión y se informa de sus zánganos. La alienación actual, que pretendemos “normal”, aunque nos exige una vida de pecera y nos obliga a aceptar mansamente sus verdades. Sin abrir la ventana, sin saludar al vecino, sin mirar a nuestro amor. Como pequeña demostración de que no es cierto que debamos ser unos eternos clones coleccionistas de carencias, este sueño fue posible. Y por supuesto fue posible en un ininterrumpido marco grupal, colectivo. Sin la tarea constante hacia lo comunitario y sin la ayuda indispensable y desinteresada de tantos que encontramos en el camino, nada de esto sería real. Al miedo, al individualismo, a la soledad, al stress, a la guerra, al hambre, a la mediocridad, a la dominación… sólo los superaremos entre todos. Si no, quizás nunca los superemos.
No ha sido gratuito este triunfo. Traemos nuestras heridas y nuestras bajas. Traemos el recuerdo de duras batallas, algunas perdidas quizás. Pero también traemos el sabor del logro, del sueño cumplido. La demostración. El desafío para los que seremos.
Así nos despedimos de toda esta gran experiencia. Abrazamos a todos los que nos acompañaron. Saludamos profundamente a las gentes de América. Agradecemos a la Madre Tierra por su generosidad y su abundancia. Al Universo por su sabiduría. A cada amigo y amiga, a cada hermano, a cada madre. A cada enemigo por la oportunidad de trascenderlo. Agradecemos a cada paso del camino.
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Hoy, cuando los días ya han pasado atenuando la intensidad de la llegada, todo parece abstracto, casi incomprensible. Siempre un final es un principio. Ha llegado un leve tiempo de recuperación y descanso. Como el oso que duerme un invierno entero, como el árbol que se seca y parece morir, como la oruga que se encapulla para un día ser mariposa, así nos toca ahora la vida. Vamos a refugiarnos en los amores, en las familias, en los hogares. Comienza un tiempo para entender, para llegar. Un tiempo para retomar el aliento y recomenzar con más fuerza.
Sólo una certidumbre mantenemos: la seguridad de que la lucha es para siempre. Que no hay final en el camino, antes que la propia muerte. Y que ni siquiera ella es un verdadero final. Que, como dijo el maestro Bertold Brecht, los hombres y mujeres que luchan toda la vida son los imprescindibles. Y que esos queremos ser. Pero que, sin embargo, son buenos los que luchan un día. Y muy buenos los que luchan un año. Y mejores los que luchan muchos años. Que sin esas pequeñas luchas, las de un día, las de un año, las de muchos años… los imprescindibles nada podrían. Una verdadera transformación necesitará de todas las luchas, por pequeñas que sean o aunque tengan finales insípidos e irrelevantes. Nadie puede condenar a otro por cansarse y por un día dejar de luchar. Ni siquiera por contradecir sus propias palabras y faltar a sus propias arengas. Más bien podemos agradecer sus días de lucha, su cuerpo entregado por algún tiempo. Y quizás desear que un día quiera volver a luchar, con nuevas fuerzas, a pesar de su tiempo perdido.
Por eso te saludamos, compañero. Gracias por tu tiempo de lucha. Gracias por tu enorme amistad, aunque hoy no la mires a los ojos. Gracias por tu gran sonrisa que un día volverá a brillar. Gracias por tu arte. Qué este otro tiempo te dé los frutos que necesites y qué no te sepulte la desmemoria. Qué no temas un día, si es que llega, recordar que eras puma y desempolvar tus garras. Porque las puertas de la revolución siempre estarán abiertas. Y es tan vasta la revolución, que necesitará hasta la fuerza de los desertores.
Gracias. Hasta la victoria, siempre.
Agradecemos fraternalmente a Isabel, a Pato y a Benjamín, por la amistad y la magia. A Olimpo, Doña Silvia y Daniel por tanta hospitalidad. A Javier y Silvia, a Talía. A todos los viejos amigos de Ambato. A Deyvi y Cristina por su solidaridad y su apertura. A sus dos hijas por la habitación y los juegos. A Doña Anita por sus sabores. Agradecemos especialmente a Silencio. Al mecánico espontáneo que nos ayudó en la ruta. Agradecemos con el corazón la calurosa recepción de Herminia y de José Luis. Con el paladar feliz agradecemos a la Chave. También a Martita y a toda la gran familia de la Pichi. A Romina, Jorge y Liliana Bodoc, por el apoyo de siempre y por la presencia. Al Ogro y al Gaby por su amistad. A nuestra querida Vale siempre presente. A todos los que nos acompañaron en esa última función de Tucumán. A Gero, Lupe y Dani por sus importantes movimientos previos. Al Centro Cultural Eugenio Virla y a los medios locales, especialmente a Contrapunto por su voz.
Agradecemos finalmente a todos los que nos acompañaron durante estos dos años y a los amigos que nos abrazaron cuando llegamos. A todos los que forman parte de esta gran red. Por último, agradecemos a Maty por todo el camino compartido y por el gran desafío que nos heredó.
-Los malabares de Tres Gatos Locos son auspiciados por Malabares K8 – http://www.k8malabares.com.ar/
Como de un sueño intento recuperar las imágenes que debo arrojar en este reporte. Toda aquella magnitud ha concluido y hoy, desde aquí, luce con apariencia fantástica, lejana. El eco de una modesta epopeya me llega desde la inmensidad e intenta dictarme lo que no lograré describir plenamente, a causa de su magnitud. Por lo tanto me conformaré con intentar traducir lo esencial de estos últimos pasos en la tercera gira latinoamericana de la compañía de teatro itinerante Tres Gatos Locos. Sobre todo su movimiento humano, que al fin y al cabo será el que prevalezca. Salir de Colombia, donde las señales fueron tan nítidas y las experiencias tan profundas, fue el acto físico -geográfico, podríamos decir, y hasta simbólico si se quiere- que detonó el verdadero comienzo del final.
Ecuador - Comienza el final
El funcionario aduanero que cubría el turno de domingo-al-anochecer era, como lo preveíamos, un tanto más permeable y humano que el promedio de funcionarios de aduana. Nuestras tácticas nos habían llevado casi intactos a esta nueva frontera que, por una falta burocrática que acarreábamos, podía resultar verdaderamente complicada. Pero en nuestro acecho también estaba pensado el día y la hora de salida. Sin datos concretos, pero seguros en nuestra percepción, acertamos al encontrarnos un amigable funcionario, que rápidamente se enamoró de nuestro caso de domingo a la noche y nos dejó pasar tranquilos. Y hasta con apretón de mano incluido.
Tulcán debió ser nuestra posada forzosa. Veníamos desde lejos sin parar y estábamos agotados. Ya habíamos cruzado el obstáculo principal de esta etapa. Estábamos en el Ecuador, podíamos descansar.
Cuando terminó de amanecer y la mañana comenzaba a calentarse, seguimos camino hacia Quito. Al mediodía almorzamos escueto, al costado de la capital. Después continuamos, el destino se llamaba una vez más, Ambato. Llegamos por la tarde, con sol. Encaramos directamente hacia la casa de los más cercanos. Allí nos esperaba el abrazo grande de Olimpo, las agudas bienvenidas de Doña Silvita, el metal de Daniel. Todo ese conjunto conocido, otra vez nos recibía sin vacilar.
Un par de días y ya era el cumpleaños de Caro. Nuestro pequeño intento había sido llegar a festejarlo en el valle encantado de Poaló, ahí donde viven nuestros hermanos y hermanas, nuestros maestros queridos, nuestros amigos. El hogar de Pato, Isabel y Benjamín. Y de las plantitas, y los animalitos, y el temascalito sagrado. Así pudimos hacerlo. Eso que pulsamos unos miles de kilómetros antes, cuando atravesábamos las montañas colombianas, se materializó en este pequeño logro. El día de celebraciones fue en la casita del valle. Felicidad rotunda aunque nostálgica, por lo pasajera. Quizás este sitio mágico sea el que notamos más intacto, más inmune a las fauces desfachatadas de ese tiempo que se cuenta en relojes y en calendarios vacíos. Quiero decir que, a lo largo de todo este gran retorno por América, hemos pasado por lugares conocidos y los hemos visto totalmente desconfigurados por lo que acostumbramos llamar “paso del tiempo”. En cambio, en este lugar, el tiempo no ha “pasado” como un tren arrollador. El tiempo ha transcurrido armónico, creciendo con todo a su alrededor, desplegándose en espirales infinitos. Desarrollándose junto a sus criaturas.
Al siguiente día nos entregamos a la percepción y a la naturaleza. El abuelo San Pedrito nos abrió el portal y nos encaminó a otra experiencia de revelaciones. La última de esta gran gira. De la mano de su sabiduría entramos al temascal sagrado que nos daría el baño final antes de emprender el último camino. Allí sudamos hasta el alma. Calcinamos los egos. Nos desparramamos en el lodo llorando de soledad por no recordar a la tierra. Le dijimos mamá con la boca besando el barro. Allí morimos otra vez para renacer más tarde al frío oscuro de la montaña que atardecía. Flotamos de a uno hasta el río. El agua helada nos devolvió la forma humana.
Así fueron aquellos pequeños grandes días en el Ecuador. Cargados de magia y reencuentros. Pero la consumación nos jalaba desde lejos. Y nada podía detener esa determinación. El sur soplaba sus caracolas anunciando una nueva partida. Entonces dijimos adiós a los amigos de Tungurahua. De alguna forma intuíamos que ya no regresaríamos de la misma manera, por eso se alargaban un poco los abrazos y los apretones. Pero no se extendían las miradas, porque no querían ver el final venidero que escondían.
Perú – La recta larga
Perú es tan extenso de norte a sur que los pasos se miden en días. Aunque se avance rápido y constante, porque los caminos son rectos, cada destino demora en llegar. El desierto que separa las costas del Pacífico del resto del país se hace, a veces, interminable. Sin embargo esta vez viajábamos tranquilos. Sin grandes expectativas en cada arribo.
La primera noche en Tumbes fue inquieta y olió a sábanas sucias. El día siguiente fue ruta. Ruta. Almuerzo en Piura. Más ruta. Horas de ruta hasta Chiclayo. La noche y la mugre en la calle refuerzan el aspecto sórdido de esa ciudad. Otra noche telúrica, de telo. Tremendo madrugón y otra vez a la carretera. Ruta y ruta. Almuerzo continental en un mercado de Chimbote, la ciudad del gran puerto. Olor a pescados manoseados con billetes. Rechonchos a la ruta nuevamente. Ruta y más ruta. Ruta que se convirtió en avenida. Luego en gran autopista repleta de vehículos. Ruta que se convirtió en Lima. La capital no abandona sus costumbres ruidosas y sucias. Lima es como un Perú comprimido y denso. Todo está ahí aglomerado, apiñado. Pero escapamos del tráfico y su congestión. Y entramos a una zona tranquila de la ciudad.
Esos pocos días en Lima fueron vitales. Calmos y descansados, transcurrieron sin mucho relieve, pero nos devolvieron el aire. Gracias a la ayuda desinteresada de Deyvi y de Cristina, tuvimos un hogar en la caótica capital. Deyvi es un antiguo compañero de trabajo de Becerra. Con toda la hospitalidad del mundo nos alojaron en su casa, junto a su familia, su empleada y sus costumbres. La señora se llamaba Anita. Cocinó algunas delicias peruanas fundamentales para nuestra recuperación. En Lima también nos reencontramos con un viejo amigo, Silencio. Desde el principio fue nuestro gran anfitrión. Gracias a su intervención, nos presentamos en una plaza de La Magdalena y así pudimos despedirnos –aunque sin saberlo a ciencia cierta- de las obras callejeras por un buen rato. Ya eran otros los tiempos que corrían. Silencio, el creador del Cuervo y de Alvarito, nos regaló toda su actitud y su presencia. Nos acompañó en cada paso. Intentó siempre organizar, ser nuestro guía. Un verdadero amigo y colega en esta gran red que sigue creciendo.
Pero pronto ya no hubo nada más para nosotros en Lima. La experiencia había sido simple, pero profundamente reparadora. Las fuerzas ya estaban de nuevo con nosotros y la carretera ya no quería esperar. Se descocía por seguir extendiéndose panamericanamente.
Entonces, esos días, todo fue sur. Sur sin detenimientos. Admiramos sin ver las grandes líneas de Nazca. Pinchamos goma en los calores de Ocoña. Cama mala en Camaná. Huída temprana para llegar a la ciudad blanca, Arequipa. La Colo, dotada de esa especie de inteligencia intuitiva, esperó a llegar a la ciudad para quemar la pequeña bomba de combustible. Previsión de Becerra que había guardado una de repuesto. Seguimos. Destartalados llegamos a Juliaca. Urgidos de dormir. Al otro día, más frescor. Felicidad de orillar el lago más alto, el más sagrado. Titicaca hasta la línea. Perú que se acaba. Miramos hacia atrás, es inconmensurable. Ya no Perú, ahorita Bolivia.
Bolivia – El umbralLlegar a La Paz se percibía como estar metiendo la llave en la puerta de casa. Tan felices nos sentíamos, tan seguros. Tan envueltos en una atmósfera conocida y confianzuda, que hasta alguna discusión nos sorprendió con gritos, pero pronto se volvió absurda y por fin se perdió. Un vínculo exótico nos une a La Paz. Nos sentimos plenos por sus callejuelas onduladas. Comimos mercados, anduvimos adoquines, recuperamos misterios, trasnochamos noches y hastamañanas. Nos aburrimos de ver pulular a cientos de israelíes que vienen a regatear con su pensión manchada de sangre palestina, mérito por su servicio militar para el seudo-estado de Israel, invención terrorista del neo-liberalismo extremo. Finalmente, nos aprovisionamos de obsequios y nos fuimos otra vez de La Paz, dejando atrás una tierra que se siente más fresca, más digna, más contestataria. La genuina revolución indígena tiene allí un pilar indiscutible. Bolivia es hoy -aunque siempre lo ha sido en verdad- epicentro de la nunca perdida resistencia a la conquista de América.
Madrugamos y partimos hacia Oruro. Ciudad capicúa desnuda de su carnaval. Oruro sin carnaval es como futbol sin pelota. La Colo se apunó frente a la histórica estación de tren. Hubo que sopletearle la cachufleta, como decíamos riendo. La ruta siguió bolivianamente dura hacia el sur. Los redonditos de fondo tienen ese que-se-yo-viste. Potosí nos esperaba nocturno. Tratando de esconder la vergüenza de su cerro ultrajado por mil veces. Allí nos reencontramos con Juan, que se nos había adelantado un día. También con Rowina, que atravesó la amazonia para interceptarnos en este vuelo austral. Nuestras queridas amigas venezolanas siguen encantando por el continente. En la ciudad minera coincidimos unas horas, como puntada vital del gran tejido.
Amanecer y salimos al tramo final de Bolivia, que vislumbrábamos áspero. Y qué bien vislumbrábamos. Fue áspero. Áspero y contundente. Pedregoso, caliente, enarenado. Se nos hizo largo este camino, tediosa herencia de la inoperancia de tantos gobiernos. Quizás la fracción de ruta más complicada en estos quince mil kilómetros recorridos, desde aquél alucinante desierto mexicano hasta aquí. El umbral. El pasillo largo y sucio antes de entrar a la casa. El espacio que es, sólo cuando se está pasando. Ajado, resquebrajado, triste de que nadie se quede. Como en un antiguo video juego de aventuras, tuvimos que recorrer el nivel más complejo antes de llegar al monstruo final que hay que vencer para congratular. En este caso: la aduana argentina. Pero llegamos tarde a Villazón, demorados de tantas piedras, y ya no pudimos cruzar la frontera. Obligados por los horarios de la burocracia, tuvimos que buscarnos un último telurio para adormecernos. Al día siguiente haríamos la proeza tan detenidamente planeada, montaríamos el gran acecho de la Colo.
Argentina – La consumaciónNos comportamos profesionalmente. Cada cual sabía perfectamente qué hacer. Al acecho tantas veces soñado le llegaba su turno. Como a todo le llega. Primero limpiamos. La arena fina había alcanzado los rincones más insólitos. Había alcanzado todos los rincones y todos los objetos. Sacudimos, lavamos, enjuagamos cada cosa hasta que volvimos a reconocerlas. Entonces comenzamos. Por un lado se fue la Colo. Sólo con dos tripulantes. Maty, convertido en chileno de acento estrafalario. Y Caro, la supuesta novia rioplatense, para justificar el alto grado de argentinidad del caso. Atrás salimos el resto, caminando. Cargando mochilas por primera vez en meses. Como típicos mochileros argentinos que vuelven de su viaje por el norte, comprando hojas de coca, luciendo chuyos coyas de colores, todos coquetamente desgreñados, así llegamos a la frontera. Entraríamos a pie al país. La Colo aún estaba ahí. Maty hacía trámites con un funcionario de aduana, Caro cebaba unos mates. Nosotros, que no los conocíamos, nos lastimábamos el cuello de tantas ganas de mirar. Queríamos estar ahí, saber qué pasaba. Pero todo parecía bien, no debíamos precipitarnos. Nos sellaron los pasaportes y cruzamos, los que caminábamos. Volvimos a pisar Argentina -¡qué convención absurda, pero qué simbólica en este instante!- y una gran felicidad nos invadió. Sólo faltaba esperar que el acecho saliera bien. Nos quedamos cerca del puente inventando algún reacomodamiento de equipajes absurdo, esperando alguna espera inexistente. Pero en realidad observando cada movimiento allá donde estaba la Colo. Vimos cómo un oficial con guantes de goma la revisaba entera. Palpó, removió, hurgó cuanto pudo. La sensación de la revisión policial o aduanera tiene que ver con la mugre. Con la transpiración de las manos. Con el cuello ennegrecido de las camisas celestes. Pero el asco se nos fue rápido cuando vimos que el funcionario sellaba y firmaba unos papeles. Luego le estrechaba su mano plastificada a Maty. Saludo con forro. Vimos a Matías arrancar la combi, a Caro subirse a su lado. Vimos entrar a la Colo a la Argentina y pasar por enfrente nuestro tocando bocina. Reímos aliviados y orgullosos de nuestro acecho. Y entonces sí nos metimos en La Quiaca.
Ya nos habíamos reencontrado. Ya nos habíamos vuelto a abrazar por el nuevo logro. Ya habíamos regresado a la ruta, porque Tucumán nos esperaba como primer gran destino. Y ya no parecía tan lejano. Después de atravesar el continente durante un par de años, ir de La Quiaca a Tucumán sonaba como dar dos pasos. Pero fueron pasos largos. Pasos que duraron todo el día y gran parte de la noche. La Colo venía bastante maltrecha por el último tramo boliviano y ya no aguantaba, la pobre. Por eso fue que en el camino se nos cortó una correa, se nos pinchó el tanque de combustible, desviamos un camino el entrar a Salta. Pequeñeces que antes hubiesen sido tonterías, pero que en esta llegada parecían interminables. A las tres de la madrugada por fin llegamos a Tucumán. La cena que nos esperaba en la casa de los padres de Caro ya había sido refrigerada, los invitados se habían ido a dormir. Pero apenas bajamos, Herminia y José Luis se levantaron a recibirnos llenos de emociones y agradecimientos. Abrazos sin palabras posibles. Inmediatamente se despertó Marta, la mamá de Pichi, que se había quedado durmiendo en su motor-home en la puerta de la casa. De inmediato aparecieron las empanadas, se descorcharon los vinos. Fue una hermosa bienvenida de madrugada. En realidad, fue un preludio de toda la enorme bienvenida que significaría Tucumán. Porque aquellos días que pasaron fueron exuberantes. Rebalsaron de buenos augurios y de celebraciones. De encuentros y de abrazos. Muchas fueron las cenas, los brindis, los juegos. Realmente, estábamos regresando a casa.
Entonces llegó la hora de despedirnos de la gira teatralmente, como la gira se lo merecía. Habíamos organizado una última función de Un Cuento Negro en el Centro Cultural Virla, un importante teatro tucumano. Todos nos abocamos con firmeza al propósito de cerrar la gira con contundencia. Hubo notas, se organizaron ensayos. Lavamos y planchamos los vestuarios, renovamos el maquillaje. Queríamos un cierre impecable. Por eso el día de la función fue mágico desde el principio y hasta su tardío final. Esa magia que ya nunca se iría de nuestros corazones. Que no se irá jamás. Nos despertamos suave, sabiendo que mucho de lo que habíamos sido estos años desembocaba allí, ese mismo día. Percibiendo inconscientes que todo terminaría de la manera que lo conocíamos. Que ya nada sería igual. Por la mañana llegaron el Ogro y el Gaby, dos queridos amigos que emprendían un viaje al norte y decidían coincidir su principio con nuestro final. Por la tarde alistamos luces, sonido, todo en el teatro para predisponer la función. Tomamos unos mates mientras acomodábamos el escenario. Más tarde nos concentramos. Después nos vestimos y nos callamos. Pintamos por última vez nuestros ojos, nos abrazamos como siempre y nos quedamos escuchando detrás del telón el bullicio que crecía en la sala. Desde atrás, antes de entrar a escena, la presencia del público se percibe como una gran masa de energía que se mueve y va llenando el otro espacio. Que crece y va tomando forma. Y se apoltrona ahí, en la semioscuridad, para absorber todo lo que tengamos para darle. O en el caso de no tener nada que dar, consumirnos y devorarnos con su fatal mirada de mil ojos. Pero nosotros sabíamos a qué entrábamos. Entrábamos a entregarnos, a temblar, a sudar por última vez todos juntos. A dejarnos morir. Entrábamos al escenario a consumar esta misión que nos convocó durante dos vueltas al sol. Quizás por eso no primó la perfección de la escena, ni los efectos sonoros, mucho menos los gags. Allí lo importante fue, quizás más que nunca, la emoción. La felicidad de sentir logrado un objetivo imposible. La alegría visceral de haber conseguido lo que una vez nos propusimos: darle vuelta al continente haciendo teatro, encontrando amigos, fortaleciendo alianzas, conociendo mundos. También lo magnífico del reencuentro con los seres queridos que desde aquí nos siguieron y nos acompañaron siempre. El volver a ver a nuestra gente, a nuestros vecinos de toda la vida. Quizás en ninguna función habíamos estado tan nerviosos, tan comprometidos. Allí en la sala esperaban los amigos, los padres, las hermanas. Tantos corazones atentos a este ritual. Cada presencia nos parecía importante y a cada uno íbamos a entregarnos. Y también allí, en primera fila, la gran alegría de ver a mis padres y a mi hermana, que se habían venido de otros rincones del país especialmente para estar presentes, para ser parte de esto que tanto soñaron junto a nosotros. Ahí, mi madre, que un día escribió Un Cuento Negro y que nunca había podido verla en acción. Urgida por una percepción tan clara y cierta, no dejó pasar esta oportunidad de ver su texto hecho teatro en manos de sus hijos, los Gatos. Como si hubiera sabido que esta versión ya nunca más sería. Que quizás otras, nuevas… que quién sabe, que el tiempo y el trabajo lo irán diciendo, pero que ésta ya no.
Cuando todo terminó, la noche se convirtió en festejo. Saludes, comilonas, risas. Confraternidad más allá de todo y por sobre las diferencias. Fiesta como en la canción: “Hoy el noble y el villano/ el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha.” Fiesta con motivos de festejar. Verdadera fiesta entonces.
Al día siguiente ya todo parecía haber ocurrido. Por eso comenzaron las nuevas y las últimas despedidas. La vida retomaba su curso ordinario y todas estas manifestaciones de lo extraordinario se guardarían en el mundo del recuerdo. Ese que permanece allí, modificándose siempre, para desafiarnos sin descanso. Los días ya pedían cotidianeidad. Y entonces cada cual buscó el rumbo de su hogar. Abrazos y adioses. Para nosotros, una constante sensación de psicodelia. Estábamos llegando realmente, pero nuestros entendimientos aún no. Todo transcurría con una inevitabilidad escalofriante y absolutamente autónoma. Todo como aquel sueño…
Y finalmente llegó el tiempo de la última recta. La que nos conduciría a la consumación de todo esto. Las chicas se quedaban. Las dos tucumanas que, por caminos distintos, llegaron a Tres Gatos Locos, se quedaban en su tierra natal. Las que llegaron a ser parte y a fortalecernos, a darnos alimento para crecer, habían alcanzado sus momentáneos hogares. Caro y Pichi, dos hermanas firmes, cómplices y partícipes de toda nuestra pequeña revolución. Nos despedimos cuando amanecía, sin palabras para decir tanto. Sin maneras de expresar. Pero con la mirada llena de entendimiento y de amor.
Éramos cuatro para el tramo final. Los cuatro gatos varones. La ruta hasta Buenos Aires fue mansa. Calurosa durante algunas horas, pero tranquila y sin demoras. Como si el entorno hubiera comprendido que ya no importaba, que ya estaba hecho. Que ningún accidente o percance podría ensombrecer este final. La ruta pareció ni siquiera detectarnos. Pasamos. Transcurrimos los cuatro como fantasmas del camino. Transparentes, livianos. Hipnotizados por el objetivo. Un día entero tardamos en llegar a la capital. Entrar a Buenos Aires fue, más que nunca, totalmente excéntrico. Quizás sea difícil de describir, quizás sea mi propia imposibilidad para hacerlo. Y es que puede parecer jactancioso o exagerado. Pero es inenarrable la sensación que padecimos en aquel instante. Vivir en carne propia la consumación y el símbolo, es una experiencia que todo lo vale. La Colo penetrando en esta ciudad por su norte, donde luce más imponente y luminosa. La Colo, de aspecto mexicano, llena de adornos colombianos y gualichos caribeños, cubierta con polvo de toda la América, rodando hacia la ciudad tan conocida. Y tan ajena también en aquella noche. De pronto regresando de un camino continental y ahora buscando las esquinas, reconociendo los lugares, asombrándonos de cualquier tontería conocida pero olvidada. Doblando por esa, siguiendo por aquella, agarrando por la otra, llegamos al barrio de Boedo. Puro tango. Ya estábamos en mi casa que nos esperaba feliz. Antes se había bajado Maty, en Belgrano. Casi se tiró de la combi. Desbordado de bártulos que a partir de ese instante serían suyos, apurado para alcanzar el último tren a Tigre. Allí, su propósito personal aguardaba lo inapelable. Esa energía extraña que un día nos abordó en México, esa que se metió entre nosotros, que anidó y trajo consigo un terrible cambio, de nuevo estaba ahí a pocos pasos. Sea lo que fuere, allí estaba y entonces jalaba con más fuerza. Por eso será que lo vimos bajar corriendo. Y corriendo tomar un taxi. Y será por eso que miramos la escena hasta el final con cierta melancolía. Será porque veíamos irse por última vez, definitivamente, a ese Gato Loco que supo ser grande en nuestras filas.
Así fue que llegamos a Buenos Aires. La ciudad que nos vio partir un día y que nos celebró la despedida, hoy apenas nos registraba. Apenas nos reconocía tras los años. Porque los que llegamos somos otros. Allá quedaron aquellos que un día se fueron en busca de un sueño colectivo. En el camino morimos tantas veces. Nacimos tantas. La transmigración constante que significa la vida se hace palpable para el viajero que regresa. El brusco encontronazo con el reflejo, nos muestra de golpe lo inevitable. Somos otros los que llegamos. Quienes hemos regresado podemos recordar la acumulación del tiempo lineal, pero ya no podemos ver ni percibir como aquellos que partieron. Como esa verdad que Don Juan Matus dijo a su aprendiz: “No se puede volver a Ixtlán”. Así parece ser la vida. Los regresos son imposibles. Nadie regresa a ningún lado. Sólo el mapa podrá mostrarnos un círculo donde en realidad hay un espiral. Todo vuelve al origen, pero no. Es el origen desplazado, evolucionado si se quiere. Envuelto en otra nueva capa de la realidad infinita.
Ha terminado esta gran gira por América Latina. Aquello que nos propusimos pudo ser, contra la marea de vaticinios asustadizos que se nos oponía. La marea que se alimenta de la televisión y se informa de sus zánganos. La alienación actual, que pretendemos “normal”, aunque nos exige una vida de pecera y nos obliga a aceptar mansamente sus verdades. Sin abrir la ventana, sin saludar al vecino, sin mirar a nuestro amor. Como pequeña demostración de que no es cierto que debamos ser unos eternos clones coleccionistas de carencias, este sueño fue posible. Y por supuesto fue posible en un ininterrumpido marco grupal, colectivo. Sin la tarea constante hacia lo comunitario y sin la ayuda indispensable y desinteresada de tantos que encontramos en el camino, nada de esto sería real. Al miedo, al individualismo, a la soledad, al stress, a la guerra, al hambre, a la mediocridad, a la dominación… sólo los superaremos entre todos. Si no, quizás nunca los superemos.
No ha sido gratuito este triunfo. Traemos nuestras heridas y nuestras bajas. Traemos el recuerdo de duras batallas, algunas perdidas quizás. Pero también traemos el sabor del logro, del sueño cumplido. La demostración. El desafío para los que seremos.
Así nos despedimos de toda esta gran experiencia. Abrazamos a todos los que nos acompañaron. Saludamos profundamente a las gentes de América. Agradecemos a la Madre Tierra por su generosidad y su abundancia. Al Universo por su sabiduría. A cada amigo y amiga, a cada hermano, a cada madre. A cada enemigo por la oportunidad de trascenderlo. Agradecemos a cada paso del camino.
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Hoy, cuando los días ya han pasado atenuando la intensidad de la llegada, todo parece abstracto, casi incomprensible. Siempre un final es un principio. Ha llegado un leve tiempo de recuperación y descanso. Como el oso que duerme un invierno entero, como el árbol que se seca y parece morir, como la oruga que se encapulla para un día ser mariposa, así nos toca ahora la vida. Vamos a refugiarnos en los amores, en las familias, en los hogares. Comienza un tiempo para entender, para llegar. Un tiempo para retomar el aliento y recomenzar con más fuerza.
Sólo una certidumbre mantenemos: la seguridad de que la lucha es para siempre. Que no hay final en el camino, antes que la propia muerte. Y que ni siquiera ella es un verdadero final. Que, como dijo el maestro Bertold Brecht, los hombres y mujeres que luchan toda la vida son los imprescindibles. Y que esos queremos ser. Pero que, sin embargo, son buenos los que luchan un día. Y muy buenos los que luchan un año. Y mejores los que luchan muchos años. Que sin esas pequeñas luchas, las de un día, las de un año, las de muchos años… los imprescindibles nada podrían. Una verdadera transformación necesitará de todas las luchas, por pequeñas que sean o aunque tengan finales insípidos e irrelevantes. Nadie puede condenar a otro por cansarse y por un día dejar de luchar. Ni siquiera por contradecir sus propias palabras y faltar a sus propias arengas. Más bien podemos agradecer sus días de lucha, su cuerpo entregado por algún tiempo. Y quizás desear que un día quiera volver a luchar, con nuevas fuerzas, a pesar de su tiempo perdido.
Por eso te saludamos, compañero. Gracias por tu tiempo de lucha. Gracias por tu enorme amistad, aunque hoy no la mires a los ojos. Gracias por tu gran sonrisa que un día volverá a brillar. Gracias por tu arte. Qué este otro tiempo te dé los frutos que necesites y qué no te sepulte la desmemoria. Qué no temas un día, si es que llega, recordar que eras puma y desempolvar tus garras. Porque las puertas de la revolución siempre estarán abiertas. Y es tan vasta la revolución, que necesitará hasta la fuerza de los desertores.
Gracias. Hasta la victoria, siempre.
Agradecemos fraternalmente a Isabel, a Pato y a Benjamín, por la amistad y la magia. A Olimpo, Doña Silvia y Daniel por tanta hospitalidad. A Javier y Silvia, a Talía. A todos los viejos amigos de Ambato. A Deyvi y Cristina por su solidaridad y su apertura. A sus dos hijas por la habitación y los juegos. A Doña Anita por sus sabores. Agradecemos especialmente a Silencio. Al mecánico espontáneo que nos ayudó en la ruta. Agradecemos con el corazón la calurosa recepción de Herminia y de José Luis. Con el paladar feliz agradecemos a la Chave. También a Martita y a toda la gran familia de la Pichi. A Romina, Jorge y Liliana Bodoc, por el apoyo de siempre y por la presencia. Al Ogro y al Gaby por su amistad. A nuestra querida Vale siempre presente. A todos los que nos acompañaron en esa última función de Tucumán. A Gero, Lupe y Dani por sus importantes movimientos previos. Al Centro Cultural Eugenio Virla y a los medios locales, especialmente a Contrapunto por su voz.
Agradecemos finalmente a todos los que nos acompañaron durante estos dos años y a los amigos que nos abrazaron cuando llegamos. A todos los que forman parte de esta gran red. Por último, agradecemos a Maty por todo el camino compartido y por el gran desafío que nos heredó.
-Los malabares de Tres Gatos Locos son auspiciados por Malabares K8 – http://www.k8malabares.com.ar/
III Gira latinoamericana – Día 660 – Sudamérica - Línea ecuatorial
Celebraciones y Festivales
Como un vaivén interminable, como una montaña rusa de inconmensurables proporciones, la vida nos sube y baja a su antojo, equilibrando así un secreto y misterioso flujo infinito del que somos pequeñas partículas, imperceptibles parcialidades, pero reflejos precisos de la totalidad. Así, siempre debemos estar preparados para que nos acontezcan los cataclismos después de los tiempos mansos. Y debemos encarar convencidos el éxito después de cada crisis. Esto no significa una esquizofrenia constante entre lo malo y lo bueno, entre lo feliz y lo triste. Más bien significa la supresión absoluta de estos conceptos subjetivos, la anulación de la polaridad, para comprender la eterna unidad que nos contiene. Entonces, tanto la queja excesiva en los hundimientos como el festejo exacerbado en las cimas, ambas son igualmente posiciones ciegas y atolondradas, ante la magnífica complejidad de la vida.
Por eso este escrito no pretende ser un apresurado festejo de estos tiempos felices, es más bien un relato de aceptación. Un agradecimiento con la vida por su eterno equilibrar de las fuerzas. Una lúcida celebración de los tiempos fastos. Una eterna carcajada universal. Una fiesta.
-Fiesta del corazón apenas llegamos a Cartagena. Placer de volver a la casa, a la gran casa sudamericana. Sensación de tibieza, de hogar, de matriz cálida, algo parecido al café con leche al lado de la chimenea, a las caricias de mamá. Así percibíamos a Sudamérica desde el otro lado del Darién. Así llegamos a la caliente Cartagena, expectantes del cumplimiento de nuestro pequeño sueño. Pocos, pero suficientes días para reencontrarnos con los recuerdos, con los lugares, con Ariadna nuestra querida amiga. Los necesarios para sacar a la Colo del puerto y preparar la partida hacia el sur. Para aterrizar todo lo que no llegó dentro del avioncito que nos trajo. Muchas veces el alma se toma otros tiempos que el cuerpo. Deja jirones en el atrás, se adelanta en borbotones hacia el futuro, disfruta de cada presente. Por eso será que sonreíamos cada vez más y cada vez con más fuerza. Crecía en nosotros la seguridad de nuevos aires. Colombia, otra vez nos recibía de brazos abiertos, con toda su abundancia y con su diversidad.
-Pequeña fiesta en la ruta hacia Medellín. Andando en caravana, junto con el carro de Taylor, el norteamericano que cruzó con nosotros y los franceses que llevábamos desde Cartagena, nos tocó festejar el cumpleaños de Maty. Cierto apuro no nos permitía demorarnos en ningún lugar. Por eso esta fiesta fue en movimiento. Desde el amanecer que nos despertó acampando al lado de la carretera, luego a través de varios cientos de kilómetros, hasta la noche que terminamos de celebrar abrazándonos felices de haber llegado al destino planeado.
La ruta hasta Medellín fue tranquila, sólo interrumpimos la marcha en una decena de pillajes… perdón, quise decir peajes. Sitios patéticos que ratonean dinero obligatoriamente para financiar a quién sabe qué ratas. Colombia está infestada de ellos, cada sesenta o setenta kilómetros te obligan a pagar unos tres o cuatro dólares para seguir. Este país sigue pagando con creces esa guerra de mentiras que se inventa día a día la CIA, los narcos, el gobierno… grandes socios indisolubles!
-XIV Festival de Teatro “El Gesto Noble” en un pueblito hermoso, como todos los que vimos en Antioquia. El Cármen de Viboral se llama. Hasta allí llegamos, recomendados por nuestros amigos cartageneros del teatro La Reculá del Ovejo, pasando de largo la gran ciudad. Sin haber pretendido tanto, y gracias a la buena voluntad de Kambert, el director de cultura local, esos días se nos convirtieron en una maratón de funciones. Por fin volvimos a los ruedos gigantes que siempre necesitamos. Una multitud de gente a las carcajadas con nuestras obras callejeras. ¡Qué felicidad, qué plenitud! Así se abría esta nueva etapa de fiestas y celebraciones en Antioquia, junto con el nuevo año maya.
-Celebraciones también ese domingo en otro pueblito cercano y bello, La Ceja. Allí nos invitaron luego de conocernos en El Cármen. Y por eso fuimos a presentar Libres Lombrices. Y después a cenar y festejar con Víctor, un viejo profesor de música, barbudo, loco y gritón. De un carácter un poco invasivo y lenguaje soez, pero bien divertido para los que no nos ofendíamos con sus bromas. Y también con Anselmo, el joven director de cultura del lugar, emprendedor, positivo y politiquero, quien amablemente nos invitó a parar luego en su casa de Medellín.
-Fiesta de conocer Medellín, una ciudad bien especial, llena de movimiento y diversidad. Fiesta de llegar a una ciudad tan grande teniendo un lugar donde llegar. Inmediatamente nos instalamos en el departamento de Anselmo. Un lugar amplio y acogedor, una burbuja en medio de la ciudad polvorienta. Por lo pronto sólo vivía allí Alex, un rasta bailarín aéreo con muy buena onda, que le cuidaba la casa a Omaira, la hermana de Anselmo, que andaba de viaje. Nos recibió con sonrisas, abrazos y buenos augurios.
-Gran festejo de los sentimientos al reencontrarnos con un viejo y querido amigo, un parcero del alma. Ese mismo día que llegamos a Medellín, nos encontramos con el Inti. Un encuentro fundamental para los tiempos que llegarían, estructural. ¡Cuántos abrazos nos debíamos!
-Fiesta de la grupalidad a pesar de las terribles noticias que llegaron de Argentina. Abrazos a pesar del llanto. Ninguna pena podría frenar el ímpetu que íbamos cultivando, ninguna. Simplemente tuvimos que adaptarnos, entender, aceptar las enseñanzas del destino, dejarnos modificar por los sucesos, seguir luchando.
-Fiesta por volver a aprender que los problemas no son más que grandes oportunidades. Es que llegó Omaira, la dueña de la casa. Y a pesar de su aspecto bohemio y de su biblioteca revolucionaria, no pudo vencer su intolerancia moderna y nos sacó de allí en menos de un día. Pero lo que parecía un nuevo problema, sólo fue un regalo divino. Gracias a este apuro por no compartir, Inti nos llevó hasta la casa de Seba y Enrico, en Santa Elena.
-Festejos íntimos, interiores, al llegar a este sitio maravilloso. Santa Elena es un pueblito en las afueras de Medellín, situado muy por encima de la ciudad, en uno de los cerros que la rodean. Es una aldea cargada de verdes y de flores. Allí, entrando por un caminito, estaba el hogar de los muchachos. Seba y Enrico alquilaban la mitad de una bonita casa quinta. Ellos son dos cirqueros, malabaristas alegres conocidos de Inti, como casi todos los cirqueros. Seba es jovial, divertido, especialista en las sincronías del calendario maya. Hiperactivo desde que despierta hasta que la noche lo fulmina, pero calmo en su soñar. Enrico es muy tranquilo, su expresión más frecuente es una contagiosa carcajada grande. Las rastas le enmarcan el aspecto pacífico que desborda. Por las tardes se sienta en su sillón frente al bellísimo paisaje, se prende uno y se queda contemplando en una especie de éxtasis de baja intensidad. Ambos son excelentes personas, tipos abiertos al mundo, positivos y soñadores. Fue una verdadera fiesta conocerlos. Allí llegamos provisoriamente, con el plan de quedarnos sólo un par de días, hasta que consiguiéramos algún otro lugar para vivir. Pero la empatía que tuvimos con estos dos personajes fue más fuerte y de allí ya no pudimos irnos. Nos quedamos más de un mes, toda nuestra estadía en Antioquia. Desde allí nos movimos a todos lados. Pero siempre por la noche regresábamos a la casita de Santa Elena que nos cuidaba y nos reponía las fuerzas. Allí jugamos, cocinamos deliciosos platos, aprendimos juntos, reímos, volamos, platicamos profundamente en círculos, vivimos. Desde allí cultivamos toda la fértil estadía en Antioquia.
-Fiesta porque pudimos decidir movimientos estratégicos para nuestra armonía. Maty se fue en un viaje relámpago a Buenos Aires, a curar y a curarse. Y también se fue Caro, a Cali, a participar de un encuentro espiritual de mujeres, el llamado a la danza de la luna en Colombia. También a curar, también a curarse. Quedamos los demás para seguir celebrando, para no frenar esta larga fiesta que fue Colombia. Por eso no dudamos en festejar con crepes y vinos, con buena bareta y con torta, el cumpleaños de Fer, el Dj Becerra de los Gatos.
-Celebramos el fin de semana siguiente en un pequeño pueblo cercano, San Antonio de Pereira. La belleza de estos lugares del oriente antioqueño, es verdaderamente protagonista. La placita del pueblo parece pintada, con sus canteros floridos, sus veredas enladrilladas, sus puestos de venta de exquisitos dulces artesanales. La gente es muy amable. Los que pasean sonríen, se acercan a conversar, invitan. Llegamos y empezamos a armar el sonido y a convocar la función. Al ratito teníamos un ruedo enorme y ansioso, repleto de niños, perros, familias, abuelos. Lanzamos Soñando Historias y fue un éxito. Aplausos, abrazos, fotos, remeras, correos, preguntas… la calidez de los antioqueños no paraba de sorprendernos. El domingo volvimos por más. El Inti se vino con nosotros y elegimos una esquina más grande de la plaza. Y la rompimos. Nos despedimos hasta el próximo fin de semana y nos fuimos de San Antonio de Pereira con la sensación de haber entablado un pacto con el lugar.
-Fiesta de la percepción en Santa Elena. La fertilidad de estas tierras es magnífica. Todo crece sin vacilaciones. Todo apunta al sol. Ese día nos levantamos frescos y mantuvimos el ayuno. A media mañana preparamos un chocolatico mágico. Los hongos que crecen en el estiércol y que traen la sabiduría ancestral de la tierra, le dieron poder a la bebida. Vivimos una tarde al sol llena de revelaciones y de verdadera magia. Derribados los velos del ego, la realidad se vuelve más evidente y se manifiesta con una sinceridad escalofriante. La risa llega entonces como manifestación inevitable de lo ridículo. El absurdo personaje cotidiano que construimos queda revelado y uno no puede más que cagarse de risa de tan patético disfraz. Una vibración exultante nos inundó a todos juntos y nos hizo viajar por los caminos del conocimiento. A la tardecita empezamos a aterrizar. Tomamos unos alimentos deliciosos y nos fuimos a descansar de tan impresionante aventura.
-Los días que siguieron fueron calmos, llenos de esa paz que queda después de ver el infinito. Jugamos ajedrez, trepamos al gran pino y nos tiramos con las cuerdas de Seba, encontramos muchos hongos más. La magia es abundante en Santa Elena.
-Fiesta Nacional de la Empanada en San Antonio de Pereira. Y lo prometido es deuda. El sábado regresó el gordo Maty de Buenos Aires y volvimos al lugar. La multitud era sorprendente. Subimos al escenario oficial y entregamos Libres Lombrices para gozo nuestro y del público, que estalló con la obra.
-Domingo de más festejos. Festival de la Cometa en Jericó, un pueblo más alejado, pero no menos bello. Fiesta en la tierra del pueblo, fiesta en el cielo poblado de cometas de colores. Fiesta nuestra por celebrar las cien funciones de Soñando Historias en esta gira. Gran encuentro de personajes y bareticos. Volvimos lento, atravesando la noche lluviosa, camuflados en la Colo, hasta el amparo cálido de la casita de Santa Elena.
-Fiesta de contar seiscientos días de gira, vivos y contentos. Cansados, pero más fuertes que nunca.
-Otra vez a Cármen de Viboral, para dejar un bis de festejos. Un Cuento Negro en la Casa de la Cultura repleta de espectadores interesados. Ricas lasañas para celebrar al final.
-Sin esperar mucho más que un día, otra función de Un Cuento Negro, esta vez en un teatro de Medellín, el teatro All’Improvviso. Sala pequeña, pero colmada de gentes amigas. Transpiración feliz del actor entregado. Luego, una linda reunión con nuestros nuevos amigos paisas. Allí estaba Felipe, alias Munra, el gigante de gran corazón. Estaban Isabel, Zeta, Ferchu, otros amigos y amigas más. Y por supuesto, nosotros con el Inti. Todos rodeados de la felicidad de esas tantas plantitas alegres.
-Y más fiesta teatral, unos días después, cuando se armó Victorio, el reidor en otro teatro de la capital antioqueña. En el teatro Ex-Fanfarria esta vez. Otra vez a sala llena, nos colmamos de aplausos y buenos augurios. Y tuvimos la dicha de conocer a quiénes llevan a delante este proyecto, Beatriz, la pequeña pero contundente directora, y Alfonso, su colaborador más cercano. Herederos de aquel otro director fallecido entre críticas y mediasnoches. Así concretábamos la previa del festival que se avecinaba.
-Quinta Fiesta de las Artes Escénicas de Medellín. Por fin un festival en el que estamos programados con antelación, con fechas, lugares y horarios precisos. La organización y la logística que aportaron Caro y Pichi a la compañía es una verdadera evolución. Una semana de fiesta teatral en Medellín. El primer día nos vestimos de costureras y salimos a delirar al Desfile Inaugural. Besamos a todos, los abrazamos, les robamos sonrisas hasta a los policías. Por la noche presentamos nuestro pequeño atentado llamado Incomunicación en la sala del teatro Matacandelas en el marco de la Molienda Teatral, un evento escénico multifacético. Días después, sobre el cierre del festival, nuestros platos fuertes. Otra vez llenamos el teatro con Un Cuento Negro y con Victorio, el reidor. También atentamos en el Cabaret de la Quinta con Historia de los Imperios que molestó un poquito más a los presentes y por eso mismo fue efectiva. La participación de la compañía en este festival de teatro fue verdaderamente positiva. El público fue el mejor árbitro.
-Esos días fuimos dos veces a un lugar muy especial. Fiesta en la naturaleza gracias a la fraternal invitación de nuestro amigo Felipe Munra Restrepo. Él es un aventurero nato, un escalador, un gigante que todo lo trepa, todo lo sube, todo lo vence, todo lo logra. Así también fue la amistad con nosotros, fuerte, directa, sincera. Él viajó mucho tiempo por Argentina y nosotros por Colombia, también por eso siempre teníamos mucho por compartir, mucho por regalarnos. Nos llevó a San Félix, a su base de operaciones. Allí, en una casita al filo de los verdes cerros que rodean Medellín, practican escalada, canyoning, parapente y otros deportes extremos. Esa es la casa de Luisito, el pequeño hombrecito volador de sonrisa amigable y mirada suspicaz, socio y parcero del Munra. ¡Qué fiesta vivimos escalando, bajando por la cascada, cruzando el abismo por un cable de acero, perdiéndonos en las faldas del cerro, volando en parapente! ¡Qué fiesta compartir con estos nuevos amigos!
-El lunes temprano, el afán de otro gran festival nos sacó de Medellín y finalmente de Antioquia también. Una larga jornada rutera nos llevó hasta el departamento de Caldas. Precisamente a su capital, Manizales. Comenzaba el XXXI Festival de Teatro de Manizales, todo un abuelo festival. Gracias al contacto que Caro hizo en Medellín con Octavio, al director del festival, y gracias a la buena voluntad de él, entramos en la programación callejera. En este caso decir “programación callejera” no debe ser tomado menospreciativamente, sino más bien todo lo contrario. En este festival el lema es “La calle es el escenario” ¿Cómo describir la magnitud de esta experiencia sin parecer exagerado o jactancioso? No, no es ese el espíritu de estas palabras. Pero es necesario reconocer los triunfos para entender lo que nos quiere decir la vida con ello. Nuestra participación en el gran festival de Manizales, junto con la de nuestro parcero Inti, fue un verdadero éxito. La recepción del público manizaleño fue maravillosa. Tanta entrega, tanta fraternidad, tanto aliento. Cada día de esa semana festiva presentamos una o dos funciones en distintos escenarios de la ciudad. Cada presentación fue un mundo de gente, de risas y abrazos. Y, a medida que pasaron los días, fue como una bola de nieve. Creció y se retroalimentó esa energía hasta estallar el último día en un enorme compartir de ruedos entre el Inti, los Zua-Zaa Circo, nosotros y ese hermoso público ferviente. Esos días tuvimos el placer de estar acompañados por nuestra amiga Nataly Sanoja, a quién queremos mucho y hacía bastante que no veíamos.
-Esa noche, todo culminó con otra nueva fiesta, bien particular. Al terminar el cabaret que se había organizado, se armó fiesta de tambores espontánea en la vereda. Hasta ese momento todo parecía dentro de lo esperable. Tanta emoción y alegría acumulada en esos días de festival, debía desembocar por algún sitio. Y, por supuesto que si nos cerraban los lugares, nos quedaríamos bailando en la calle. Así sucedía, más de un centenar de personas danzábamos y gozábamos al ritmo de los tambores y del clarinete de nuestro amigo Jorge Camelo, que reapareció sorpresivamente en nuestras vidas ese mismo día. Pero entonces ocurrió algo que nadie esperaba. Llegó la policía a dispersar la fiesta callejera -eso sí era esperable- y todos, en vez de irnos o de luchar contra ellos que hubiera sido lo previsible, espontáneamente comenzamos a movernos en masa. A las voces de “¡Sigamos juntos!” o “¡No nos dispersemos!” comenzamos a caminar todos juntos, sin dejar de cantar y bailar. Se empezó a armar una pequeña marcha nocturna y festiva, una verdadera revuelta espontánea, una desobediencia colectiva e inmortal. Las caras de idiotas de los tombos hubieran debido ser fotografiadas. Su inutilidad ante la decisión real de la gente era demasiado evidente. Sólo pueden reprimirnos cuando nos separan en individuos. Cuando somos una sola cosa que se mueve y decide y se intenciona, no pueden hacer nada. Cuando somos todos, nadie muere.
Así pasó, espontáneamente un centenar de personas, sin necesidad de banderas ni consignas prefabricadas, sin necesidad de convocatorias o intereses saldados, nos convertimos en una fiesta ambulante, joven, viva, bulliciosa. En la fría madrugada de Manizales se festejó sin frenos la alegría de la libertad. Ante la mirada atónita de unos cuantos tristes agentes policiales que no sabían qué hacer, celebramos y seguimos bailando hasta que se nos dio la gana, por toda la ciudad.
-La visa se nos vencía, pero el llamado de otra gran última fiesta era demasiado fuerte. Renovamos por un mes nuestro permiso de permanecer en Colombia y nos desviamos de la Panamericana hacia el oeste. En un día de ruta nos fuimos hasta Bogotá, la fría capital colombiana.
-Fue una fiesta de paz vivir esas dos semanas en la casa de La Candelaria. Ese barrio, además de ser bellísimo, conserva largos jirones de historia colombiana en sus paredes antiguas, en sus calles empedradas, en sus faroles gigantescos. Allí tienen su hogar Inti, su hermano Jota y Oriana. A la casa se entra por una crujiente escalera de madera bien conservada. Se llega a un primer piso con su cocinita y sus habitaciones. Se sigue subiendo y se llega a la sala. Un enorme ventanal da luz y paisaje al lugar, una pequeña chimenea da calor y las plantas completan la vida de este verdadero hogar. Un poco más arriba aún, una pequeña azotea permite una intensa vista panorámica de la ciudad de Bogotá.
Allí nos convocamos para hacer la previa del festival que se avecinaba en Boyacá. Esta vez, no sólo seríamos participantes sino que también formaríamos parte de la organización junto con nuestra gran aliada, la asociación Semillas.
Por eso fue que estuvimos unas dos semanas en la capital. Reuniéndonos, pensando la programación, diseñando volantes, construyendo la página web. Aunque también mechando con paseos, charlas, brindis, torneos de ajedrez, un par de funciones en universidades y una más en el legendario Chorro de Quevedo después de volver locos a los policías. En ese trajín pudimos encontrarnos con buenos amigos y amigas. Vimos a Seba, el tucumano que habíamos conocido el año pasado en Panamá. Visitamos a Laurita, nuestra pequeña y tan enormemente querida amiga bogotana. Se vino Jorge también a la casa. Pasaron los Micro-Banda, alegres parceros de ruedos y caminos. Llegó Juani y toda la troupe de músicos argentos, también Simón, el hermano de Oriana, y mucha gente más. Ese hogar funciona naturalmente, como un mágico centro de reunión.
-Celebramos la variedad de colores que nos acompañó durante todo el camino a Boyacá. Viajamos sin problemas hasta Tunja, la capital. Desde allí a Duitama. Y después, al lugar hermoso que nos esperaba, Tibasosa. Este es un pueblito de aspecto colonial, lleno de flores y feijoas, que son unos frutos verdes que parecen hijos de un higo y una guayaba. Tibasosa se acuesta en un valle de marrones claros de mil especies, de tantos verdes. La tranquilidad que todo lo inunda, parece provenir de lo más hondo de la montaña. Las paredes de piedra o de adobe, coronadas de cactus que sobreviven como pueden ahí trepados, delinean el pueblo con una aridez casi escenográfica. Como alejándose de la capilla, donde todo comienza de nuevo a ser monte, se alza una pequeña torre de tres pisos. Bien vidriada, con bellas guardas sobre el adobe visto, con un rojo tejado de cuatro aguas que la completa, esa es la base de Semillas. Y fue la nuestra también durante esas semanas.
¡Qué sensación tan cálida fue llegar a Tibasosa! Un lugar conocido que antes nos había catapultado a una aventura inolvidable. Volvimos a este pueblo con la certeza de encontrar fraternidad, respiro, tibieza. Y eso fue lo que encontramos. Y tal vez mucho más. Al principio nos instalamos en los camarotes que están pegados al salón del edificio aledaño a la torre. Allí donde habíamos dormido aquella otra vez que pasamos por estas tierras. Allí donde habíamos dejado algunos de nuestros sueños doblados a los pies de las camas. Justo al costado del salón, está la pequeña casita donde vive Inés, la casera, y seis de sus siete hijos. Adriana, la mayor, brazo derecho de su madre. Los medianos, Camilo y Seba, breves hombres divertidos de la casa. Y el trío pequeño, Carol, la suspicaz; Sarita, la sensible y finalmente el enanín, el mínimo y destartalado Santi. Con todos ellos, y con Inés, su mamá que los ama y hace todo lo que puede por ellos, entablamos una convivencia armónica y nos encariñamos rápidamente. Vivimos almuerzos sabrosos y meriendas de risas y chocolates, cada día. Nos acostamos cada noche después de una rica cena reparadora y calentita. Desde esa base de operaciones tan familiar, tan ganas de pasarse así las horas, tan comida humeante de abuela, nos fuimos encontrando con toda la gente. Con los que ya traíamos en el corazón y en el recuerdo y con los nuevos, los del ahora.
Ante todo, el reencuentro fue con Sonia, nuestra gran aliada, amiga hermana madre parcera… todo eso. Más. Y con el lindo equipo de Semillas. Marilse al aire, con Javier y Memo, a cargo de esa emisora solidaria. Estela, fundamental en este festival, responsable de la logística general del evento. Sus hijos, también aliados invaluables. Nos reencontramos con Mario, la otra gran cabeza de todo esto, el otro gran corazón. Con todos los chicos, los Herederos del Planeta, que ya son cientos en Boyacá, afortunadamente. Conocimos a la pequeña Luisita, una mujercita risueña y amigable que también puso su corazón y su sonrisa al servicio de este nuevo festival. Y tantos otros amigos y compañeros de esta faena, que no cabrían en estas hojas, pero que son partes indispensables de toda esta red que crece.
Fue vital llegar con anticipación al festival. Si bien sabíamos que íbamos a organizar todo lo que fuera necesario, no teníamos completa dimensión de lo que eso significaba. Quien portaba el título de “Organizador General”, si bien quizás con buenas intenciones, no hacía mucho más que portar el título. Por eso no dudamos en tomar las riendas. Aquellos días, con el visto bueno de la comandante, nuestra querida Sonia, nos pusimos de cabeza a hacer de todo. Fer comenzó a delinear las necesidades técnicas que tendría el festival. Pichi se encargó de la movida de prensa, junto con Caro Bonilla. El gordo Maty se puso un gorro de chef que es como un turbante y cocinó manjares para todos. Juan, Caro y yo nos dedicamos a los talleres y seminarios que dictamos previos al festival. Inti desplegó sus enormes cualidades en materia de relaciones públicas y se encargó de la logística de los grupos que vendrían. También, junto a Jota, nos hicimos cargo de todos los diseños para el festival. Toda esta banda, más la gente de Semillas y las otras organizaciones, le dio aire de vida a este festival que comenzaba a formarse. Sin embargo, a pesar de tanto trabajo apresurado, estos fueron días plácidos y agradables. Enmarcados de montañas y de árboles, nos abocamos a la formación de este niño que concebiríamos, este pequeño que iba a nacer. Hubo tiempo para las reuniones, para los reencuentros, para las risas.
-Ese domingo, falleció la “Negra” Sosa, fiesta de todos los que nunca dejaremos de recordarla con el corazón ensanchado, de los que nunca podremos dejar de escuchar el eco de esa voz tan verdaderamente latinoamericana. Ese día, Sonia, estratega impecable de las cuestiones del alma social, decidió dedicar el festival a la memoria de Mario Benedetti y de Mercedes Sosa, dos íconos de las culturas de nuestra América, que ya regresaron al todo y ahora son infinitos.
-Entonces comenzó el 1º Festival de Culturas de Nuestra América Abya Yala.
Primero fueron llegando los aliados indispensables. Llegó María, con quién habíamos sellado una buena amistad en Manizales. Llegó antes, caminando sola por la noche de Tibasosa hasta encontrarnos y darnos un fuerte abrazo. Más tarde, siguió llegando todo el equipo de registro: Vane, Oscar y Octavio, el activo trío venezolano. Pato, la bonita argentina emprendedora y sonriente. Y las locales, Caro Bonilla, que organizaba todo junto a Pichi, y Catalina. También regresó Inti, que se había ido a Bogotá a buscar a los tres tanos que se vinieron de voluntarios a Boyacá. El equipo se agrandaba. Y todo el tiempo llegaron más y más. Llegaron Herederos del Planeta de todas partes, llegaron las amigas de Manizales, llegaron los artistas, los investigadores, llegó la gente. Sogamoso de pronto se pobló de un montón de soñadores que se juntaron a celebrar. A festejar la supervivencia de la conciencia, de la luz. A festejar por todos nosotros. Y a luchar. A luchar plenos de fiesta como nuestros ancestros lo exigen, con colores no con armas, con conciencia no con doctrinas, con espíritu no con milagros. Y a repudiar el proceso de putrefacción que se instaló en este continente a partir del 12 de octubre de 1492, cuando arribaron a costas sagradas los brutos forajidos que escapaban de la miseria y la peste que proponía como modo de vida la santísima corona castellana allá por la península ibérica. A todo eso nos juntamos. Y a encontrarnos también, a reconocernos, que esa es la verdadera rebeldía. A apagar la televisión y mirar al vecino. A decirnos que estamos ahí, donde sea que fuere, que eso no importa, que la casa es toda la tierra, que ya están borroneadas las líneas con que nos separaron, que estamos listos al llamado de la madre, que queremos cambiar y que lo intentamos a nuestro modo, pequeño quizás, imperceptible en principio, pero inevitable semilla de revolución. Por eso la convocatoria de este festival imaginado, sin fines comerciales de ningún tipo, con todos los presupuestos recortados -y los gubernamentales absolutamente ausentes-, sin expertos en marketing ni en publicidad, sin experiencia de otros festivales… por eso la convocatoria de este festival fue excelente. Convencer a la gente de encontrarnos allá en Sogamoso tales y tales días, no es una tarea simple en principio, debemos tener un muy buen motivo para asistir. El 1º Festival Abya Yala demostró que sí los tenemos, que nos sobran los motivos. Que ahí estamos todas las diversidades para manifestarnos por otro mundo que queremos y que sí es posible.
-El festival ocurrió a lo largo de cuatro días. Pero como lo festivo es lo extra-cotidiano esa cantidad de tiempo se percibió diferente. Fueron cientos los sucesos, los encuentros, miles las acciones colectivas. Las plazas se tiñeron de música y teatro callejero, la Casa de la Cultura de proyecciones y fotografías, el museo de conversatorios. Finalmente el teatro se llenó de teatro y las calles de desfiles que desembocaron en la plaza central, con bailes y sikus y zampoñas y alegrías. Y entonces allí tuvo que suceder. El atentado artístico que fuimos preparando cada mañana del festival, estalló en la plaza central. Antes, nos reunimos la treintena de cómplices qué éramos, donde empezaba la comparsa. Juan, el compañero de María, otro nuevo parcero, nos pintó las caras con mil trazos guerreros para identificarnos en nuestra pequeña batalla artística. Desfilamos a la retaguardia, casi invisibles tras el arco iris de las whipalas. Y cuando todo el mundo estuvo en la plaza, entonces lo hicimos explotar. En medio de toda la gente, en medio del 12 de octubre, en medio de Latinoamérica, lanzamos nuestra Historia de los Imperios, que tanta fuerza cobra con la fecha y con la entrega de todos los que participaron. Contundencia de los signos y los cuerpos. Verdad desnuda. Calle. Teatro entre todos.
Sería tonto intentar relatar la programación tan íntegra y variada que tuvo esta fiesta latinoamericana, sería desperdiciar palabras en lo que no puede ser contado. Cada día fue creciendo en intensidad y en calidad. Nosotros, cada tarde nos presentamos con una obra distinta. Y la gente nos fue acompañando en cada una, siempre con más aplausos y más risas, con abrazos honestos, con fuertes apretones de mano. El anteúltimo día presentamos Un Cuento Negro, y lo que sucedió fue realmente gratificante. Aquel teatro antiguo, el Teatro Sogamoso, casi despojado de actividad teatral desde quién sabe cuánto tiempo, herrumbradas sus luminarias, llenos de telarañas, vacío de gente de teatro; aquel viejo edificio resucitó esa noche. Algunos sogamoseños aseguraban no recordar haber visto ese teatro tan lleno de gente como esa noche, donde se colmaron las butacas, rebalsaron los palcos y se llenaron los pasillos. Para nosotros fue un placer indescriptible. No simplemente por el logro del espectáculo, sino por el sello que pusimos de esa manera a este festival que ya sentimos totalmente propio.
Por la noche se celebró el Cabaret Teatral en la carpa-teatro del maestro Omar Vargas. Este espacio también se llenó completamente. Un encuentro bien divertido, lleno de felices vulgaridades y de entretenidas improvisaciones. Allí se presentaron todos los cirqueros y algunos otros difíciles de clasificar.
Finalmente todo terminó ese 12 de octubre, con mucha intensidad y con la melancolía sana de lo bello que debe acabar para que la vida continúe su cotidianeidad, de lo que debe morir para renacer un día con más potencia.
-Noche de celebraciones espontáneas. La felicidad de lo conseguido, el poder que otorgan los propósitos logrados, el placer de lo colectivo. Esa noche nos reunimos alrededor del fuego a cantar, a tocar tambores, a reír juntos. La madrugada nos robó el sueño mientras consumíamos más leños y más canciones recordadas. Fue el perfecto cierre de tanta fiesta. Una ronda amistosa, un círculo sagrado, un fuego reparador. En ese eterno instante entendimos que esto recién comienza para nosotros. De alguna simbólica manera dejamos nuestras manos en ese fuego. Y nuestros corazones. Y nuestras promesas de poner el pecho para el segundo festival, el que vendrá el año próximo. Así lo reconocimos al día siguiente en una amena reunión final entre todos los que estuvimos coordinando el evento. Así nos comprometimos a volver, a fortalecer, a alimentar todo este hermoso impulso revolucionario y festivo.
-La visa otra vez se nos vencía y ya no podíamos esperar más. La fiesta de la carretera nos halaba con fuerza. Por eso fueron largos los abrazos, inevitables las lágrimas de felicidad de las despedidas con la gente amada, fraternal, amiga. Fue difícil irnos esta vez de la querida tierra boyacense. Nos costaron los saludos, se nos hizo complejo arrancar y partir. Fueron tantos los apretones, los besos, las caricias que tocan como para guardar un recuerdo tangible del otro que se va. Pero así fue. Nos despedimos de todos y de Tibasosa también, y pusimos rumbo a Bogotá nuevamente.
-No dejamos de celebrar la sorprendente inteligencia de la Colo. Pobrecita, se le venía quemando el embrague, pero ella aguantó hasta Bogotá, hasta el barrio La Candelaria, hasta la calle 10 (sincrónicamente llamada Calle de la Fatiga) y nos dejó a dos escasas cuadras de la casa. Recién ahí se abandonó, balbuceó unos estertores roncos, tosió y se llenó de humo. No daba más, nuestra querida gata loca grande. Un par de días tardaron en arreglarla y dejarla bien nuevamente, gracias a la intervención precisa y fraternal de Juan Zanabria, un líder de las combis VW. El dinero no importó, ella se lo merecía. Y nosotros aprovechamos para recuperarnos un poco en esa bella casita de La Candelaria que una vez más nos acogió en su seno cálido. Descansamos, vimos a la selección argentina entrar al mundial por milagro, paseamos un poco y una madrugada temprano emprendimos la extensa recta final.
-La última fiesta, la de terminar, porque todo debe hacerlo. Porque si todo no terminara, nada empezaría. Porque sin la condición mágica y maravillosa de la muerte, la vida sería una tortura. Nos metimos en la ruta, dispuestos a morir, a dejar que se acabe esta gran etapa de celebraciones y festivales. Viajamos sin parar cruzando el páramo que llaman la línea, hasta Armenia. Luego sin detenernos viajamos hasta Cali. Dormimos una breve noche allí, en la casa de la amiga Milena y la amiguita Luciana. Temprano volvimos a salir. Subimos hasta Pasto, ciudad de las alturas, y a la noche de ese domingo rutero pudimos alcanzar la ansiada frontera. Ecuador abriría un nuevo capítulo en nuestras vidas y cerraría la puerta de estos tiempos que ya nunca olvidaremos, que para siempre llevaremos en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.
FIN
-Agradecemos ante todo a nuestro hermano Inti Maní, quién fue cómplice y protagonista en toda esta gran etapa de la gira. Agradecemos a todo el equipo del XIV Festival Internacional de teatro “El Gesto Noble”, especialmente a Kambert. A Anselmo, a Víctor y a Carmensa de La Ceja. A Vicky, también. A Alex, por recibirnos con tan buena onda. Al teatro La Reculá del Ovejo de Cartagena. Agradecemos con todo el corazón a nuestros parceros Seba y Enrico por su inestimable hospitalidad. También muy especialmente a Felipe. A toda la banda de Medellín, a Isabel, Zeta, Ferchu, al Monkey, al Chinga. Agradecemos a Juan Perro, a Mónica por las fotos y a Marisol de San Antonio de Pereira. Agradecemos a Luisito por sus vuelos. A los teatros All’Improvviso y Ex-Fanfarria por su apuesta y su confianza. Agradecemos a toda la gente de la Quinta Fiesta de las Artes Escénicas de Medellín. También secretamente a Luz Marlene y sus hilos alegres. Agradecemos con el espíritu ensanchado a los abuelitos hongos, por sus enseñanzas. Al círculo de mujeres que se reunió en Cali, a la abuela Gloria. Agradecemos al XXXI Festival de teatro de Manizales, a todo su equipo. Especialmente a Octavio, por su crédito y su apoyo. A Jaime, al cuerpo técnico que nos hizo todo el aguante, a la gente de la cocina. Agradecemos al resto de los grupos que nos encontramos, por el intercambio. A Seba, nuestro guía. Agradecemos inclinados a todo el público que nos acompañó en cada función, agradecemos su respaldo y su cercanía. Agradecemos con sonrisas a nuestra amiga María. También con el alma a Jota, Oriana y Simón. A Laurita, por sus colores. A los Micro-banda por los talleres y la buena onda. A Eliana y Lina de la universidad de artes. A la banda de la UAC y sus consignas. Agradecemos fraternalmente a todo el equipo de la asociación Semillas y de Agro-Solidaria. A Sonia, a Mario, a Inés y familia, a Caro, a Estela, a Marilse, a Luisita, a Memo, a Gloria. Agradecemos al grupo de teatro Juglaría, a cada uno de ellos. A Carlos Milla por sus enseñanzas, a Berito Cobaría por sus arengas. A todos los participantes de los talleres y, muy especialmente, a quienes realizaron con nosotros el montaje Historia de los Imperios. A todo el equipo de registro y prensa. Agradecemos con los brazos en señal de Ayni al 1º Festival de Culturas de Nuestra América Abya Yala. A Omar Vargas por su apertura. A Juan Zanabria. A Milena y Luciana por esa cálida nochecita en Cali. A aquél funcionario desinteresado de la aduana final. Finalmente agradecemos a todos los que están junto a nosotros de toda la infinidad de maneras que se puede estarlo. Gracias.
-Los malabares de Tres Gatos Locos son auspiciados por Malabares K8 – www.k8malabares.com.ar




















III Gira Latinoamericana – Día 580 – Colombia
De tanto jugar a exagerarlo todo
fuimos cambiando el animal.
Primero decíamos “meados por los perros” pero se aumentó a “meados por un elefante”
Más tarde, para risa nuestra, se convirtió en “meados por un dinosaurio”
Desde aquellos días consideramos a DINO
fiel representante de nuestras malas rachas,
gestor de nuestras negatividades.
¡La risa nos ha hecho ir aún más allá en la búsqueda de aumentativos!...
A la memoria del Lui Flamini.
fuimos cambiando el animal.
Primero decíamos “meados por los perros” pero se aumentó a “meados por un elefante”
Más tarde, para risa nuestra, se convirtió en “meados por un dinosaurio”
Desde aquellos días consideramos a DINO
fiel representante de nuestras malas rachas,
gestor de nuestras negatividades.
¡La risa nos ha hecho ir aún más allá en la búsqueda de aumentativos!...
A la memoria del Lui Flamini.
D.I.N.O.División Internacional de Negatividad Organizada
Hace tiempo que ocurrieron los primeros encuentros con la organización DINO.
La simple condición de “viajeros no convencionales” nos colocó rápidamente en el plano de observación de esta organización represiva. Los agravantes de ser una compañía de teatro contestataria, inconformista, inquieta, un grupo de costumbres callejeras, de pasiones revolucionarias; nos posicionaron directamente en los casilleros de seudo-peligrosos. Cuando se alcanza este rango, ya no significan gastos ni problemas dedicar algunos cuantos agentes y la infraestructura necesaria para desatar algún plan de boicot típico de DINO. Cuando esta organización, que responde directamente a los intereses de la dominación terrestre y del proceso de alienación global, detecta a un individuo o a un grupo de personas que, de cualquier manera, intentan despertar o despertar a otros, reprimen el impulso secretamente -invisibles- infiltrándose por todos los resquicios, minando por dentro y por fuera cualquier movimiento independiente que emerja. DINO es una agencia mundial que se dedica… (¿cómo decirlo sin confundir?)… se dedica a fabricar mala suerte. Son hacedores de obstáculos, constructores de dificultades, finalmente asesinos también.
Entre las muchas agencias secretas del imperio –la CIA, el Vaticano, el FBI, los Franc-masones, el sionismo- hay algunas otras más sutiles, menos constatables. Cada cual tiene su especificidad. Y como la guerra por dominar se extiende a todos los campos, hay planes secretos para todos.
Para casos como el nuestro, de “agitadores físicamente inofensivos, pero intelectualmente peligrosos”, el poder destina agencias como DINO para combatirnos a baja intensidad, de manera invisible, sin responsabilidades, pero con constancia letal. DINO no usa explosivos, ni armas, ni grandes atentados. No los necesita. Aunque sin embargo ha desatado intensas masacres. Se dedica a crear acontecimientos pequeños que, aisladamente, podrían parecer naturales, pero que, acumulados sistemáticamente, pueden ser imposibles de aguantar y en algunos casos incluso mortales.
DINO se encarga de sembrar negatividad en el camino de cualquiera que intente cambiar algo, o ver, o respirar, o gritar, o avisar a los demás, o apagar la televisión, o jugar demasiado, o amar de verdad, o cualquier otro acto (del cuerpo y del ser) que denote algún esbozo de libertad.
Hace un año aproximadamente, nos enteramos de la existencia de DINO. Ellos ya se habían enterado de la nuestra mucho tiempo antes. Nos detectaron cruzando el caribe, nos interceptaron en Panamá, nos emboscaron en Nicaragua, nos acecharon en Guatemala, pero allí les dimos un duro golpe y pudimos huir a México perdiéndoles el rastro. Nos refugiamos entre los zapatistas un tiempo, allí fortalecimos los corazones. Subimos por las carreteras de México y no volvimos a notar su presencia. Nos limpiamos en el desierto mágico. Entonces comenzamos a volver de a poco. Pero ellos se quedaron buscándonos. O quizás sólo esperando pacientemente. Tal vez observándonos.
Tiempo después, cuando contamos quinientos días de gira, salimos de México. Comenzaba el regreso, y para volver nos hay más que un gran puente: Centroamérica. Cualquiera que quiera unir América desde un extremo al otro, deberá pasar por esta garganta, este extenso cuello. En un puente son más fáciles las emboscadas.
Setenta días tardamos en cruzar esta enorme garganta. Estas son las notas que quedaron de aquellos días.
Crónicas de la Garganta
Día 501- Cruzamos la frontera por Talismán. Se nos hizo de noche en la carretera guatemalteca, donde no hay línea, ni luz, ni cartel que ayuden a adivinar el rumbo. Los faros que encandilan de frente y pasan a toda velocidad resultan ser la única referencia en el camino. Llegamos a la ciudad de Guatemala a medianoche, cuando sólo quedan los que nunca se van. Nos vinimos directamente a la pensión Meza, que se siente como un oasis en el desierto de la oscuridad.
Día 503- Dos días bastaron para reponernos en aquella querida pensión donde un día también descansó el “Che” Guevara. Entonces decidimos partir. Antes de irnos dejamos la marca 3GL en una pared de la habitación más grande de la pensión. Después pensamos que podría verla alguien no conveniente, pero ya estaba hecho. Viajamos todo el día sin complicaciones. Al mediodía afiebrado, nos tomaron la temperatura en la frontera. El fantasma de la gripe A había llegado antes que nosotros a El Salvador. Por la noche, ya estábamos en la capital del pequeño país. Fuimos a parar al departamento de unos vascos onegeístas, anarcos y drogones. Muy hospitalarios.
Día 505- Hoy murió Mario Benedetti. La noticia llegó temprano, mientras un extraño sopor se apoderaba de nosotros. Ayer tuvimos la alegría de reencontrarnos con nuestro amigo Mássimo. Él nos llevó a vivir a lo de Héctor, un chileno coqueto y bien humorado, que nos recibió con los brazos abiertos y el vino descorchado.
Día 509- Una inercia colectiva nos ha invadido. Advertimos algo. Una presencia. Bromeamos recordando a DINO, lo hacemos como para minimizar cualquier probabilidad. Sabemos que la risa nos cura.
En San Salvador hace mucho calor y las acciones cuestan.
Día 511- El gordo Maty anduvo abstraído toda la mañana. Hace tiempo que su vínculo con Flor se nos ha enrarecido a los demás. Pero hoy particularmente se sentía algo especial, algo distinto. Nuestros corazones no se equivocaban. Luego de cocinar un rico almuerzo, pero antes de comerlo, Maty nos lee algo que escribió. Es una carta para todos. Es muy bella y está llena de gracias y de amores. Al final devela una noticia. Maty y Flor están embarazados. La noticia es un fuerte abrazo entre hermanos, pero también un mar de preguntas.
Día 514- La tensión y las vibraciones negativas han alcanzado un límite. Todo desemboca en una calurosa, pero necesaria asamblea. Decimos, nos confrontamos, discutimos. También aceptamos, entendemos, acordamos. Pero esta vez no logramos desbloquearnos del todo. Algo se nos ha metido en los corazones. La broma de DINO ya no es broma. Creemos que nos observa y nos sigue, aunque no podemos demostrarlo.
Día 516- Ya no se aguantaba más. Una nueva asamblea explotó espontáneamente esta mañana. Estamos dolidos, algo nos confunde y nos enfrenta. Pero la sinceridad nos juega a favor. Terminamos reagrupándonos.
Hace un rato, mientras dormíamos, sentimos el primer indicio inclaudicable. La tierra tembló. Eran alrededor de las tres de la madrugada. Se sacudió el piso con cada paso de DINO. Ya está aquí, DINO nos ha alcanzado nuevamente.
Día 518- A modo de respuesta sorpresiva montamos un atentado artístico en la universidad de El Salvador. En compañía de varios aliados que se sumaron, preparamos en dos días una intervención análoga a aquella de Guatemala donde dimos por tierra con DINO. Por la tarde atentamos en la explanada central de la universidad. Fue más simbólico que efectivo. Fue como un pequeño ritual guerrero para foguearnos los corazones, y así prepararnos para lo que viniera. Al terminar nos limpiaron en la fuente a modo de agradecimiento.
Día 519- Sabemos que nuestro mejor recurso ante la presencia del enemigo es la movilidad y la acción directa. Hoy al mediodía nos fuimos a Saragoza para apoyar el aniversario de radio Bálsamo, una emisora combativa del lugar. Aportamos Libres Lombrices y más tarde saltamos juntos al ritmo de Pescozada. La noche terminó dura y demasiado conversada en casa de una de las vascas. “…y cae la lluvia en estocadas finas.”
Día 521- Hoy el FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) asumió el gobierno de El Salvador. Es un día histórico en estas tierras. Desde la guerra civil, cuando los gringos masacraron al pueblo salvadoreño con la ayuda de unos cuantos títeres locales, el gobierno lo mantiene ARENA, el partido de los títeres. Pero el pueblo está harto. Fuimos al estadio teñido de rojo y de sonrisas. Nos pareció ver agentes de DINO por todas partes. Seguramente no fue sólo paranoia. Por la noche festejamos comiendo lasaña todos juntos, agotadísimos.
Día 523- Finalmente escapamos de El Salvador. Nos fuimos de madrugada, intentando la invisibilidad. Ayer nos despedimos con abrazos de nuestros amigos. De Mássimo y Nicoletta que se van a Italia. De Héctor, a quién finalmente no logramos destaparle la tina del patio. De Venancio, el amigo brasilero que ni samba, ni joga capoeira, ni joga futebol, pero que tiene un encanto único para la conversación y la apacible plática.
La carretera fue nítida en su primer tramo. El sol de la mañana nos fue calentando y tocó el cenit justo cuando llegamos a la frontera con Honduras. Allí nos esperaban.
El único edificio que levantaron en ese lugar incluye aduana, policía, banco y oficinas varias. Es muy viejo, está semidestruido. El azul de sus paredes evidencia la original intención de dar oficialismo y autoridad a esta magrez de lugar. Hoy, los puestos ambulantes han copado todo su alrededor y la suciedad es el único decoro que queda. Las telarañas por fuera anuncian las telarañas del interior. Las enmarañadas almas de los seres que habitan las fronteras. Aciagos funcionarios, grises oportunistas que ni siquiera tienen la comicidad del embustero, personas varadas y enfermas, mendigos institucionalizados, policías aberenjenados. Allí nos cocinamos dos largas horas, sazonados de trámites y revueltos en discusiones estériles. Finalmente pagamos la delirante suma que nos exigían en nombre del estado hondureño, y nos fuimos.
La ruta estaba muy caliente. Los ánimos, ni hablar. Una goma se reventó a los diez minutos, como reverenciando el advenimiento de la desgracia. Logramos cambiarla, aunque torcimos el gato y nos empapamos de transpiración y congoja.
Continuamos viaje. Esta tarde nos detuvieron media docena de veces más. La policía hondureña, apostada cada pocos kilómetros, detiene autos y camiones con un criterio aborrecible. A nosotros, por ejemplo, nos paran siempre. Placas mexicanas, equipaje en el techo, barbudos al volante… ¡graffiti al costado del vehículo! No se puede dejar pasar un coche así, sin meter las narices al menos. Hay que demorar, molestar, buscar excusas de infracción, coimear aunque sea. Las órdenes de esta gente son precisas, hay que boicotear. Toda la acción llevaba la firma inconfundible de DINO.
Al atardecer, sólo habíamos alcanzado a llegar a Choluteca. De pronto, la Colo empezó a rugir fuerte, luego salió humo por atrás y se paró el motor de repente. Lo único que faltaba en este día de atentados. La Colo no respondía. Estábamos exhaustos.
Un tipo de apariencia duendil nos vio desde la vereda de enfrente y se acercó. Con mucho respeto se puso a ayudarnos. Se metió por debajo, revisó y descubrió que habíamos quemado el motor de arranque, el burro. Juntó los cables quemados, empujamos y arrancó en segunda. Gracias, Juan Antonio, única luz en este día de tinieblas.
A partir de esta tarde la Colo se arranca empujando. Nos vinimos a este hotel de pueblo a repararnos y a soñar un poco.
Día 524- Hoy despertamos temprano, empujamos y nos fuimos directo a la frontera, que ya estaba cerca. Cruzamos la línea imaginaria con obligatorios barbijos preventivos de la nueva peste. Llegamos a Nicaragua. De camino, almorzamos en Chinandega. Por la noche nos detuvimos a dormir en León. Paseamos por sus antiguas formas, comimos, nos relajamos un poco.
Día 525- Despertamos bien temprano y salimos de nuevo. Unos cuantos retenes policiales no nos impidieron llegar hasta cerca de Granada y almorzar rico. Por la tarde llegamos a la nueva frontera. Costa Rica nos dejó entrar más fácilmente. Estábamos cansados y la playa estaba cerca. Decidimos ir a dormir junto al mar. ¿Decidimos esto o fuimos influenciados por todos los comentarios que recibimos en el camino? ¿Caímos inconscientemente en esta nueva trampa o fuimos manipulados? Da lo mismo. Nos desviamos de la panamericana y entramos en La Cruz. Bajamos a la playa por un camino empinado.
Allí el mar dibuja una bahía bien cerrada. La superficie acuática parece inmóvil. Un pueblo de pescadores no puede evitar ensuciar el agua de la costa. El clima húmedo y caliente es un horno de infecciones. Sin embargo el paisaje es bello y la noche llega, así que acampamos. Juntamos madera y prendimos fuego. Un cuarto de hora después se desató una lluvia que no nos dejó más opción que la de huir a la casa más cercana. Los pescadores nos vendieron cena y agua. Los zancudos también cenaron con nosotros, pero debajo de la mesa. Dormimos empapados, tragamos agua sucia, respiramos húmedo y frío.
Día 526- Costó ponerse en pie en esa playa. Pero el sol subía y el barro se secaba en nuestros pies. Había que seguir un último tramo. Todo lo que guardamos estaba mojado y lleno de arena. Empujamos y volvimos a la carretera. Después de pasar por Liberia, el motor de la Colo comenzó a apagarse. Almorzamos en un parador. Miramos un poco el interior de la combi sin entender lo suficiente. Becerra limpió, sopleteó, observó algunas piezas. Ya faltaba poco para llegar a Heredia. Seguimos el viaje con la ansiedad de estar llegando y la impotencia mecánica que nos obligaba a cruzar los pies para conducir, sin soltar nunca el acelerador porque si no se apaga el motor y hay que bajar a empujar, sea calle, avenida o autopista. Maty manejó el último tramo. Le tocaron los malabares con los pies. En el peaje se nos paró el motor y fueron segundos enloquecidos. Entramos a la ciudad despacito, estresados por la tensión del gordo. Llegamos al parque central de Heredia y allí dejamos que se duerma la Colo que ya no daba más.
En la ciudad nos encontramos con Sally, una amiga que habíamos conocido el año pasado en Managua. Nos trajo al departamento de Gustavo, el otro aliado que nos esperaba. Una vez aquí nos desplomamos de cansancio. Sobrevivimos a esta batalla rutera. Tenemos a DINO pegado a los talones.
Día 527- A pesar del agotamiento, hoy es domingo y no podíamos dejar pasar la oportunidad del ruedo. Tiramos Soñando Historias en el parque central. A la tarde nos mudamos aquí, al estudio de los Sotavento. Un espacio más cómodo para que asentemos un poco. Maty no se siente nada bien.
Día 530- Durante estos días Maty se sintió cada vez peor. Un dolor de cabeza en aumento lo tortura sin descanso. Un médico, que no sabe por qué lo es, diagnosticó amigdalitis y le recetó unos antibióticos. Pero Maty está peor y el problema no parece residir en las amígdalas. Anoche fuimos al hospital y tampoco están seguros, quieren más estudios. Hemos limpiado el espacio para intentar darle armonía de hogar y convivir estos días que nos tocan. Pero el clima entre nosotros se ha vuelto a endurecer. Flor vive con nosotros, pero casi no nos comunicamos. Se percibe una interrupción en el vínculo. A veces nos sentimos un poco enojados. Hoy Ecuador le ganó dos a cero a Argentina y no nos sorprendió. Por la noche Maty empeoró y decidieron internarlo. DINO no para de atentar.
Día 531- Por la mañana no nos dan nuevas del gordo. La sala desespera. Volvemos a la casa. Comemos sin hambre. A la tarde Caro trae la noticia del hospital: Maty tiene meningitis viral. Todos nos contagiamos de preocupación. Por la tarde cumplimos un ensayo técnico que teníamos comprometido en el teatro de la universidad, aunque nuestros corazones se habían quedado en el hospital. Hace un rato Maty volvió a dormir al estudio, en el hospital no hay camas. Se ve treinta años más viejo. Y el barbijo… ¡qué dolor sentimos todos!
Día 536- Tocar fondo nos sirvió para comenzar a subir. Estos días, con la medicación adecuada, Maty se estabilizó. Aunque no ha logrado incorporarse del todo, va y viene del hospital al estudio. Flor lo acompaña siempre, aunque transita por un plano distinto al nuestro. A la tarde salieron juntos. No volvieron en todo el día. La noche se instaló sin saber nada de ellos. Se hizo tarde, nos preocupamos. Salí a buscarlos. Fui al hospital y nada. Luego a lo de Gustavo, nada. Di vueltas por los parques, nada. Volví a la casa para perder mi última esperanza de encuentro. Nada. No habían vuelto. Nos acostamos para dejar de ver el ceño de los otros igual de fruncido. De pronto, golpearon la puerta. ¿Quién es? La pregunta sonó artificial. Eran ellos que volvían del cine. La alegría de la falsa alarma se mezcló con el enojo. No sabíamos qué hacer, ni qué decirnos. Era inevitable una trasnochada asamblea gatuna, intensa y profunda. Nos quedarnos hablando hasta pasadas las tres. Era vital, necesitábamos decirnos cosas, estábamos atravesados por DINO. Importantes decisiones se dibujaron esta noche.
Día 537- Hoy murió Fernando Peña. Más tarde Alejandro Doria. Unos cientos de niños habrán fallecido en Chaco y Formosa. Ninguno de ellos murió de gripe A. Las noticias de Argentina llegan sucias y emparchadas.
Día 538- Nos despertamos con sabor a revancha. Con cautela y humildad, pero implacables. Maty está mucho mejor. Por la tarde revisamos luces, ensayamos un poco, estiramos. Nos sincronizamos para la función. Nos familiarizamos con la sala. En punto llegó el público, se formó en fila ante la entrada. Qué alegría en los camarines. Un Cuento Negro, función número trece de este año, cincuenta y cinco de la gira, buen aquelarre contra la oscuridad, frescura para los corazones. Resucitamos en Oscurópolis, en la piel de estos queridos marginales. Después de la función, como confirmando la batalla triunfal, Paula nos invitó al restaurante de sus padres, un lugar alejado de la ciudad. Nos fuimos con ella y los gabrieles, también con Gustavo y otros más. Pasamos una noche de fiesta espontánea donde no faltó nada. Exquisitos bocados valencianos, paella a discreción, sangría, vino de bota. Todo al son de la apasionada recepción de Vicente, el papá de Paula, un aventurero rechoncho y divertido. Volvimos a dormir borrachos, con la sensación de estar felices. Ganábamos un pequeño combate anímico.
Día 540- Hoy presentamos Libres Lombrices en el parque. La lluvia nos censuró el final. Hemos conectado con nuestra amiga Lilí de Puebla. Ella nos va a ayudar a buscar en México, el repuesto que necesita la Colo. Hay que resucitarla con urgencia. Por la noche festejamos la despedida de Ochoa, se va un tiempo a su tierra natal, Honduras. Ron, risas y abrazos. DINO está atenuado. Día
545- En estos días siguieron nuestras asambleas. Comenzamos a entendernos de nuevo. Hemos tomado decisiones difíciles, pero necesarias. Flor ya no va a estar entre nosotros. Por la tarde nos fuimos al restaurante de Vicente. Organizamos todo para la función. A la noche estalló Victorio, el reidor, mientras Michael Jackson moría consumido por su fama. Luego festejamos con paella y vino tinto.
Día 548- Preparábamos la función en el parque y la noticia nos pareció un chiste. Luego de la repetición tuvimos que tomarlo en serio. Lo denunciamos al terminar la obra como si con eso consiguiéramos algo más que un aplauso. En Honduras se desató un golpe de estado en pleno siglo XXI. No lo podemos creer del todo. La oligarquía voraz se cagó en todo decoro y diplomacia, y se llevó a Zelaya en piyama hasta Costa Rica. A los tiros, con tanques en la plaza central, al mejor estilo golpista setentoso. A la nochecita nos enteramos que en Argentina también tomaron el poder los mismos, aunque con técnicas más sutiles. Logran hipnotizar al pueblo de tal manera que la mayoría vuelve a votarlos. Y sin embargo son los mismos saqueadores, los ya develados traidores, los reconocidos asesinos, sólo que cambian de disfraz. Ahora se visten de campesinos. El voto en Argentina sufre de arterioesclerosis grave.
Día 550- Hoy murió Pina Bauchs, un referente del movimiento escénico. Charlamos sobre la presencia de la muerte en estos tiempos. Se siente espesa, la muerte.
Día 551- Confirmando lo percibido, esta tarde llegó un mensaje que nos destrozó el corazón. Murió el Lui Flamini, un gran amigo. Un viajero de bicicleta, músico, cirquero. Junto a su hermano, el Berso Flamini, giraban hace años por Sudamérica, repartiendo amor y sonrisas a pedal. Grandes magos de la carretera, viajaban “metro a metro”, sin dejar una fracción sin contemplar. Un bus veloz e infernal se llevó la vida del Lui en alguna ruta peruana. Pero ni siquiera ese duro impacto logró llevarse la esencia de estas personas que, como nosotros, como otros miles que somos, intentamos un mundo mejor y un camino de paz para la humanidad. Nuestro más querido abrazo para los Flamini, acá, allá, adonde quiera que anden.
Día 553- Lo inevitable debe ser. Hoy se fue Flor. Se va a la playa con su hermana y luego vuela a Argentina. Hoy, sincrónicamente, era el último día para esperar el repuesto de México. Mañana tenemos que viajar al sur del país para cumplir un compromiso. A la tarde, cuando la esperanza flaqueaba, un tipo de mameluco tocó la puerta devolviéndonos la sonrisa. Llegó el motor de arranque gracias a la tarea amiga de Lilí, allá en Puebla. Becerra no esperó nada, se tiró debajo de la Colo para cambiar la pieza. Le ayudé como pude. Media hora después probamos. Giré la llave y la Colo volvió a rugir bajo nuestros pies. ¡Cuántos aullidos de alegría! La Colo ha resucitado.
Día 554- Ya no había nada que esperar. Anoche nos despedimos de nuestros amigos, los Sotavento, que fueron una gran compañía en estos días de Heredia. Partimos después del amanecer. Superado el mediodía ya estábamos en San Isidro del General. Allí pasamos el día. Actuamos dos veces por un evento de ayuda a niños con enfermedades terminales.
Día 555- Viajamos sin mayores problemas hasta Ciudad Neily, donde Costa Rica se acaba. Llegamos a la casa de nuestro gran amigo Arnaldo, a su nueva casita de madera. Fue una alegría y también una nostalgia volver a ver a alguien tan relacionado a este viaje. Sospecho que es una señal de cierta energía que reaparecerá durante este regreso a casa. Por la noche, el doctor William, un tico fanático de lo argentino, nos invitó un rico asado con vino tinto. Los zancudos nos devoraron.
Día 556- Pasamos todo el día en la bella casa de campo del doctor William. Desde allí vimos la playa a lo lejos, vimos un arco iris nacer y morir. Comimos pizzas caseras que hicieron Juan y Maty. Un día delicioso y calmo. Pero no hemos olvidado a DINO.
Día 558- Partimos bien temprano de Neily. Cruzamos la frontera menos problemática. Levantamos a un francés que hacía dedo. Viajamos sin muchas pausas hasta la megápolis que nos aguardaba, Panamá City. Cuando se llega desde afuera es verdaderamente exuberante el brillo, la altura y la densidad de los edificios. Rascacielos de cristal con nombres rimbombantes contrastan el alrededor selvático. Esquivamos toda esa parafernalia y nos fuimos a la ciudad vieja, donde luce todo el desecho de la mentira imperialista. De este lado sobran los pobres, los desvalidos. Abundan las penas, la prostitución, el crack. Este es el resultado inmediato del otro Panamá.
Casa Grande nos esperaba prácticamente idéntica que aquella vez. Los recuerdos aturdían al penetrar esa casa tan vieja. Nos dieron las mismas habitaciones que el año pasado. Más esencia del retorno.
Día 559- Con Caro nos fuimos a Colón, el lado atlántico de Panamá. Puro puerto y mugre. Gente de colores gritando en las calles. Olor a pescado rancio en cada paso. Fritangas, calor, cafecitos. Necesitábamos contactar con las compañías navieras. Algo conseguimos. Por la noche volvimos a Ciudad de Panamá e hicimos planes entre todos, después de que nos contaron la anécdota policial de la mañana en el semáforo.
Día 561- Hoy también nos llevaron presos. La política de Panamá es no tolerar nada. Ni siquiera unos muchachos coloreando los semáforos. Es un día con gusto a rock. A la noche deambulamos tiesos por los laberintos de Casa Grande.
Día 563- Con Maty nos fuimos temprano a hacer trámites. Es una proeza burocrática cruzar un vehículo en barco. Me fui sintiendo cada vez peor durante el día. Me subió la fiebre por la tarde. A la noche medí más de treinta y nueve y nos fuimos al hospital. Tengo influenza, pero de la común, una gripe fuerte. Aquí le dicen la rompehuesos. Esa que sigue matando mucha más gente que la nueva N1H1.
Día 564- Pichi juega en el patio interno de Casa Grande con Yadir. Parece una niña más. Ella y Caro se han encariñado mucho con él. Yadir debe tener unos siete años, pero habla y pesa como uno de cuatro. Vive allí con su madre y su hermana, en un cuarto pequeño los tres, encerrados. La mamá trashuma un odio interior. Odio a su vida desechada, a su mala fortuna, a su tener que tolerar todas las noches barrigas blandas abominables, penes infelices, babas aborrecibles. Este niño ha brillado estos días con un poco de amor. El otro día le pidió a Caro que lo lleve a la playa. Fueron. La playa alrededor de la ciudad es un lodazal inmundo. El agua negra, espesada por tantas barreras que le ponen al mar, está adornada de miles de envases, vidrios, papeles, botellas, bolsas. Allí se metió Yadir, corriendo y estallando de felicidad, sintiendo la libertad entre tanta miseria, mientras Caro escondía sus lágrimas y lo llamaba para volver a la casa.
Día 566- Parece que todo va a ser posible. Nos llegó dinero de Argentina, apoyo certero y comprometido de las familias. Con Maty volvimos a Colón, escoltados por Taylor, un gringo que conocimos y con el que arreglamos cruzar en el mismo container, para bajar costos. El puerto en Colón es gigante, las monumentales máquinas mueven los contenedores como piezas de un juego. Mientras, los papeleos son interminables. Finalmente, antes de que caiga el sol, metemos a la Colo en un gran container anaranjado. Adiós amiga, nos veremos en Sudamérica.
Día 567- Sólo faltábamos nosotros. Hoy fue un día de preparativos apresurados y torpes, como cada día en que nos disponemos a mover. También en Casa Grande dejamos una gran marca 3GL, aunque la vean. Llegamos temprano al aeropuerto. Embarcamos ansiosos en un avioncito más pequeño que un bus. Un abrir y cerrar de ojos, un batir de alas de insecto, estábamos de nuevo en Sudamérica. El avión aterrizó, nosotros caímos mucho más tarde.
Día 570- Sobrevivimos a la garganta. Los ataques de DINO no nos mataron. Entonces nos fortalecieron. Atravesamos Centroamérica en setenta días tumultuosos. Desde Tapachula hasta Cartagena de Indias todo fue una verdadera aventura. Sufrimos golpes duros, quizás los más duros de nuestra pequeña historia de grupo, pero nos probamos nuestra templanza. Aquí estamos, de nuevo en este lado del continente. Lejos de casa, pero mucho más cerca. Nos duele la espalda, estamos cansados, marcados. Pero tenemos el corazón más ensanchado que nunca.
Ya estamos en Colombia, comienza un nuevo capítulo.
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Agradecemos a Mássimo, a Nicoleta, a Héctor, a los vascos, a Venancio, a la UNES y a todos los que participaron del montaje. A Carlota y María. También a Radio Bálsamo. A Pescozada. Agradecemos a Juan Antonio que nos salvó en la ruta. Muchas gracias al grupo Sotavento, a Sally y Gustavo. También a Gabriel Ochoa, a Paula, a Vicente, al otro Gabriel. A los médicos del hospital de Heredia. Al centro para las Artes-UNA. A Lilí de Puebla por su tarea fundamental y su calurosa amistad. A Flor. A nuestro amigo Arnaldo Gamboa Madrigal. Al doctor William y a su hijita. A Casa Grande con sus personajes. Gracias a Taylor. A Ariadna Padrón. Agradecemos especialmente el aguante de nuestra familias.
Gracias a DINO por obligarnos a hacernos más fuertes y más concientes.
Debo estar en América del Sur…
El objetivo de llegar a nuestro continente, nos derivó a proponernos una ardua tarea.
Costa Rica tenía para nosotros un menú muy especial que devoramos ampliamente; tanto en la estadía en la ciudad de Heredia como en San Isidro el General, Ciudad Neyli y sitios cercanos. Aprovechamos este medio para agradecer a todos los que nos abrieron el campo y el corazón en estos espacios.
Pero el tiempo de la sobremesa llegó, y nos incentivó a abandonar ese maravilloso país para atravesar nuevos horizontes.
Cual moneda de dos caras, con las contradicciones de tal figura; Panamá nos esperaba.
Muchos recuerdos nos envolvieron en la antigua “Casa Grande”, lugar de paraje en el que compartimos experiencias inolvidables en el viaje de ida con muchos queridos compañeros de ruta.
Allí, en la eterna casona, la suerte no corre igual que en la urbe de altos y monstruosos edificios. Allí la niñez es una etapa que prefiere ser futuro; y desde allí, desde ese casco viejo de la torturada Panamá, la moneda se destapa.
En medio de tediosos trámites para volver a nuestro sur, un niño se encargó de robarnos el tiempo y el corazón: Yadir, el pequeño viejo sin dientes, de risa silenciosa, a quien le deseamos plena libertad para los años que le siguen.
Con papeles en mano, y por primera vez; la familia de Los Gatos se trepó a un avión (mejor dicho avioneta) rumbo a Colombia, mientras nuestra querida Colo ya había empezado su travesía por el mar.
El destino: Cartagena de Indias. Colombia nos esperaba mas “chimba” que nunca.
El calor de las calles, la amabilidad de la gente. Por fin estábamos pisando tierra firme.
Hoy, luego de salir de Cartagena, pasamos por unas exitosas jornadas en el XIV Festival Internacional de Teatro “El Gesto Noble”, en El Carmen de Viboral, pueblo cercano a Medellín, en el estado de Antioquia, con cuatro presentaciones callejeras en la plaza principal del lugar. De ahí partimos a La Ceja , otro pueblito aledaño donde nos recibieron con mucho ánimo. Hacia allí nuestro agradecimiento también
Festival “El gesto noble” El Carmen de Viboral, Antioquia, Colombia
Ahora los vientos nos trajeron hasta la ciudad de Medellín, en donde las puertas se abrieron sin necesidad de tantas llaves, y aquí nos espera la V Fiesta de las Artes Escénicas, a fines del mes de agosto y mucho teatro de por medio.
¡Gracias a todos los que hacen posible nuestro camino¡
El Carmen de Viboral - Festival "El Gesto Noble"
Ciudad de Panama - Casco Viejo
Ciudad de Heredia - Costa Rica
Universidad Nacional de Costa Rica
Heredia - Costa Rica
Notas de nuestro México
1 - El núcleo
México D.F. – 15-03-09 – Mono magnético del propósito - Por Galo
Después de Puebla, sitio que fue un vórtice en la gira, nuestro viaje sufrió una importante transformación. Se incorporó a nuestras filas, la Colo. Quién crea que la adquisición de esta combi se carátula sólo como un salto evolutivo material, se equivoca. La Colo es mucho más que un objeto para nosotros. La Colo llegó para mutar nuestra manera de viajar, para alivianarla en parte, aunque para profundizarla también.
Nuestro primer destino junto a ella fue la capital del país, el núcleo del imperio mexicano. Y allí, la Colo dio su primera muestra de vida. Penetrando en el Distrito Federal se nota claramente lo gigantesca que es la ciudad. Abrumadora, laberíntica, desordenada… como cualquier gran capital, y un poco más. Allí, en medio de ese menjunje de cemento, humo y letreros fuimos a dar, casi sin vueltas, a una plaza donde esa misma noche se reunía un club de fanáticos de las combis VW. ¿Casualidad? Estamos convencidos que no. Pensar estas sincronías como meras coincidencias es como interpretar la Biblia al pie de la letra, una verdadera estupidez. Así fue, a pesar de no creerlo. Nos metimos en esta gran urbe, manejamos sin sentido un rato, llegamos a una de las cientos de plazas de la capital y allí estaban las primeras personas que conoceríamos en el DF, los integrantes del club de combis Volkswagen. Por supuesto que fuimos bienvenidos a su reunión. La Colo se ubicó radiante entre sus pares. Y allí se quedó esos pocos días. Tranquila, contenida entre sus hermanas. Nosotros nos quedamos allí también, los que éramos, porque parte del grupo se había ido hacia el oriente, a las playas del golfo mexicano.
México D.F. – 16-03-09 – Humano lunar del desafío – Por Juan
Diferidos
Éramos sólo tres en D.F y se siente la falta de los demás pilares. Creo que cuando toca ser menos, por cualquier motivo, uno entiende que la colectividad es vital y potente.
Visitar las ciudades se vuelve un tema casi shopinesco, es necesario a veces consumir los productos que ellas te ofrecen, sin olvidar que ellas te consumen casi en la misma medida.
Sorprende ver tanta gente armada, tantos intentando controlar un tránsito que transita lo intransitable. Claro que es fácil después paranoiquear a las masas citadinas, se vive a tal ritmo, que toda la información penetra a velocidad propagandística.
D.F o Defectuosa, como también se la conoce, nos invitó a jugar al juego de la metrópolis cultural, sólo que se requiere más tiempo para estar allí y menos tiempo para escapar, el sano equilibrio es el juez que dictamina los tiempos en las urbes.
2 - El golfo
Veracruz – 17-03-09 – Caminante del cielo eléctrico del servicio – Por Caro
El día amanece temprano, el solcito calienta por el ventanal gigante de nuestra casita poblana, el sabor a mate une la despedida. Es sólo una semanita, pero no faltan las fotos, los besos y los intensos abrazos de despedida que buscan impregnarse de la esencia del otro, de nuestros compañeros de vida…
La Colo grita desde abajo, salimos para ser dejadas en alguna estación de servicio donde la aventura comienza al levantar un dedo en la ruta y sentir cómo un par de llantas frenan… ¿hacia dónde nos llevará?
Con la Pichi salimos en busca de naturaleza, de tranquilidad, de silencio. Los meses en Puebla habían desgastado nuestro interior y necesitábamos nutrirnos de la naturaleza para volver a florecer.
Con poco dinero y sin una ruta clara nos pusimos en marcha. En otro momento hubiera pensado que así no podríamos llegar demasiado lejos, pero una vez más confirmé que donde ésta el corazón están las señales, y que sólo hace falta agudizar el oído y la intuición, del resto, la magia se encarga…
Así llegamos a vivir una intensa semana de diosas, donde no hizo falta el dinero, ni la preocupación. Necesitábamos florecer y para eso el camino se llenó de duendes que nos cuidaron, sirvieron, alegraron, ayudaron, alimentaron y mimaron…
El camino nos regaló un paraíso para descansar, Palma Sola se llamaba la playita que durante días nos cobijó entre el oleaje intenso de su mar y la dulce quietud de su río que bordeaba las montañas que, a su vez, volvían a bordear el mar…
Donde se unían el mar y el río nos acomodamos, justo al lado de una pequeña cabaña de pescadores que, salidos de un cuento de piratas, nos cuidaron y alegraron cada día. Junto con ellos conocimos el arte de la pesca, el sabor del pescado recién salido del mar, la melancolía de quienes despiertan con sus redes y una botella de ron para dormirse en una hamaca de red abrazados a la misma botella ya vacía. Pero siempre con respeto… como ellos nos decían sin cesar: “Nosotros siempre con respeto, señoritas, con mucho respeto”.
Entonces te das cuenta que los modales de nada sirven, mejor un corazón salvaje. Que las comodidades se vuelven incómodas cuando te alejan de lo natural. Que el dinero no es indispensable, si lo son la confianza y la entrega.
Pichi y yo, las dos, cada una por su lado y las dos más unidas que nunca, reímos, escuchamos música mirando el mar, armamos tortas de arena, nos bañamos en el río al atardecer, pescamos juntas al amanecer, cargamos mochilas, miramos la luna, hablamos con voz de mar limpiando nuestros corazones y abrazándonos desde nuestro útero.
3 - La ciudadela
Guanajuato – 18-03-09 – Águila entonada del esplendor - Por Galo
Guanajuato es una ciudad tan exótica. Montada en un gran cerro, está llena de recovecos y de túneles. Construcciones coloniales apiñadas unas sobre otras, protegiéndose de alguna amenaza que evidentemente venía desde fuera. El miedo de los españoles se adivina en la fisonomía de esta ciudadela que da la espalda a los paisajes, pero que mira ambiciosamente hacia sus minas. La ciudad de los adoquines, de los frisos, de las mayólicas, de los balcones. Una ciudad doblada sobre sí misma, que no quiere mirar el territorio que usurpa, que quiere negar la sangre derramada con sus bellas flores y sus damas de largos vestidos. Una ciudad alzada en nombre de Dios y del exterminio, que en aquel momento de la historia (y en casi todos) eran la misma cosa. Una ciudad con ese origen, pero que sin embargo no deja de ser bella y cautivante. Rodeada de marrones y verdes oscuros del desierto, por dentro está repleta de colores vivos y contrastantes. Una ciudad donde sobraba la plata, el oro y la sangre. Un emporio de la conquista que desafiaba a las civilizaciones precedentes. Una verdadera ciudadela colonial.
Guanajuato – 20-03-09 – Guerrero eléctrico del servicio – Por Juan
Cervantes era choborra.
Bajo el balcón de nuestro hostal había un viejito encorvado y consumido cual pasa de uva. Todas las mañanas depositaba las bolsas que cargaba su cuerpo cansado y se ponía a vender arvejas, maíz y algunas verduras. Hacia el mediodía terminaba su trabajo y se iba caminando a paso lento, como lo ha hecho tantas veces, seguramente, y como lo seguirá haciendo. Es que la gente que vive en las subidas tiene fuerza de motor grande, piernas fibrosas y paciencia de tortuga para trepar a las casitas que rodean el centro particular de esta ciudad.
Guanajuato nos mostró una de las caras más antiguas que hemos visto en las ciudades mexicanas, casi medieval, patrimonio de la humanidad, turística y mística. Disfruté de la estadía allí paseando por arquitecturas clavadas en piedra. Trabajamos en el parque San Roque donde comenzaron a celebrarse los entremeses del Cervantino, el festival de teatro más importante de México.
Guanajuato – 23-03-09 – Tormenta solar de la intención - Por Galo
Pocos días después de que hubiéramos llegado los de la primera misión, Fer, Juan y yo, la familia volvió a completarse. Ese día llegaron Caro y Pichi, por la mañana, y a la tardecita arribaron Maty y Flor. Llegaban tostados, sonrientes, con olor a mar. Pasamos un par de noches más en el hostal donde dormíamos y, por fin, conocimos a una buena gente que nos invitó a su casa. Eran cirqueros, también tiraban funciones en la calle. Ya les habían hablado de nosotros. Uno era Yan, un pequeño francés bien simpático e inquieto, clown de profesión y viajero de alma. Otro era Rubén, español, más recatado que el otro, más serio, pero agradable y generoso también. Y por último estaba ella, Paola, la única mexicana del grupo, la más delirante y revoltosa. No escatimaba risas, más bien las repartía infinitamente. Se reía de ella misma más que de cualquier otra cosa, y eso daba por el piso con la soberbia de los demás.
La casita estaba arriba de un cerro. Había que subir una escalera bien larga y empinada, que robaba el aire a los pulmones. Allí nos acogieron con mucho cariño y con desinterés. Allí reímos, fumamos, jugamos ajedrez, escribimos, entrenamos. Todo armonía. Allí, provistos de una vista sensacional de la ciudad, pasamos nuestros últimos días en Guanajuato.
Guanajuato – 24-03-09 – Sol planetario de la manifestación –Por Caro
136 escalones teníamos que subir para llegar a la casita que esta vez nos alojaba… cansador pero precioso vivir por allí arriba. La ciudad de Guanajuato es de cuentos, construida en las montañas de manera que, cuando caminás, las casitas de colores te miran desde todas partes. Es de esas ciudades que te invitan a caminarla, a pasearla.
Allí pasamos unos días alegres de paseos y funciones callejeras. Allí conocimos a unos payasitos generosos y talentosos, que nos abrieron las puertas de sus casas y sobre todo nos invitaron a jugar con ellos y con sus narices.
Así, una de esas mañanas cálidas y llenas de naranjas, Yan nos invitó a Pichi y a mí a ponernos narices y jugar por las calles de la ciudad, con el magnífico contraste que no casualmente nos regalaba el momento. En el lugar donde elegimos estrenar grandes sacos de colores y narices rojas, había una convención de mandatarios de oscuros trajes negros y miradas opacas que, sin querer, fueron parte del juego. Ese día regresé por las coloridas calles de Guanajuato preguntándome quiénes son los verdaderos payasos en esta vida, esos que ríen y juegan, vuelan y confían, creen en la magia y abren sus corazones, o quienes se esconden detrás de la máscara de la seriedad y juegan a conseguir poder, acaparar, censurar, reprimir, ordenar, y encarcelar la vida en pos del dinero y de una estabilidad siempre mentirosa.
4 - Olores fuertes
San Luis Potosí – 27-03-09 – Noche cósmica de la presencia - Por Galo
El contraste fue inevitable. De aquella ciudadela casi escenográfica, llena de colores y de vida, pasamos de pronto, luego de algunos cientos de kilómetros, a esta ciudad oscurecida, con charcos aceitosos, putas tristes, gatos sarnosos, callejones mórbidos, olores fuertes. San Luis Potosí, con obvias zonas excepcionales, es una ciudad deslucida, agrisada y sucia. Sobretodo el barrio al que fuimos a dar. Allí estaban los hoteles más baratos, que no eran más que albergues transitorios apiñados en un par de callejuelas cortadas, alrededor de una avenida congestionada de buses y taxis, llena de humo y de gritos. Caímos en el hotel “Bara-bara”. Con ese nombre no podíamos esperar mucho. Y mucho no nos tocó. Nos tocó una sola habitación pequeña, sin baño, sin mucha luz ni aire, que además era el paso obligado para un señor que vivía en otra habitación de atrás y que no tenía salida independiente. Pero como decía Maty embriagado en su optimismo: “No podíamos estar mejor”. Y esto era cierto, a pesar de las condiciones objetivas, las que estaban a la vista, por dentro estábamos felices y comprometidos con una causa que trascendía cualquier incomodidad o cualquier bajeza. Un motivo grupal nos había llevado hasta allí y eso nos sostenía. No importaban las cucarachas, ni los olores fétidos que llegaban desde el callejón, no importaba la comida detestable de los locales de la esquina, ni tampoco los gritos nocturnos de los travestis enloquecidos. Era menor el hecho de dormir todos apretados y de tener que salir al semáforo cada día. Un objetivo nos refrescaba la cabeza y nos envalentonaba el alma. Íbamos al desierto, íbamos en busca del conocimiento y la experiencia. Y para eso era obligado el paso por San Luis Potosí. Por eso la vimos con buenos ojos y no nos quejamos, no lloramos, ni sufrimos. Fuimos felices en medio del smog y los carteristas, paseamos felices entre los perros escuálidos y los linyeras olvidados, saludamos cada mañana a la comadrona de enfrente y a sus chicas. Siempre que se va hacia la luz es necesario transitar por la oscuridad.
San Luis Potosí – 29-03-09 – Serpiente lunar del desafío – Por Juan
Flashes.
Estábamos en un parque de esta golpeada ciudad, tirados en el pasto, tomando mate. Las clavas volaban por el aire. Un niñito se acercó y quiso jugar, agarró las clavas, las tiró por el aire y se fue corriendo.
Una prostituta despachaba clientes a una velocidad precoz. Ellos llegaban disimulando y se retiraban ocultando. Ella masticaba chicles y los acarreaba como corderos.
Los trajes blancos de los mariachis contrastaban con la oscuridad que dominaba la noche.
5 - Desierto y despertar
Carretera al desierto – 30-03-09 – Enlazador de mundos eléctrico del servicio – Por Galo
Cuando viajábamos hacia nuestra libertad, mientras mirábamos esos vastos paisajes de aridez, mientras la ruta se deshacía bajo nosotros, traspasamos el trópico de cáncer que, si bien es una convención, no dejaba de ser un símbolo para nosotros. Pensar que más de un año antes cruzábamos el trópico de capricornio, allá en el sur, sin pensar siquiera que llegaríamos hasta este otro. Entrábamos al tercio norte del planeta tierra. El desierto mexicano se desplegaba adelante con una majestuosidad inefable.
Algún lugar cerca de Wadley en el desierto – 31-03-09 – Mano auto-existente de las formas – Por Galo
Despertamos cuando amanecía. El lugar se veía demasiado diferente que la noche anterior cuando llegamos, cansados del viaje, apurados por descansar. Habíamos acampado en una pequeña finca, por favor de un gentil hombre del pueblo que nos había guiado hasta allí en plena noche. Habíamos armado las carpas, bajo la tremenda luna brillante. Cubierto con esa pálida luz, el desierto se veía escalofriante. A la mañana, con el reflejo anaranjado del sol naciente, todo era más inmenso y amigable. Sin demoras recogimos todo y nos preparamos para partir. Sin más indicaciones que la propia intuición nos metimos por un camino, o más bien un sendero, que se metía sin vacilaciones al desierto. Tratábamos de tener en cuenta la posición del sol, el aspecto del horizonte, y cualquier otro indicio que nos ayudara a no perdernos en esa enormidad que se pierde. Pronto los caminos comenzaron a bifurcarse, a unirse unos con otros, a doblar. Nada parecido a una indicación, ni un alma para preguntarle algo, ni una flecha o cartel. Nos guiábamos con nuestra percepción. Confiábamos plenamente que llegaríamos a “algún lado” que no sabíamos bien dónde quedaba ni cómo lo reconoceríamos entre tanto matorral, tanto cactus, tanta piedra. La Colo penetraba por caminos que no fueron hechos para ella. Los rasguños de las matas que enmarcaban el camino le quedaron marcados para siempre, como un bautizo sacrificial que marcaba el fin de su vida apacible y el comienzo de su nueva vida de viajes y aventuras. De golpe, cuando nuestra confianza comenzaba a flaquear, ocurrió algo increíble. Doblamos un vez más por el camino y de pronto nos encontramos en un triangulo de césped verde, despejados de matorrales, casi un vergel en medio de la profunda aridez circundante. En una punta del triangulo, un auto, una carpa y un tipo rubio de rastas que nos saludaba. Clavé el freno impulsivamente. Todos sonreímos, seguros de haber encontrado lo que buscábamos. Pero faltaba confirmarlo.
Así que bajamos, saludamos al tipo, mientras su novia salía de la carpa, y nos pusimos a platicar. Nos dijo que ya se iban, que podíamos acampar allí sin problemas, que más abajo había una casa, que allí avisáramos que estábamos, y que todo bien. Naturalmente comenzamos a hablar del peyote, el elixir que íbamos a buscar. Y él lo resumió en una simple frase:
-Aquí estamos rodeados de pinche Jícuri.
Con esas palabras nuestra búsqueda se afianzaba. Jícuri es el nombre que le dan al Lophopora Wiliamsii en esta zona, más conocido por todos como Peyote. Este cactus mágico, de uso milenario, es un pequeño regalo de la tierra lleno de poder y sabiduría. A quién lo usa con respeto y con un propósito definido, este abuelo le otorga una experiencia inolvidable. Un encuentro con el conocimiento directo, una forma de percibir sin necesidad de filtrar a través del ego, una manera de aprender sin lecturas, ni profesores, ni lecciones. Un acto de magia universal en que el espíritu se desembaraza de sus ataduras racionales cotidianas y se deja ir en la contemplación de la vida.
La ilusión del razonamiento nos mantiene fijos, enclavados en una sola forma de percepción del mundo. Nos han petrificado la sensibilidad en nombre de la cordura, de las buenas costumbres, de Dios, de quién sabe que otras tantas mentiras.
Desde que los humanos comprendieron su capacidad de poder, comenzó un plan macabro que hoy se encuentra en su punto más álgido. La dominación global es un hecho. Babilonia, Roma, Iglesia Católica, Iluminatis, Monarquía, Inquisición, Capitalismo, Dinero, Sionismo, Televisión, EEUU, Multinacionales, Dólar, Farmacopea, Narcotráfico, Medios Masivos de Comunicación… todos nombres que ha ido adoptando el mismo sistema de dominación global. Ese que pretende que hay una clase de humanos privilegiados e iluminados por quién sabe que perverso dios. Esos que nos mantienen en la ceguera total, al mejor estilo matrix, y que insisten en tenernos aterrorizados con fantasmas que ellos crean y ponen en funcionamiento para su propio beneficio: Terroristas islámicos, Influenza, Carteles Narcotraficantes, Delincuentes Latinoamericanos, Dengue, SIDA, Fronteras.
Es por eso que ese sistema reprime cualquier intento de despertar. Por eso llama “alucinógenas” o “estupefacientes” a las plantas sagradas de poder. Por eso llama “delincuentes” a quiénes las utilizan. Por eso manda a la policía (uno de sus instrumentos preferidos) a golpear y encerrar a cualquiera que se salga de la línea demarcada por ellos. Por eso no les gusta el arte, ni el amor, ni la solidaridad, ni las reuniones, ni el rock, ni la verdadera educación.
Traemos un chip y no nos damos cuenta. No es una metáfora.
Esa tarde hicimos nuestra pequeña ceremonia, luego salimos a “cazar al venado azul”, después volvimos a reunirnos y comimos de la amargura extrema. Luego prendimos fuego en un círculo y encendimos nuestros espíritus. Así pasamos la noche, bailando con las estrellas, dialogando con la naturaleza, movilizando la conciencia.
Mismo lugar – 31-03-09 – Mano auto-existente de las formas – Por Juan
He venido a este centro de la nada
El desierto tiene tantos colores como nosotros velos que los ocultan.
La experiencia con el peyote marcó a fuego nuestra estadía en México y seguramente todo lo que vino y vendrá después.
Mezcalito, gracias por curarnos.
Carretera hacia el sur – 02-04-09 – Luna rítmica de la igualdad – Por Galo
El desierto fue el punto más alto de nuestra gira. Allí comenzó el regreso. Así como por dentro tocamos un límite y dimos un giro pronunciado, así también tocamos el extremo más norte de nuestro viaje y pusimos rumbo otra vez hacia el sur, para llegar un día a nuestra tierrita que está allá abajo, allá donde termina el mundo.
6 - Lo clásico
Querétaro – 03-04-09 – Perro resonante de la armonización – Por Galo
Esta ciudad es limpia, ordenada, de fachadas coloniales bien conservadas. Es una ciudad luminosa, con calles turísticas y abundantes plazas bien trazadas con árboles podados en estrictos planos rectos. Allí tuvimos la oportunidad de presentarnos en la vía pública, cosa que nos encanta, a pesar del ferviente conservadurismo de la sociedad. Dimos buenas funciones que, como siempre, nos abrieron el corazón de mucha gente. Fue una bella experiencia.
Querétaro – 05-04-09 – Humano solar de la intención – Por Juan
28
Antes de una función en un parque había un "payaso" que "trabajaba" con su hijito.
Fue triste, el payaso callejero está tan desprestigiado que cualquiera puede ser uno, sólo pintarse un poco, comprarse unas chalupas y aprovechar la simpatía e inocencia de un niño parecen bastar para convocar gente a garganta pelada y mostrar un "humor" preocupante.
Alicia y Paty fueron vitales en nuestra estadía en Queretaro y les estamos muy agradecidos, ellas tienen un centro cultural que sostienen con mucho trabajo. La función de "Soñando..." que hicimos allí fue un placer.
Querétaro – 06-04-09 – Caminante del cielo planetario de la manifestación – Por Galo
Ya hacía varios días que estábamos en Querétaro. Fue nuestra primera parada después del desierto. Unas amigas que habíamos conocido en Chiapas nos hospedaron gentilmente. Allí ocurrió el giro 28 de Juan. Y como en toda nuestra gira cada cumpleaños es un evento especial, una oportunidad de celebrar la vida y los encuentros, así fue esta vez también. No faltaron las delicias, ni los vinos, no faltó tampoco el dulce humo, ni las risas, ni los brindis. Fue otro de esos días memorables en nuestra abultada colección de anécdotas.
7 - Como en casa
Carretera de Tlaxcala, camino a Puebla – 08-04-09 – Águila cristal de la cooperación – Por Galo
Ya era de noche. La carretera hasta Pachuca se había hecho larga y cansadora. Cuando tomé el volante ya atardecía. La ruta libre que llevaba a Puebla era angosta, algo pozeada, llena de curvas y muy oscura. De pronto, el acelerador se cortó. No había banquina donde realizar la inevitable detención. Acerqué lo más posible a la Colo hasta el borde de la caída que bordeaba la ruta. No teníamos balizas así que encendimos las antorchas y Caro se puso a hacer señas para que no nos destrozara un trailer gigante de esos que pasaban a alta velocidad por al lado nuestro, reventando el aire con sus bocinazos. Con Fer intentamos hacer algo, un intento absurdo. No sabíamos qué hacer.
Quizás por primera vez en la vida nos alegramos de ver llegar un móvil policial. El auto negro se detuvo atrás, encendió sus balizas y nos habló a los gritos desde el altavoz.
-¡¿Qué sucede!? ¡¿Se les averió el carro!? ¡No pueden quedarse detenidos aquí!
Como el oficial no había bajado del auto y los vidrios eran totalmente polarizados no sabíamos bien a quién responderle. Hablarle al auto resultaba tonto, gritarle para que nos escuche también. Intentábamos hacer algunas señas para indicarle que se había descompuesto la combi. Nos interrumpió con robótica voz:
-¡Los voy a remolcar!
Así fue, nos empujó hasta un sitio donde había una entrada a un galpón y había espacio para estacionarse. Caro, Fer y yo nos fuimos con el policía hasta el pueblo más cercano para, a la mañana siguiente, buscar algún mecánico. Los demás pasaron la noche en la ruta, cuidando a la Colo herida. El policía nos llevó hasta el primer hotel que encontramos y, como nadie respondía, comenzó a gritar por el altavoz:
-¡Señor del hotel! ¡Salga, es la policía! ¡Abra la puerta inmediatamente!
El encargado abrió la puerta pálido de terror, pensando que por fin lo habían descubierto en su pequeña fechoría. Cuando entendió cuál era el verdadero motivo, pareció aliviarse tanto que hasta aceptó sin discutir el precio escueto que le ofrecimos por pasar la noche allí.
A la madrugada salimos en busca de un mecánico. El pueblito era muy pequeño, pero como todo el que está pegado a la carretera, está lleno de venta de repuestos, de lubri-centros, de vulcanizadoras y también de mecánicos. Buscamos un rato y nadie parecía tener ganas de irse 10 kilómetros para arreglar el acelerador de una combi. Pero casi inconcientemente nos acercamos a un puestito de la ruta donde había un hombre joven sentado. Cuando nos vio sonrió, como si hubiese estado esperando hace mucho esta situación. Nos saludó, escuchó nuestro problema y entonces se destapó. Sacó de su gorra un porro, lo prendió sin dudarlo e inmediatamente mandó a un chico que pasaba en bicicleta a buscar a un tal Mario. Mientras esperábamos no paró de hablar un segundo. Nos contó todas las anécdotas que pudo. Aunque entendíamos la mitad de las palabras, se notaba que hilaba sus historias con verdadera maestría. Entonces paró un auto viejo y grande a nuestro lado, llegaba Mario, el mecánico. Subimos todos al auto y nos encaminamos hacia el punto donde habíamos pausado el viaje. En el camino, Mañas, que así le decían, roló otro y le dio candela.
Así fue que conocimos a estos dos personajes tan agradables, que se comprometieron con nuestro conflicto y se deleitaron descubriendo quiénes éramos. Una hora después recomenzábamos el viaje a Puebla con el acelerador arreglado. Cansados, pero agradecidos con esta buena gente anónima que, gracias a este pequeño percance, pudimos encontrar.
Puebla – 10-04-09 – Tierra magnética del propósito – Por Galo
Una vez más volvíamos a Puebla. Por tercera vez poníamos los pies en esta ciudad. Esta vez por poco tiempo, casi imperceptiblemente. Llegamos en semana santa, ese período donde las calles se llenan de esos que nunca salen, esos que se la pasan encerrados rezando y temiendo. Estos son los días en que tienen permitido salir a las calles. Es entonces que llenan las iglesias, que se arrepienten de todo el resto del año, es cuando pueden golpearse el pecho a la vista de todos los vecinos. Y si esto ocurre en todos lados, en Puebla, ciudad archi-católica, sucede multiplicado por cien. Bien enrarecido estaba el ambiente, las calles estaban repletas de gente atontada por los cánticos repetitivos que entonaban sin descanso, murmurando rezos lamentables frente a las pérfidas imágenes de yeso, que nunca excluyen la sangre, las espadas, las espinas, las cruces, y todo tipo de símbolos de la violencia.
Todo esto, sumado a las repercusiones de la publicación de nuestro relato El Pueblo, hacía que Puebla se nos presentara absolutamente desconocida y extraña.
Afortunadamente tuvimos donde atrincherarnos. Lo que antes había sido el bar dónde actuábamos, El Breve Espacio, ahora se transformó en un hogar. Carlitos y Sonia nos abrieron sus puertas y sus corazones con tanta soltura y desinterés que nos conmovían. La habitación de Charly, el hijo de ellos que se fue a Argentina a estudiar, fue nuestro cálido refugio. Allí pudimos descansar y reponernos.
Ese sábado dimos un bis de Un Cuento Negro, con una afluencia de público que no esperábamos. Puebla nos mostraba la otra cara también, el amor y la entrega de un montón de gente. El día siguiente fue en la Plaza del Carolino. Soñando Historias y después Libres Lombrices se llenaron de público. Por la noche celebrábamos esto y el cumpleaños de Carlitos con pizzas y vinos.
Puebla – 14-04-09 – Dragón entonado del esplendor – Por Juan
Tripartita.
Cual tercera parte de una novela casi fantástica nuestra nueva visita a esta ciudad tuvo un final feliz. En ningún otro lugar de México tuvimos la repercusión que hubo en Puebla y la familia del "Breve Espacio" nunca dejó de cobijarnos, de protegernos. Puebla se ha transformado en uno de esos lugares que tienen un atractivo que roza lo mágico para nosotros. Seguramente volveremos...
8 - Mezcal con café
Oaxaca 16-04-09 – Noche resonante de la armonización – Por Juan
Jaguares.
De la prolijidad fachadística que exponen Puebla y Queretaro, a una ciudad que tiene una guerra civil cercana. El 2006 marcó a sangre y fuego las paredes de la ciudad que ahora siguen manchadas con graffitis que denuncian con belleza la corrupción de un gobernador asesino y una policía represora.
Me siento con más aire paseando por un zócalo más sucio, pero más sincero.
Oaxaca – 17-04-09 – Semilla galáctica de la integridad – Por Galo
Oaxaca es a veces como la canta Lila Downs, pero casi siempre es más profunda, más luchadora, más inquieta. Una ciudad con líneas coloniales, pero sin la apología de lo colonial que podía verse en Puebla, en Guanajuato o en Queretaro. En Oaxaca lo colonial está porque así lo impusieron, pero se respira un clima más autóctono, más americano. Es bella, pero más mundana. Vivible, excepto por el calor abrumador que hace durante el día.
Fuimos a parar a CASOTA, una casa grande donde funcionaba un colectivo vinculado a la APPO, muy comprometido con la transformación social y la revolución popular. Esto, después del levantamiento popular y la represión violenta policial del 2006, es el peor delito en la ciudad. Ser intelectual, activista, pensador, revolucionario, es lo peor que se puede ser para este estado corrupto y malparido. Por esto, todo el tiempo había dos policías enfrente de CASOTA, quizás para intimidar, o para vigilar, o sólo para decir que están al tanto de las actividades de la casa. En definitiva, una verdadera muestra de miedo y cobardía.
Oaxaca – 19-04-09 - Enlazador de mundos planetario de la manifestación – Por Caro
Emprendemos un viaje y sin querer emprendemos una gran búsqueda. Al viajar uno busca encontrar paisajes nuevos, rostros diferentes, culturas desconocidas, pero cuando lo que se encuentra es conciencia y visión universal, entonces el viaje se vuelve luz infinita, el viaje nunca acaba, el viaje siempre comienza. Viajar nos cambia el modo de conocer, lo que supone entonces un nuevo conocimiento, al cual no hay que temerle.
Voy a extrañar Oaxaca, sus calles que suben y bajan, serpentean, se achican y se agrandan, como los latidos del corazón de su pueblo, sus mercados con olor a lucha y resistencia, sus cielos infinitos que inspiran a seguir adelante, sus paredes dibujadas que te hablan al pasar y te invitan a reflexionar, a pensar…
México en general, y Oaxaca en particular, me regalaron conciencia y visión. Al mostrarme que la política no es sólo un espacio para corruptos, sino que es una actividad creativa y de todos, que abarca mucho más que la toma del poder estatal y de sus funcionarios. Hacemos política desde nuestros corazones cuando dejamos que él sea quien se exprese en vez del miedo. Hacemos política en la forma de educar, de sanar, de jugar, de alimentarnos, de mirar al otro, de respetar nuestro entorno, de decir ¡¡BASTA!! Oaxaca en el año 2006 habló, grito, lloró, resistió, sangró, pero hoy su corazón late más fuerte que nunca. Lo sentís al caminar, al ir al mercado y comer una tlayuda conversando con sus doñas, al ver como se enciende la mirada de su gente al contarte cómo ellos, desde aquella represalia del gobierno que comenzó con una marcha de docentes solicitando mejores condiciones laborales y terminó en el intento del gobierno de silenciarla mediante la fuerza, han decidido hacer política desde el corazón. Eso me permitió ver cómo ellos hacen política luchando por defender la tierra como parte fundamental de nuestro desarrollo, hacen política al buscar la autogestión, cultivando, produciendo e intercambiando entre el pueblo, creando sus propios espacios alternativos de comunicación, como Radio Plantón, donde todos pueden hablar, contar y compartir. Hacen política en la cocina, al habilitar platos de frijoles y tortillas para todo el que tenga hambre, hacen política al invitarnos a hacer teatro en sus calles, sus escuelas, sus comunidades, hacen política al no ponerse un cubre-bocas y salir corriendo a esconderse a sus casas aceptando el aislamiento que el gobierno impone mediante el invento de enfermedades inexistentes para dividir y separar, distraer y confundir al pueblo, hacen política al no imponer un forma sino más bien buscar que la política no tenga forma, ya que si son los corazones de su gente, ni uno sólo es igual al otro.
Por eso y tanto más voy a extrañar Oaxaca, ciudad que con la simpleza de su pueblo, pero con la sinceridad de su lucha, despertó en mí una conciencia limpia, que me llenó de luz el alma al ver que además de mí hay otros… y que esos otros también soy yo.
9 - Comunidades
Huajuapan de León – 20-04-09 – Mano espectral de la liberación – Por Galo
Aquí llegamos, a la mixteca mexicana en el estado de Oaxaca, a trabajar con las comunidades. Gente simple, originaria de estas tierras y por lo tanto llenos de autenticidad, con un ritmo justo, con una mirada suave. Llegamos a entregar nuestro teatro y nuestro corazón, para movilizar, para sembrar pequeñas semillas, para despertar a quien se pueda. Para jugar también. Para aprender. Llegamos de la mano de nuestro amigo Israel, quien nos conoció aquella vez en el Festival de la Digna Rabia, en territorio zapatista. Él organizó esta vuelta por las comunidades de Huajuapan y Tlaxiaco. Una gigantesca experiencia que luego plasmamos en un pequeño video que haremos circular para compartir aquellos lindos momentos.
Huajuapan de León - 23-04-09 - Perro magnético del propósito - Por Juan
Descalzos
Ahhh, viajar por las comunidades, escuchar la sabiduría y dulzura con la que Don Pánfilo y su madre mastican las palabras, recibir el cariño de la gente hecho bolsa de café puro, no entender cuando se habla mixteco, admirarse de un abuelo de 98 años que ya es un duende de antaño, una mamita que cuenta cómo se levantaba a las tres de la mañana para trabajar la tierra, un niño que te pregunta cuándo regresaremos. Viajar por nueve comunidades de la mixteca fue nuestra despedida del trabajo en México y una fuerte dosis de amor para nuestro regreso.
Tlaxiaco – 24-04-09 – Mono lunar del desafío – Por Galo
El fantasma de la influenza ha sido desatado. Ya vuela por las cabezas de los desprevenidos, ya entra en el corazón de los miedosos, ya penetra en las casas de la gente. Es impresionante, y más bien preocupante, la velocidad con que la TV es capaz de convencer a la gente. Es terrible que la gente realmente crea lo que les dicen el la TV. Si es tan evidente que, para dominarnos, los dueños de todo (que también lo son de los medios de comunicación) necesiten que escuchemos lo que ellos quieran, que creamos lo que ellos nos dicen, que confiemos en lo que nos aseguran, que votemos a quienes nos imponen. ¿Cómo hemos llegado al hipnotismo de mirar un noticiero olvidando quién lo comanda y qué intereses tiene? ¿Cómo es posible que aceptemos sin cuestionar las mentiras que fabrican y que, para colmo, son de pésima calidad? ¡Ni siquiera son mentiras bien elaboradas! Son decadentes, evidentes patrañas, manipulaciones impunes. ¿Cómo es posible que aún no hayamos descubierto el sistema que repiten hace siglos y siglos? ¿Cómo podemos estar tan ciegos?
Desde que unos dominan a otros se usa el mismo plan: Inventar un gran enemigo y en nombre de él hacer todo el daño posible, todo el robo, el saqueo, la violación, la conquista. ¡Si siempre es igual! ¿Cómo puede ser que no reaccionemos? Nos inventan un Bin Laden y todos aceptamos el genocidio de oriente, nos fabrican un atentado y todos avalamos la guerra, se disfrazan de campesinos y nadie ve la cadena de oro que les cuelga del cuello, nos convencen con el progreso y entonces aceptamos la destrucción de la naturaleza. Nos delinean una pandemia y todos como ovejas nos ponemos un barbijo. ¡A un par de años de la farsa de la gripe aviar!
El pueblo mundial sufre una amnesia verdaderamente peligrosa.
Desde México, les confirmamos, para los que aún tengan alguna duda, que la influenza no es más que una máscara para tapar quién sabe que atrocidades, que al gobierno mexicano no es posible creerle absolutamente nada, porque está formado por mafiosos, asesinos, perversos apólogos de la desigualdad, que si Calderón dice A hay que pensar B.
¡No es posible olvidar que el terror es una de sus mejores herramientas de hipnosis! Seguramente hubo algunos enfermos de influenza, y hasta quizás algunos muertos. ¿Entonces por qué no declaran pandemia al hambre que mata miles por día, por qué no ponen alerta 5 por las fuerzas policiales o por el ejercito norteamericano, por qué no son epidemias las enfermedades de los pobres, el Chagas, la desnutrición, los cientos de padecimientos curables por los que siguen falleciendo miles de personas cada día. ¿Por qué no se alerta el mundo de la cruel e injusta invasión sionista sobre los territorios soberanos de Palestina, por qué no importan sus muertes? ¿En serio alguien cree que es el pueblo judío el que invade? ¿No nos damos cuenta que no, que no es el pueblo, que son un grupo de enfermos imperialistas que se creen superiores a todos y con el derecho de matar a quién no esté de acuerdo? ¿Alguien leyó algo sobre esa guerra, o sólo nos conformamos con lo que nos dijo CNN? ¿Alguien sabe quién es el dueño de CNN?
¡Qué locura que vivimos! ¡Qué ignorancia tan grande!
¿No nos da vergüenza hacer todo los que nos dice la tele?
¿Alguien se siente feliz de vivir gobernado por un aparato que, para colmo, tuvo que comprar y pagar bien caro? Observemos las salas de nuestras casas… ¿No notan que está dispuesta alrededor del televisor? ¿Les parece normal? ¿Sano?
¿No se sienten cansados de tanta mierda?
¿Nadie ve el daño que le estamos haciendo a la tierra con el “modo de vida moderno”?
¿Nos vamos a quedar así sentados?
10 - La paz
Carretera oaxaqueña hacia el Pacífico – 06-05-09 – Noche magnética del propósito – Por Pichi
Nada genera tanta impotencia y dolor, nada tanta rabia, indignación; que ver un aparato policíaco represivo que avanza de forma maligna sobre aquellos que tratan de defender su tierra, su sitio. Así nos despidió México…
Oaxaca fue el último territorio que pisamos antes de salir del país. Camino a las costas del Pacífico de esta ciudad (ciudad que, por cierto, está cargada de una historia de lucha y resistencia potente) la postal de la injusticia nos tomó por espectadores.
En Ocotlán, pueblo cercano a la capital oaxaqueña, mil oficiales de la Policía Federal Preventiva nos mostraron la peor cara de la impunidad; cuando, armados de gases, cascos y violencia, intentaban de la peor forma, “ahuyentar” a un puñado de personas que luchaban por impedir la instalación de una empresa minera canadiense.
Mil oficiales significa mil oficiales. Sin exageración.
Un puñado de personas que luchaban significa abuelos, jóvenes, mujeres; todos sobre la ruta caliente defendiendo sus derechos, soportando la indiferencia de su mismos hermanos.
Una empresa minera canadiense significa la destrucción de un pueblo…
Salir de México significó despedirnos del lugar que nos acogió durante medio año y al mismo tiempo despertar a la impunidad e injusticia que en ese país se vive. Despertar nuestra impotencia de no poder intervenir en un asunto humano, que se intenta resolver con armas.
“Ustedes son extranjeros, y no tienen nada que ver aquí” fueron las últimas palabras que escuchamos de boca de un par de mafiosos, como queriendo ocultar una realidad que ya se hacía evidente. Y así nos fuimos, con los ánimos un poco bajos, pero la rabia totalmente encendida.
Mazunte – 07-05-09 – Semilla lunar del desafío – Por Galo
Antes de irnos de México necesitábamos esto. Unos días de paz y conexión con lo natural. Ya lo habíamos previsto. Era un buen final. Y todo sincronizaba, el final de la visa, el cumple de Pichi, el mío, el final del trabajo, la influenza, los 500 días de gira,…
Era un buen momento para esta playa agreste y maravillosa. Y fue una buena curación. Y para acompañarla es que habíamos traídos durante casi 1500 kilómetros, bien escondidos, los peyotitos mágicos que nos habían sobrado de aquella ceremonia en el desierto. Es así como celebramos tanta sincronía. Despiertos. Conectados con nuestra madre Tierra. Felices.
Punta Cometa - 09-05-09 – Enlazador de mundos auto-existente – Por Maty
A veces no entendemos si lo que hacemos esta bien o mal, pero simplemente lo hacemos porque pensamos y entramos en la duda de si es mejor quedarse o seguir. Y seguimos. Quizás nos estemos olvidando que somos seres espirituales y no sólo mentales:
Nueve y diez de mayo del 2009, me encuentro sentado en la arena, mis piernas están cruzadas y mantengo la columna derecha, mi espalda erguida y mi cabeza hacia adelante con el mentón arriba, mis ojos están en dirección a la luna. En la arena hay un circulo azul y blanco, ese círculo rodea la superficie que ocupa mi postura, o mas bien yo soy quien está ubicado dentro de este círculo, formando así una especie de protección con el exterior, o si alguien lo mirase desde arriba se está formando simplemente un círculo con alguien adentro. Yo puedo contar bien qué es este círculo, pero no se aleja de lo que venimos hablando, una especie de protección hacia el mundo exterior, una especie de escena en el todo…
Rato después…
Yo estaba ahí sentado, y es ahí donde acepté la propuesta de la luna, es ahí donde encontré una puerta más hacia lo espiritual, es ahí donde me deje llevar. Cabe destacar que un factor importante fue una maraca. La maraca estaba ubicada en las manos de alguien que la manejaba, alguien que hacía de canal entre yo y algo más, alguien que estaba ahí, una persona que jugaba conmigo, como decía el Che “un verdadero compañero”. Alrededor de esta escena resaltaba el lugar, el lugar era una bahía, los azules de la luna llena entonaban a todos los seres vivos de este espacio con todos los colores y matices del gris, azul, verde o violeta. El mar estaba muy presente, sus olas rompían cada segundo y medio dando un ritmo vivo y sincrónico a lo que a mí me estaba por ocurrir.
Cualquier explorador que hubiese querido llegar a ese sitio, lugar fácil de encontrar después de pasar por algunos montes, encontraría esa noche una especia de aquelarre, porque por distintas partes de esta playa había diferentes escenas. Yo creo que la decisión de un personaje, como ese explorador, se hubiese atrevido a bajar y jugar conmigo, o con el lugar, o con algunos de los que ocupamos… Yo en particular no lo vi, quizás alguien llegó, pero esa es otra historia…
Volviendo a mi historia, todo fue un momento hermoso, sólo me basto fijar la mirada en la luna con mi cuerpo erguido y mis piernas cruzadas, para yo cerrar los ojos y dejar que mi compañero/a jugase conmigo una especie de complicidad. Un empuje al ritmo y a lo sonoro entraron por mi mente, fijándose en el tercer ojo y luego por diferentes puntos del chakra… Ahí lo que se siente es bien personal, tanto así que no me alcanzarían las descripciones, pero comprendí una vez más, en manos de la naturaleza sentí como nuestro cuerpo manejado con la mente se limita a mil viajes que nos pueden dar el simple hecho de estar entregado a lo natural y al juego lunar.
Repito, a veces no entendemos si lo que hacemos está bien o mal, pero simplemente lo hacemos porque pensamos y entramos en la duda si es mejor quedarse o seguir. Y seguimos. Quizás nos estemos olvidando que somos seres espirituales y no sólo mentales.
Fue una experiencia hermosa que quería compartir con ustedes y con confianza les digo que no nos olvidemos quiénes fuimos los seres humanos.
Mazunte – 10-05-09 – Mano entonada del esplendor – Por Juan
Sandías con arena.
Jugar, jugar de nuevo, volver a jugar. Parecíamos niños en colonia de vacaciones, sólo que sin mayores ni horarios que controlen.
Allí compartimos con la Vale, nuestra gran compañera y amiga de viaje, aquella que te canta la posta, el diagnóstico del estado grupal con la misma sinceridad con la que se ríe sin mesura.
Allí festejamos el cumple de la Pichi y del Galo, en el mar, con la luna llena y Mezcalito que pintaba con ritmo y armonía los paisajes que nos rodeaban. Charlando en las rocas con un compa, sintiendo adrenalínicamente cerca el choque del mar, terminó esa noche memorable.
México nos mostró cuán polares somos el extremo norte y el extremo sur de nuestra gran Latinoamérica y cuánto atractivo hay en los opuestos. Estamos agradecidos con esta tierra que nos regaló la historia de nuestros antepasados en carne viva, corazones que laten fuerte, gargantas que gritan hasta desquebrajarse. México nos mostró el propio límite grupal, nos marcó con señales hasta dónde podíamos llegar, hasta cuándo podíamos estar, hasta dónde podíamos jugar. México fue el fin de la ida y el comienzo de la vuelta, y las vueltas. Los regresos implican cuidarse un poquitín de más para que aquella confianza ganada no sea la que rompa la cuerda que nos sostiene, para que sigamos eligiéndonos con más fuerza, para volver a crear con todo lo que cargamos en la mochila.
Hay un frase que leí en un libro de Liniers que dice así: "Muchas veces en el arte como en la vida hay que elegir entre sentir o entender"
Gracias México.
Carretera hacia Guatemala – 11-05-09 – Estrella rítmica de la igualdad – Por Galo
Ese día contamos 500 desde aquella lejana partida de Argentina en busca de todo esto, aunque sin saberlo concientemente. 500 días son más que simbólicos para nosotros, son una muestra de claridad. Son la demostración de que lo colectivo sí es posible en medio de esta gran moda del individualismo. De que los sueños sí son realizables, pero necesitan de la voluntad, de la paciencia, de la humildad, de la aceptación, de la evolución constante. De la evolución real, no la de Darwin que seleccionaba divinamente a los mejores y descartaba a los peores, no, la evolución que necesita de todos y cada uno, la que se hace a fuerza de trabajo y entrega. De constancia.
Ese es todo nuestro secreto.
Ese, y el amor.
FIN
Agradecimientos
Gracias al Duende, a los muchachos del Club-Kombi, a Carlitos Espejel. Gracias a Paola, Yan y Rubén. A los pescadores de Veracruz. A Narinas. Al gran poder de Mezcalito. Gracias a Lilian, Alicia y Paty, también a Rufo y los hermanos Caradura. A Mañas y Mario. A nuestra querida familia del Breve Espacio. A todo los del colectivo CASOTA por su hospitalidad y su apoyo. Al Cosme por su alegría. A Leo, el cocinero argento. A Israel por la gira en la mixteca, y también a su familia. A Don Pánfilo por su sabiduría y a toda la gente linda que conocimos en las comunidades. A la ONG Cactus. A Arte-Jaguar por convertir a la Colo en una obra de arte ambulante. Al cordobés Martín y a nuestra querida Vale.
III Gira Latinoamericana – Día 450 – México
Nota
Luego de nuestra estadía en Chiapas, viajamos hacia Puebla. Allí transcurrieron más de dos meses de experiencias fuertes y mucho trabajo. Grandes encuentros se sucedieron durante esos inolvidables días en aquella ciudad. Sin embargo estos acontecimientos se revistieron de un matiz tan particular, tan inefable, que hemos decidido no relatarlos. En cambio de nuestras habituales bitácoras de viaje, hemos construido un relato fantástico inspirado quizás en la esencia de nuestras sensaciones durante la estadía en Puebla.
Es importante recalcar que, tanto los personajes como los hechos que aquí se narran, son imaginarios. Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
O no.
El Pueblo
I - Propósito
Decidimos viajar a El Pueblo sin saber bien por qué. Llegamos impulsados por un vago presentimiento de que, en aquel lugar, podríamos encontrar indicios que nos acercaran a nuestro objetivo. Las características concretas de nuestra visita eran más bien adversas, pero primaba un movimiento visceral, una corazonada. Por alguna lejana razón suponíamos que El Pueblo podría ser un sitio esencial. Y lo fue.
Por supuesto que no calculábamos que las cosas sucederían de semejante manera. Ni siquiera sospechábamos una temporada tan intrincada, tan llena de complejidades y misterios. Pero tampoco habíamos previsto tan enorme final.
Llegamos a El Pueblo encubiertos, lógicamente. Nos hicimos pasar por una compañía de teatro itinerante. Adquirimos equipos, vestuarios, todo tipo de cosas que hicieran más verosímil nuestra coartada. También preparamos algunas obras teatrales, acudiendo a algunos principios aprendidos sobre el arte dramático. No quedaron nada mal. Eran convincentes. Comenzamos a vestirnos con ropas desinteresadas, mezclando colores y estilos con impunidad. Nos hicimos excéntricos peinados. Tuvimos que habituarnos a fumar Cannabis Sativa. Ensayamos los modismos de un lenguaje vulgar y cotidiano, aunque inteligente. Inventamos una historia de siete años de esta compañía teatral, que había nacido allá en el Río de la Plata de manera experimental, en los trenes subterráneos. Y que luego creció y fue progresando. Y que así comenzó a viajar por el continente. Y así llegó a estas latitudes. Nos repartimos roles, nombres, personalidades. En fin, construimos nuestro terreno profesionalmente, como sabemos hacerlo. Todo estaba bien afinado para que no hubiera errores en nuestro plan.
El objetivo era claro, teníamos que encontrar a La Colo.
II – El Pueblo
El sitio conocido como El Pueblo, no es tal cosa. Es en realidad una gran ciudad. Una urbe de habitantes enigmáticos y duales, por momentos cerrados. Casi como los edificios que componen el centro histórico de la ciudad. Antiguos, coloniales, decorados con bellas mayólicas gastadas y frisos de retorcidas formas. Las plazas son impecables y aburridas. En cada manzana hay una gran iglesia. En cada iglesia un cura enclaustrado señalando a cientos de fieles pecaminosos que no hacen más que presencia formal.
En El Pueblo la religión es fuerte. Dirige, da orden a las cosas. Pertenece de raíz al Gran Poder. La iglesia marca el ritmo y pocos se atreven a desoírla. No lo hace sola, tiene aliados. El gobierno y la policía son amigos de la iglesia. Y también se alinean con el Gran Poder. El gobierno es corrupto, lascivo. La policía es ostentosa, agresiva, necesariamente ignorante. Se pasean en helicóptero todos los días por encima de la ciudad, con dos monigotes encapuchados cargando una escopeta de largo alcance, a los costados del vehículo, listos para lanzarse desaforadamente contra ese delincuente que sólo ven en las películas extranjeras al llegar a la noche a sus casas.
El Pueblo es una ciudad de seres muy polarizados.
Arquetipos extremos pueblan El Pueblo y es como un laberinto de personalidades.
III – Inmersión
Nuestro primer acto consistió en contactarnos con alguna gente que habíamos seleccionado como “apropiados” para la etapa de inmersión. Eran un grupo de amigos músicos, malabaristas, artesanos… pensadores. Vivían juntos en una casa antigua. Debíamos mezclarnos con este tipo de personas para comenzar. Entramos a ese mundo sin problemas. Pronto, éramos parte. Nadie dudó siquiera de nosotros, nuestra coartada se manifestaba verosímil. Allí encontramos buenos aliados espontáneos. Pero allí también se gestó nuestro primer encuentro con el Gran Poder. Se desató a partir de entonces una serie de acontecimientos que marcaron el paso de todo este tiempo de estadía en El Pueblo.
En la casa vivían Manuela, Delicia y Marcel.
Manuela viene del otro continente, busca su vida aquí, explora este nuevo mundo para encontrarse a sí misma. Fue nuestra gran aliada desde el principio y hasta el final. Delicia es local. Alegre, hilarante, parece siempre feliz aunque no siempre lo esté. Es bailarina, pero no sabe bien de qué. A veces se traiciona por hablar demasiado. Marcel, alias el francés, decía ser aprendiz de trapecistas y equilibristas. Su mirada mantiene una constante interferencia, como cuando se quiere mirar más relajadamente de lo que en verdad se está.
Para fortalecer nuestra coartada, y como estratagema para inmiscuirnos más en aquél mundo, dimos a entender que necesitábamos alojamiento solidario. No hubo problema, las chicas estaban encantadas con nuestra llegada. Marcel no tanto, pero sonreía igual.
Allí sucedió una primera semana bastante tranquila. La agente Jojoy, a quién designamos el falso rol de manager de la compañía teatral, comenzó a desempeñar su papel con maestría. Pronto consiguió funciones en diversos ámbitos, hizo interesantes contactos, comenzó a abrir caminos de búsqueda. Los demás fuimos adaptándonos de a poco a la situación. Estábamos un poco despistados sobre cómo empezar, por dónde. Quizás por eso mismo un poco desprevenidos. El agente Dragón ya había comenzado a desplegar todos los equipos de rastreo, los micrófonos, un neuro-radar, diversos detectores. El resto comenzábamos a interrelacionarnos con la gente de la ciudad en busca de indicios válidos para nuestra investigación. El agente Gaviria especializado en la seducción y la hipnosis, el agente Sem, experto en disponer de las situaciones sociales y dado a las tareas místicas, y yo, el agente Moebious, dedicado a la logística y la retórica, empezamos a desplegar nuestras habilidades en favor de nuestro objetivo fundamental, encontrar a La Colo.
A aquella casa llegaba gran cantidad de gente. Funcionaba como un reducto clandestino de encuentro. Venían integrantes de diversas bandas de la ciudad, los Piedreros, los Cirko, los Calleja. Muchos de ellos mezclados, integrantes de dos o más bandas a la vez. En general se trataba de bandas positivas, desalineadas del Gran Poder. Quizás por momentos oscuras en algunos puntos, pero definitivamente no pertenecientes al enemigo. Pero entre ellos había se inmiscuía alguien más. Uno que, a pesar de tener relaciones con la banda de los Payasos Asesinos, era amigo y carnal de algunos de los que acudían a la casa. Le llamaban Cáspita. Desde el principio notamos la influencia que ejercía sobre algunos, y principalmente sobre Marcel. A cada rato podía vérselos apartarse de los demás y cuchichear. Nosotros, evidentemente, éramos un tema principal entre ellos. Sin embargo las apariencias seguían sosteniéndose, de parte de ellos y de parte nuestra.
Pero una noche nos sorprendieron. Se organizó una reunión en casa de unos amigos, viajeros del otro continente. Había vinos, comidas y música. Por eso nos reunimos todos en la casa y salimos juntos. Cuando ya habíamos caminado un par de cuadras, Marcel se detuvo y dijo que se había olvidado algo. Entonces volvió solo a la casa. Los demás llegamos a la reunión y, recién una hora después, llegó Marcel. Hasta ese momento su movimiento no había resultado extraño. Pasaron unas agradables horas de plática y canciones. Ya avanzada la noche, cuando la reunión se había dispersado un poco y algunos salían a comprar más bebidas, Marcel se deslizó sutilmente y se fue de allí, solo, con incierto destino. Casi no lo advertimos, un poco atontados por el alcohol.
Cuando regresamos a la casa con Manuela, entramos suavemente porque era de madrugada. Antes de irme a dormir, cuando los demás ya lo habían hecho, quise revisar que todo estuviera en orden. Y entonces me encontré con la ingrata sorpresa de que habíamos sido sorprendidos. Nuestros dos nano-espías electrónicos, escondidos estratégicamente en la casa, habían desaparecido. Busqué atolondradamente alrededor de los lugares, aún sabiendo que era ridículo. El Gran Poder se había manifestado sin ocultar sus intenciones. Incluso sin ocultar a su actor. No cabían dudas, no había otro autor material más que Marcel, el francés, que había actuado impunemente, apoderándose de nuestros dos dispositivos de rastreo, firmando de esta manera una seria amenaza.
Nuestra reacción fue inmediata. Nos encargamos de dejar al descubierto a Marcel, que no había contado con tan descarada acción de nuestra parte. Sin aclarar exactamente qué eran, denunciamos la desaparición de los dos pequeños dispositivos electrónicos. Con decisión y grupalidad, accionamos de manera tal que quedara explícita la entrega de Marcel (y la posible complicidad y quizás autoría intelectual de Cáspita) a las oscuras fuerzas del Gran Poder. Nadie más podría haberlo hecho, todo el mundo se dio cuenta de eso, así que no nos costó nada sacarlo de la jugada. Su paso fue precipitado y tonto. Sólo conservó contacto con algunos de otras bandas, pero ya no pasó de eso, asustado por nuestra reacción contundente. Entonces, nos mudamos inmediatamente a otro lugar, nuestra nueva base de operaciones, la 5inco. Más tarde también se fueron de aquella casa Manuela y Delicia, se fueron a vivir con Josefina, alejándose irremediablemente de la influencia de Marcel.
IV – La 5inco
Habíamos entrado en contacto con un aliado local, el agente Chimango. Era un pequeño hombrecito bien audaz y dinámico. Se especializaba en equipos de video y sonido. Mantenía una base encubierta en pleno centro de la ciudad. Le llamaban la 5inco. Allí nos reagrupamos luego del incidente con Marcel. Nos instalamos en el tercer piso, semi abandonado, de aquella antiquísima casona. Una escalera oscura y sucia subía por fracciones hasta aquel sitio. La casa era bien amplia, con muchas habitaciones dispuestas a lo largo, todas conectadas entre sí y con grandes ventanales que daban a la calle. La luz de los viejos faroles de la ciudad entraba por las noches rebanada con la forma de las ventanas, iluminando parcialmente la casa. Las paredes altas, por cien veces descascaradas, lucían variados colores y tonalidades que daban un aire psicodélico a los espacios. La parte de atrás, que consistía en un baño y una pequeña habitación, se encontraba casi derrumbada y por lo tanto no accedíamos allí. En la casa no había agua y por lo tanto debíamos subirla periódicamente con una bomba instalada en el patio de abajo del edificio. Pero a pesar de lucir inhabitable, la base tenía sus buenas ventajas. Estaba excelentemente ubicada, tenía un punto de vista estratégico, era grande y pertenecía a nuestros aliados. El agente Chimango se encargaba de vigilar el lugar y también de administrarlo. Su contribución a nuestra misión fue tan importante que, sin ella, quizás no hubiéramos llegado a dónde lo hicimos. Y una ventaja más tenía la casa, vivía allí una abuela purificadora llamada Macusa, que se encargó cada día de limpiar nuestros corazones y conciencias para evolucionar hacia nuestros propósitos. Así la 5inco se convirtió en un punto estratégico para comenzar nuestra tarea de revelación de los enigmas que El Pueblo nos proponía.
V – Los otros
La creciente cantidad de presentaciones nos permitió conocer cada vez más gente. Entre los tantos que comenzábamos a distinguir, aparecieron en escena Saúl, su esposa Camelia y su pequeña hijita, Hilda. Desde el principio Saúl, un hombre grueso proveniente del norte, de mirada insistente y escrutadora, se mostró de lo más hospitalario y amistoso. Camelia era silenciosa, sonreía como respuesta a todo y cuando ya no le quedaba otra opción, dejaba salir un torrente atolondrado de palabras que, a pesar de no parecer, tenían cierto sentido. Hilda, la hija de ambos, era la más sorprendente. Era una niña, pero no. Dentro de aquél cuerpecito actuaba una anciana legendaria. En su mirada, en su decir, pero sobretodo en su sonrisa llena de complicidad, se denunciaba su verdadera edad. Una antigua mujer se había hecho carne en la pequeña Hilda, quién sabe a través de qué sortilegios.
Saúl y su familia comenzaron a estar siempre. Su presencia era casi disciplinada. Una noche, que organizamos una pequeña reunión estratégica en la 5inco, la familia llegó a la casa. Saúl, envuelto en una gran capa, entró confianzudamente y saludó con efusión a cada uno de nosotros, abrazándonos. Luego descubrió una botella de tequila que ocultaba bajo la capa. Camelia entró después, invisible. Y, pegada a su enorme sonrisa, llegó Hilda, que nos saludó respetuosamente a todos, mencionando nuestros nombres como si los conociera desde hace siglos. Nos miraba fijo a los ojos, y sonreía. Y en este acto decía tantas cosas. Uno parecía leer varios sub-textos en cada intervención de la niña.
La bebida y la música, y también lo amplio de la casa, hicieron que la reunión vaya distendiéndose. Habíamos algunos aquí, otros allá. Unos fumaban en el balcón, otros platicaban en la cocina. Entre tanto, siempre alguno de nosotros vigilaba sutilmente todos los espacios de la casa.
Entonces fue cuando Hilda, la niña anciana, comenzó con su danza. Su danza reveladora de los otros. Se las ingenió para ir encontrándose con cada uno de nosotros a solas, en algún rincón de la casa, para mostrarnos aquella realidad que no veíamos. Cuando el agente Dragón entró en el baño, se estremeció al ver a la niña hablando con una muñeca, sentada en el inodoro. Ella se volteó para mirarlo, segura de encontrarlo allí. Hilda, sin dejar de sonreír y de clavar la mirada en el Dragón, señaló el otro rincón del enorme baño, donde estaba la seca bañera inútil desde hace años.
-¿La ves? -preguntó suavemente la niña.
-¿A quién? -preguntó a su vez el Dragón con su acostumbrada sequedad
-A ella. -respondió Hilda volviendo a señalar la bañera.
El Dragón ya enfadado y dispuesto a retirarse del baño y aguantarse las ganas por un rato más, volteó instintivamente y quedó petrificado. Vio con estupor como una dama se bañaba en aguas burbujeantes, distorsionada por los vapores que subían de la tina llena. La dama se frotaba con una esponja, delicadamente, y cantaba bajito una canción. Nunca pareció percatarse de la presencia de ellos.
Más tarde Hilda le mostró a la agente Jojoy, el niño que lloraba escondido dentro de la despensa. Le develó a Gaviria el aquelarre que sucedía en el altillo. Nos mostró a Sem y a mí la presencia de un señor de traje raído que vagaba farfullando por toda la sala grande sin encontrar lo que aparentemente buscaba.
La pequeña Hilda nos reveló el secreto de la 5inco, no éramos los únicos habitantes. Aquel aprendizaje nos sirvió para presentarles a los otros nuestras disculpas por el caso. Y para pedirles permiso de permanecer allí, respetando también sus espacios y sus cíclicas costumbres.
Pronto nos habituamos a los otros. Y ellos, a su manera, nos tomaron cariño. Eran muchos, pero bien sutiles y discretos. Tan etéreos que de día ya no se los podía ver.
Saúl y su familia continuaron visitándonos con frecuencia y ayudándonos en cuanto pudieron. Hilda nunca dejó de sonreírnos de esa manera tan perturbadora y de revelarnos secretos sobre fantasmas y aparecidos.
VI – El Moro y los Botará
Pronto supimos de una banda aparentemente independiente del Gran Poder, que actuaba al mando de alguien llamado el Moro. El Moro era un tipo corpulento aunque blando, de mirada corta y atropellado al hablar. Usaba un sombrero campesino que desentonaba con su estilo gimnástico. La banda se conocía como los Botará. Mantenían una gran base en el centro de la ciudad, llamada Kosovo. Era un edificio abandonado, lleno de bártulos y objetos inservibles. Allí se reunían y planeaban sus actos. Allí los fuimos a ver. Ellos ya conocían algo de nosotros, casi podría decirse que nos esperaban. Si bien se declaraban contrarios a las órdenes del Gran Poder, un halo extraño podía adivinarse en sus muecas y sus maneras de comportarse y de farfullar secretamente entre ellos. No en todos por igual, evidentemente allí había infiltraciones. Sólo una persona sin dudas era sincera y sin dobles intenciones, Luz. Ella era la colaboradora directa del Moro. Hacía sus trámites, solucionaba sus problemas. Desde el principio mantuvo excelentes relaciones con nosotros.
Para sellar nuestro encuentro con los Botará, hicimos lo que tradicionalmente se hace entre las bandas de El Pueblo, jugamos al juego de pelota. Nos retiramos a un parque alejado del centro y nos enfrentamos simbólicamente en ese juego colectivo. Perdimos por un tanto. El partido terminó amistosamente, sin mayores anécdotas, pero algo quedó latente. Una especie de interferencia. Algo que se manifestaría más adelante y que ninguno de nosotros imaginaba…
VII – Refuerzos
Uno de nuestros primeros contactos en El Pueblo fue la agente Nita. Tanto ella como su compañera indeclinable, la agente Lila, se mostraron activas e involucradas con nuestra misión. Casi no teníamos referencias de ellas. Sólo un informe nos había llegado diciendo que eran confiables, aunque propensas a la dispersión y el desvarío, amantes de la oscuridad y los juegos nocturnos. Necesitábamos medirlas, conocer sus pormenores, sus intenciones. Nita era una joven de contextura pequeña y sonrisa oculta. Su voz era breve y contrastaba con su ritmo vertiginoso. No paraba de hacer cosas y de estar ocupada. La agente Lila, en cambio, se comportaba más desenvuelta y reía con fuerza cuando se le venía en gana. Su cabellera morena caía pesada a los lados de su rostro, enmarcándolo con estilo gótico. Sus vestidos negros y largos, sus tachas, sus ojos negros profundos, le daban un aire de cómic policial que no dejaba de resultar atractivo. De hecho se la conocía en la ciudad por el apodo de la dama de negro. Ambas, casi inseparables, resultaron aliadas importantes en nuestra aventura por El Pueblo. Eran locales y por tanto se manejaban con destreza por la ciudad. Conocían sus rincones y sus antros. Nos guiaron y acompañaron cada vez que nos vimos en problemas. Estuvieron también en los momentos de paz y celebración. Siempre a nuestro lado, se entregaron sin especulaciones, demostrando ser genuinas guerreras del bien. Se escondían durante el día en un antiguo altillo de pequeñas ventanas decoradas con tenebrosas gárgolas al que llamaban El Cubo.
VIII – La logia de los payasos asesinos
Claro que la discreción hubiese sido el mejor estado para pasar aquellos días. Pero El Pueblo es una máquina de multiplicar rumores. Pronto, el enemigo confirmó nuestra presencia y no tardó en actuar. Una noche, mientras descansábamos de una jornada agitada, en la 5inco se sintieron unos crujidos. En verdad, la casa crujía todo el tiempo, estaba derrumbándose lentamente. Pero esta vez los crujidos fueron un poco raros. Comenzaron a sonar en la puerta de entrada, y luego en las ventanas, del lado externo. Casi todos dormíamos, Gaviria cumplía su turno de vigilancia. Luego de los crujidos, ocurrieron unos instantes de silencio. Entonces en la puerta de entrada se escuchó algo así como una lejana carcajada, aguda y latosa. Sonaba como una grabación en cinta. Inmediatamente se fueron sumando otras risas, y cada vez fueron más. Comenzaron a oírse por todos lados. Pronto en todas las aberturas de la casa se escuchaban estas siniestras risotadas. Gaviria se acercó a la puerta, lentamente. Estaba a punto de tomar el picaporte cuando de pronto una mano en guante blanco rompió un vidrio de la puerta y asió fuertemente la muñeca de Gaviria. Del otro lado de la puerta, el agente pudo ver a un hombre fornido, totalmente maquillado y vestido de payaso, portador de una mueca furiosa. Comenzó a torcer el brazo de Gaviria y, mientras, emitió un grito ronco que parecía una señal de ataque. Instantáneamente, en todas las ventanas, comenzaron a romper los vidrios. Gaviria sacó su puñal y cortó la mano que lo agarraba. Todos nos despertamos precipitados y empezamos a batallar improvisadamente con las decenas de tipos que trepaban las paredes e intentaban penetrar a la casa por distintos lugares. Venían todos vestidos de payasos, con siniestros maquillajes que deformaban sus rostros. Empujábamos a algunos, a otros lográbamos herirlos. Pero no había manera de detenerlos. Caían desde lo alto a la vereda y de inmediato se reincorporaban. Estaban exacerbados. Y eran demasiados.
Sem los detenía en la ventana del fondo, les daba puñetazos con sus largos brazos. El Dragón preparaba una trampa eléctrica a máxima velocidad. La agente Jojoy y yo corríamos de una ventana a otra con palos y puñales. El agente Gaviria se mantenía firme en la puerta de entrada. Pero pronto comenzaron a rebasarnos. Eran muchos y no morían, ya estaban muertos. De pronto una pared comenzó a ceder a los golpes que le asestaban por detrás con algún objeto grande y pesado. La casa no resistía. Estábamos en serios problemas. Un asqueroso payaso raquítico logró penetrar por la ventana del baño y se abalanzó contra Sem que le daba la espalda, entretenido en tirar payasos desde el balcón. Pero allí estaba el agente Dragón listo para actuar. Acababa de terminar la última conexión y, con un largo caño de cobre electrificado, atravesó al payaso intruso, calcinándolo con su voltaje. La pared casi era un agujero. Las ventanas estaban infestadas de payasos macabros. La puerta de entrada ya cedía. Parecía nuestro fin.
Pero mágicamente, en el clímax de la batalla, se escuchó una melodía en la calle. Arpegios frescos sonaban allá abajo, las cuerdas de un noble instrumento. Los payasos instantáneamente dejaron de luchar y se voltearon para escuchar esa música, mecánicamente. Se hipnotizaban. Mientras recuperaba la respiración me asomé y vi como todos los payasos empezaban a bajar a la calle oscura y comenzaban a caminar siguiendo el sonido. Miré hacia la esquina y no pude contener mi alegría. Allí estaba un viejo aliado, sentado en su banquito tocando su mágica mandolina, el agente Mota. Me vio de lejos y sonrió mientras seguía punteando su instrumento. Pude adivinar que guiñaba un ojo. Los payasos se acercaban en masa hacia él, sin poder evitar los influjos de esta música. Cuando llegaron cerca de él, se agruparon como un público morboso y se quedaron allí balanceándose al compás. Entonces contemplamos, sumando más sorpresa a nuestra sorpresa, que una muchacha menuda aparecía por un costado, armada con un enorme lanzallamas. Rápidamente reconocimos a la agente Pichuela, que llegaba a tiempo una vez más. A una señal de Mota, encendió su arma y cocinó a los monstruos que chillaron estruendosamente mientras se consumían en las llamas. Un olor apestoso invadió todo el centro de la ciudad. Olor a carne muerta que se vuelve a morir.
Así fue que se unieron a nuestras tropas estos viejos amigos. El agente Mota y la agente Pichuela, a quiénes conocimos en otra misión más al sur del continente, otra vez estaban con nosotros.
Nos salvamos. La aventura comenzaba a calentarse y de la Colo no había rastros.
IX - La desazón
Un día, amaneció nublado, cosa rara en El Pueblo, donde el clima es seco y más bien árido. Aquél día el cielo estaba bien cubierto y pesado. Parecía que las nubes estuvieran allí, arriba de los techos y no mucho más lejos. Por los vidrios rotos de la casa entraban ráfagas de viento frío a cada rato. Esa mañana, todos nos despertamos tristes. No porque pudiéramos percibirlo así o porque lo hayamos comentado, más bien era un vacío espiritual, una flojera del ánimo general. Aún así nos levantamos, e incluso intentamos nuestros rituales cotidianos, desayunar todos juntos, tomarnos de las manos antes de comer, reír temprano para asegurarnos una buena jornada. Ese día no nos alcanzaba la energía para tanto. Cada uno arañó lo que pudo para desayunar, nos sentamos distanciados, casi sin hablarnos. A medida que avanzaba la mañana estos sentimientos se agudizaron. Al mediodía Sem se encerró en su habitación, Gaviria ya había huido a la azotea, Jojoy se volvió a acostar. El Dragón se abstrajo en tareas pequeñas, casi sin sentido. Pichuela y Mota andaban dispersos y cabizbajos por la casa. Yo no podía concentrarme en nada, todo me parecía mal, a destiempo, desafinado. Me sentía asqueado. Y por eso salí de la casa. Me puse a caminar sin sentido por las antiguas calles de El Pueblo, caminé sin tener noción de los lugares. Cuando me di cuenta estaba en un callejón bastante angosto. Me detuve un momento y vacilé. Mi tormento interno se había vuelto punzante. Sentía deseos de llorar y no me permitía hacerlo. Con ese fin me mordía los labios con rabia. Empecé a correr por aquel callejón que se curvaba y que escondía su final. Corrí hasta que di con una pared que interrumpía la callecita drásticamente. Había bolsas y tachos de basura, también cartones tirados. Me detuve agitado y contemplé la escena. Inmediatamente me deshice en llanto. Tuve que agacharme para temblar en paz. Lloré largo rato. De pronto sentí que una mano se apoyaba en mi hombro, pero con tal tono y seguridad que no permitió estremecerme. Simplemente calmó mi sollozo e a poco. Entonces volteé lentamente para ver quién me tocaba.
Era una mujer con una gran cabellera negra y tormentosa, de ojos enormes y penetrantes. Vestía una especie de túnica turquesa, con tintes violeta y amarillo. De su cuello colgaban adornos vistosos. Sonreía de una manera misteriosa, pero amable. Se inclinó hacia mí y me dijo con acento extraño:
-Ezo que te eztá pazando ez zólo en el plano de la iluzión. Tu y tuz compañeroz deben dezpertar. Alguien los daña dezde fuera y eze alguien tiene mucho poder y ez cazi inazible. Cada vez que te ataque la dezazón, debez acudir a la limpiadora. Ella ze llama Daal, la bondadoza. Ella zabrá limpiar zuz ánimoz. Pero deben dezcubrir laz cauzaz profundaz y rezolver los problemaz de raíz. Un zer los interfiere zin querer hazerlo, lo haze porque ya no pozee voluntad, zólo zirve al Gran Poder.
Dijo todo esto con matices excéntricos, haciendo pausas y bajando la voz por momentos, con esa forma tan especial de decir sus eses.
Luego de hablar se quedó mirándome fijo y sonriendo. Al terminar dijo, mientras anotaba algo en un papel:
-Buzca a Daal, la bondadoza, en ezta dirección. Ella zabrá…
Me dio el papelito, dio media vuelta y comenzó a irse.
-¡Espera! -alcancé a decir tontamente.- ¿Quién eres? -agregué.
Se detuvo, giró levemente la cabeza y dijo sonriendo con profundidad:
-Zoy Zoraida, la perza.
Y se fue.
Volví corriendo a la casa, sin saber porqué llevaba tanta prisa. Sentía renovadas fuerzas. Llegué casi sin perderme, como si hubiera prestado atención al camino. Cuando llegué a la casa, me encontré con un panorama terrible. El Dragón discutía fuerte con Sem, Jojoy lloraba tirada en la cama, Gaviria nunca había bajado de la azotea. Todo estaba tenso y el malestar era casi palpable. Traté de hacerme escuchar. Les conté como pude mi encuentro con Zoraida. Quise explicar mi sensación, pero me resultaba imposible, el enojo y la desazón volvían a crecer en mi interior. Ya casi no me interesaba todo eso. Pero algo en el fondo me decía que debía luchar. Insistí en que teníamos que ir a ver a Daal, la bondadosa. Pero nadie tenía fuerzas. Entonces me puse a gritar casi violentamente. No lo pude controlar. Grité que nos íbamos a morir de pena o nos íbamos a terminar matando entre nosotros. Que nos estábamos volviendo locos. Que algo estaba pasando.
El día se había puesto más gris y frío aún. Una punzante lluvia se desató en ese momento. Caía helada y oblicua, como esquivando los paraguas.
De pronto parece ser que reaccionamos. Hasta Gaviria volvió de la terraza al oír los gritos. Nos miramos todos, un rato. Y luego, como instintivamente, salimos corriendo de la casa. La dirección que me había dado Zoraida no era lejos de allí. Corrimos todos juntos, torpemente, tropezándonos. Y por fin llegamos, empapados por la lluvia, a la dirección indicada. Era una pequeña puerta de madera, raída por el tiempo. Estaba entornada, aunque visiblemente abierta. La empujamos, nos asomamos y, al no ver a nadie, entramos de a uno a ese pequeño local casi vacío. Un mostrador nos cortaba el paso. Del lado opuesto sólo había un biombo que evidentemente cubría una segunda habitación. Nadie acudía. Esperamos un rato, incómodos y helados, sin decir nada. Alguien golpeó las palmas como llamando. Pasaron otros breves segundos silenciosos. Y entonces, como un títere que sale de su retablo, se asomó de detrás del biombo una pequeña jovencita de pelos cortos y revoltosos. Al vernos sonrió llena de alegría y nos dio la bienvenida. Entró a la pequeña habitación secándose las manos mojadas. Nos saludó a uno por uno. Nos llamó por nuestros nombres. Su alegría era tanta que no pudimos evitar aliviarnos un poco.
-¡Qué maravilloso que hayan venido! Verdaderamente no hubiera imaginado una visita mejor que esta. Estoy fascinada con su presencia, me siento realmente espectacular. Muchas gracias por haber venido…
Daal, la bondadosa, no dejó de decir frases de este tipo con creciente emoción y cada vez demostrando mayor felicidad. Nosotros no emitimos una palabra, pero no podíamos dejar de oírla. Nos cautivaba con su dicha. De pronto, sin que nos diéramos cuenta de cómo, ella ya estaba despidiéndonos y dando por terminada la visita. Alcanzamos a saludarla y salimos de allí. No sabíamos realmente cuánto tiempo había pasado. No mucho evidentemente. Sin embargo nos sentíamos tranquilos, felices, limpios. Realmente Daal, la bondadosa, nos había lavado con sus acciones y sus mágicas palabras.
-Vuelvan cuando quieran. -dijo- O cuando lo necesiten.- Agregó y se quedó sonriendo hasta que todos salimos de ahí.
Volvimos a la casa todos juntos, sin decir nada. Nos seguíamos mojando, pero ya no importaba. A partir de ese día tuvimos que acudir con frecuencia a limpiarnos, cada vez que la desazón comenzaba a invadirnos. Hasta el día en que, por fin, descubrimos el fenómeno que nos aplastaba, y pudimos superarlo.
X - Cotidianeidades
Nuestra estadía en El Pueblo se fue alargando más de lo previsto. Ya nos sentíamos familiarizados con el lugar, nos conducíamos con soltura. Nos habíamos habituado a nuestra convivencia. Mota y Pichuela ya eran parte indivisible de nuestros días. Periódicamente nos visitaba Manuela. A veces venía con Delicia y con la otra amiga, Josefina, una persona alegre y de carcajada abrupta. Luego del incidente con Marcel, ellas se acercaron más a nosotros y abandonaron la compañía del francés. Algunos otros también pasaban por la 5inco. De hecho por la casa pasaba todo el tiempo todo tipo de gente. Guardábamos muy bien las apariencias. Manteníamos, en el fondo de la casa, un cuartito clandestino. Allí teníamos nuestra base de operaciones.
Pronto el agente Mota nos informó que llegarían nuevos aliados. Venían en camino dos agentes especiales, los conocían como el Verdulero y el Tuerto. Ya habíamos compartidos misiones anteriores con ellos. Varios días después del aviso, llegaron y también se instalaron en la 5inco. Éramos cada vez más en la casa. El Pueblo, sin quererlo, se había convertido espontáneamente en un punto de reunión estratégico. La casa era una especie de pequeño mundo.
XI – Guos, el tipo
Una noche apareció un tipo en la sala de entrada. Digo “apareció” porque literalmente fue así. El tipo apareció en la casa. No llegó, no entró, no vino. Sencillamente, el tipo apareció. De pronto se encontraba viviendo allí, como si siempre hubiera estado. Rápidamente comprobamos que no era un penante como los otros, el tipo era más consistente, más material. Poseía varios bártulos. Un colchón, una silla giratoria, algunos cuadros que aparentemente pintaba, tambores desgastados, mantas, papeles y otros objetos indefinidos. El tipo casi no hablaba, pero parecía amigable. Era bastante flaquito y pálido. Su pelo largo le resaltaba el aspecto anguloso. Todo el tiempo parecía hablar consigo mismo. No nos ignoraba, más bien al contrario, parecía sorprenderse y entusiasmarse con todo lo que hacíamos. Si encontraba a alguien entrenando, se quedaba observándolo, a veces imitando sus movimientos. A veces se acercaba si comíamos algo. O si fumábamos. Si se le preguntaba algo respondía escuetamente, con un tono bajo, casi inaudible. Otras veces se quedaba abstraído en un punto, y luego contaba alguna historia hecha pedazos. Más bien dejaba salir los jirones de alguna vieja anécdota. Pronto también nos habituamos a su presencia. Guos, que así se hacía llamar, era un habitante más de la 5inco. Pasaba desapercibido, era silencioso y estrafalario. No molestaba ni resultaba riesgo alguno. Allí estuvo todo el tiempo, Guos, el tipo.
XII – La coartada
El plan de aparentar ser un grupo de teatro trascendió lo imaginable. Nos fue muy bien con nuestras obras teatrales. Poseían una espontaneidad y un nivel de riesgo tan grande que resultaron muy atractivas para el público. Ese mismo impulso fue haciendo que cada vez tengamos más y más funciones. Casi llegamos a sentir que ese era nuestro oficio. Pasábamos largas horas del día perfeccionando las piezas dramáticas y preparando nuevas presentaciones. Habíamos desatendido un poco nuestra misión principal, que era hallar a la Colo. Estábamos despistados en ese sentido. No sabíamos por dónde. La infinidad de peripecias que nos regalaba cada día en El Pueblo nos confundía y no nos dejaba concentrarnos. Pero algo nos decía que por el camino teatral había pistas. Mucha gente fuimos conociendo. Gente que nos abrió sus puertas y nos ayudó. Hubo otros que, prácticamente, se fanatizaron con nuestra aparente condición de artistas aventureros.
Al poco tiempo de presentarnos conocimos a una familia bien interesante que, sin quererlo, se convertiría en un paso fundamental en la búsqueda de nuestro objetivo. La familia Paz se cautivó con nuestro mensaje y nos invitó a hacer una temporada teatral en su bar. Ellos eran los dueños de un bar antiguo, colmado de libros y buenos momentos. El padre, Don Mauro Paz, era un hombre bien instruido, generoso y simpático. Su boina, su barba y sus anteojos le daban un aspecto intelectual que no desmentía su sabiduría. Su mujer, Sofía, bajita y bien activa. Su mirada escrutadora amedrentaba al principio, pero al conocerla uno se daba cuenta de su gran bondad y alegría. Tenían dos hijos, Tamara, cautivadora y de pocas palabras y Maurito, un hombrecito pequeño lleno de música y calor. Todos ellos eran de ideas claras, renovadoras. Poseían espíritus revolucionarios y eran bien conscientes del dominio mundial del Gran Poder. Fueron muy generosos con nosotros.
Organizamos una pequeña temporada en su bar. Y fue tal la entrega que le pusieron al caso, que pronto la temporada de funciones fue un verdadero éxito. El bar se colmaba de gente que acudía a ver a esos que vinieron de afuera a hacer teatro.
El hecho de que pasara tanta gente hacía crecer la red de personas que íbamos delineando, pero aún así todos los cabos que atábamos terminaban en nada. O en círculos. O en historias paralelas.
Una de las primeras noches de teatro, luego de la función, se acercó una muchacha a hablarnos. Era una joven bastante tímida, pero nada tonta. Su pelo rubio caía desparejo a los costados de su rostro. Su rostro se escondía tras unos anteojos de líneas rectas, que acentuaban su apariencia sumisa. Vestía con colores que no combinaban. Se llamaba Eliana y estaba encantada con la obra que había visto. Quería felicitarnos y agradecernos. Siguió viniendo a vernos cada vez. En cada presentación estaba allí, presente. Trajo a sus hermanos, a sus amigos. Estaba fascinada. Siempre nos insistía en que vayamos a su casa, pero la verdad que no le hacíamos mucho caso. No por antipatía, simplemente porque teníamos demasiadas cosas que hacer y no había tiempo para andar visitando personas. Sin embargo su insistencia era tal que llegó al punto de proponernos un contrato. Nosotros actuaríamos el día de su cumpleaños, en su casa y ella nos pagaría la función. Decir que no, habría sido un punto en contra en nuestra coartada. Así que accedimos automáticamente, sin imaginar lo que nos esperaba detrás de aquél encuentro. Si tan sólo hubiéramos sospechado que esta jovencita nos acercaba por mandato inconsciente a nuestro gran objetivo, la habríamos tomado más en serio desde el principio. Pero nosotros ignorábamos todo. Y ella también. Creíamos que simplemente era una persona más que se nos acercaba. Pero era un eslabón fundamental en nuestro camino.
XIII – La Aguada y el ritual de Aire
La maldición aquella que nos había atacado y que, a medida que pasaba el tiempo, nos hacía entristecer y ensombrecernos, seguía activa. Periódicamente acudíamos a las limpiezas de Daal, la bondadosa, que no dudaba en lavar nuestras penas. Íbamos por separado, cada quién cuando lo sentía necesario. Pero cada vez era más frecuente el ataque de la desazón. Resultaba urgente descubrir las causas. Todos nos dedicábamos a investigar cuáles podían ser, pero no atinábamos a la respuesta. Los agentes El Verdulero y El tuerto se encargaban especialmente de esto. Revolvían la casa, investigaban gente, consultaban, pero no podían develar el misterio de la desazón colectiva, que ahora también los atacaba a ellos. El tuerto aplicaba su poder particular, el descaro. Se entrometía impunemente en la vida de los demás sin que los otros pudieran oponerse a esto o evitarlo de alguna manera. No les hacía ningún mal, sólo se introducía. En cambio El Verdulero era de la escuela de Gaviria, su poder de seducción era infalible. Y de esto se valía para realizar sus investigaciones. Pero nada aparecía, puros desaciertos.
Entonces Sem tuvo una buena idea. Si bien era desordenado en sus quehaceres y renuente a la practicidad, a veces reaccionaba con espontaneidad y resolvía casos trabados y complejos. Sem recordó a una vieja amiga suya, la agente Aire. Su nombre respondía a su poder de desplegarse en el viento y viajar largas distancias de manera gaseosa. Esta agente etérea, amiga de nuestras fuerzas, necesitaba ser convocada a través de un pequeño conjuro, secreto para la mayoría de nosotros. Pero Sem lo recordaba, desmembradamente, pero lo recordaba. Era cuestión de intentarlo. Además él era el más apto para este tipo de acciones místicas. Su liviandad le permitía ser bien crédulo con lo que hacía, aspecto fundamental para cualquier ritual. Entonces se encerró en el cuarto clandestino y por largas horas se quedó allí, entregándose a sus conjuros, probando en distinto orden sus invocaciones. Se ayudaba con aceites esenciales y con aromas cándidos. De a ratos se quedaba dormido por el esfuerzo que hacía. Sem emitía ciertos sonidos guturales que eran parte de su conjuro, eructaba y resoplaba fuerte. Los que aguardábamos afuera veíamos destellos y sentíamos los olores que se colaban entre las rendijas de la puerta del cuarto. Esperábamos impacientes el desenlace del rito. Nos preocupaba un poco, otras veces los rituales de Sem habían terminado en convulsiones o en enfermedades pasajeras. Por eso allí estábamos, expectantes del final de todo esto. De pronto se escucharon unos jadeos fuertes, luego se sintió una leve explosión y todo quedó sumido en un profundo silencio. Queríamos entrar, pero las órdenes eran claras: No entrar de ninguna manera, pase lo que pase.
Quedamos un par de horas así, pendientes, sin hablarnos siquiera. Pero entonces se escucharon unos murmullos en la habitación contigua. Dos personas se hablaban en secreto y reían bajo. Fue como si volviéramos a respirar después de un largo tiempo sin hacerlo. Por fin nos miramos, nos revolvimos en las sillas, alguien prendió un cigarro. Pasó otro breve lapso en silencio y entonces se abrió la puerta a un ritmo desesperante, por lo lento. Los humos dulces se desahogaban del encierro y salían empujándose de la habitación, expandiéndose en espirales por todos lados. Detrás del humo se dejó ver la silueta blanca de la agente Aire, que ya estaba con nosotros. Atravesó parsimoniosamente la habitación donde estábamos. No saludó más que con su mirada tenue. Se deslizó atravesando el lugar y fue hasta la primer cama que encontró. Allí se tendió y se quedó dormida inmediatamente. Atrás salió Sem, atropellando sus pasos, todo despeinado, con la mirada medio perdida. Se detuvo a observarnos como pudo y dijo:
-¡La encontré!
Sonrió y se dirigió tambaleando a la misma cama donde Aire ya dormía. Se desplomó a su lado, pasó el brazo por encima de ella y también se durmió profundamente. Ambos estaban agotados de su trance. Pasaron todo el día durmiendo. Por la noche Sem se levantó a buscar agua y también le llevó un poco a Aire. Luego volvieron a dormir hasta la mañana siguiente.
Pasaron unos días en que Aire se sumó, aunque parcialmente, a nuestra vida cotidiana. Y una madrugada, cuando ya se sintió lista y repuesta de energías, comenzó su búsqueda. Se encerró en el baño y, ayudada por una estufa eléctrica, comenzó a hervir agua. El vapor fue llenando el lugar. A medida que esto sucedía, Aire se fue deshaciendo, evaporando. Pronto ya no era un cuerpo firme, era un aliento. Mezclada con el vapor creciente, se filtró por debajo de la puerta y comenzó a subir por las paredes y los techos. La casa empezó a humedecerse con los vapores que se movían por todos lados. La temperatura subía. Nosotros permanecíamos agrupados en la sala principal y empezábamos a sentir mucho calor. Entonces se empezó a escuchar algo como un bramido, un sonido grave que provenía de todos lados. La condensación había llenado el techo de grandes gotas de agua que, a pesar de lo voluptuosas, no se precipitaban. En vez de caer, las gotas que se iban formando se deslizaban hacia el centro del techo de la sala grande. Observábamos estupefactos como una gota descomunal comenzaba a formarse en el medio. La gota no paraba de crecer. Vibraba y comenzaba a concentrar la emisión de ese sonido que también se iba haciendo más presente. Pronto la gota parecía una gran bolsa vacilante. No caía, se mantenía adherida al techo. Cada vez temblaba más y seguía creciendo. El sonido, a estas alturas, parecía un llanto grumoso. Cuando la gota alcanzó un tamaño algo mayor al de un cuerpo humano y el sonido tocó su límite, por fin se precipitó cayendo al piso sin desarmarse. Una especie de ameba gigante había quedado ahí tirada en el centro de la sala. Se movía un poco, como respirando. Su aspecto gelatinoso y traslúcido iba tomando forma de mujer. La babosa comenzó a hacerse más consistente, y su forma quedó bien definida. Una mujer gorda y blanda se deshacía en llantos en el piso de nuestra casa. Aún mantenía en parte su aspecto gelatinoso. Levantó su rostro y nos fue mirando de a uno, lentamente, sin dejar de llorar. Nosotros estábamos petrificados. Por la puerta de atrás apareció Aire, con el mismo cansancio que el día que había llegado. Sonrió apoyada en el marco de la puerta y nos dijo:
-Ella es La Aguada. Se les quedó pegada aquél día que empezaron las lluvias. No es culpable, lo hace inconscientemente. El Gran Poder la conoce y la manda a desquitarse a distintos lugares, sin que ella pueda oponerse. Su presencia es la causante de la desazón. Pero ya está, ahora que la descubrimos se va a ir.
Apenas fue dicho esto, La Aguada se derramó por todo el piso y se fue escurriendo por los rincones. A partir de ese día ya no nos aquejó la desazón y tampoco necesitamos acudir a Daal, la bondadosa, para mantenernos en pie. La maldición estaba rota y una agente más se nos había sumado.
XIV – El paseo de Saúl
Saúl aparecía cada tanto. Religiosamente lo hacía en compañía de Camelia y de Hilda. A veces también agregaba la presencia de una abuela y de sus suegros. Su familia era como una estela que lo seguía. Siempre nos proponía hacer distintos paseos, o excursiones. Nunca accedíamos, por nuestros tiempos.
Pero una tarde de descanso nos sorprendió con una exótica invitación. Apenas entró nos dijo:
-Los voy a llevar al volcán más pequeño del mundo.
No pudimos oponernos.
Y así fue que visitamos, junto a Saúl y su familia, el volcán más pequeño del mundo.
XV – Rumores
El tiempo pasaba y nosotros no parecíamos acercarnos a La Colo. El Pueblo se iba poniendo cada vez más peligroso. Los rumores de nuestra presencia recorrían toda la ciudad como una masa gigantesca de informaciones mezcladas y desordenadas. Es que en El Pueblo, los rumores de a poco se van personificando, adquieren su propia fisonomía y personalidad. De pronto se vuelven autónomos y deciden qué matices darle a sus cuentos, a quienes relatárselos, cuándo, cómo. En El Pueblo se puede ver a los rumores sentados en los bares mexclados en cualquier charla, o de pasajeros de algún taxi. Hay rumores en las oficinas, en los bancos, en las panaderías, en los cines. Los rumores se convierten en nuevos habitantes de la ciudad. Uno se acostumbra a ellos, lo cual no deja de resultar una inconsciencia.
A estas alturas, el enemigo seguramente preparaba un ataque más intenso. Los rumores, sin saberlo, resultan grandes herramientas informativas a favor del Gran Poder.
Sin embargo teníamos dos agentes de contra-información a nuestro favor. Las agentes Nita y Lila desplegaban sus estrategias para fortalecer nuestra causa. Las dos agentes de la noche volaban de un lado al otro combatiendo los rumores y despejando las incertidumbres. Pero el enemigo se hacía sentir, era necesario detenerlo, o por lo menos demorarlo.
XVI – El conjuro de las Diosas
La agente Jojoy, en sus estudios siderales, comprobó que el Gran Poder se desempeñaba con mayor contundencia durante el predominio de la masculinidad, y durante los períodos de preeminencia femenina se apaciguaba un poco. Ante tal conclusión tomó la decisión de entretejer una especie de campo de fuerza de femineidad que nos protegiera, por lo menos en parte, de los próximos embates en nuestra contra.
Jojoy se concentró varias noches en una observación detenida del cielo. Casi no hacía otra cosa. Los demás sabíamos que debía ser así. Ella pasaba largas horas sentada en el piso frente a la gran ventana de su habitación, abstraída en su observación panorámica de las estrellas. Sin embargo a veces podía interrumpirse un rato y comer algo, por ejemplo. Aunque en general mantenía su frugalidad. Tomaba bastante agua durante esos lapsos. Se mantenía en calma hasta que se asomaba la luna, en ese instante su observación se transformaba en una especie de trance. Comenzaba a hablar, cantaba, tanto reía como lloraba. Parecía mantener un diálogo con la madre luna.
Pero un amanecer, ya estuvo lista. Cuando todos despertamos, ella ya lo había hecho. Estaba radiante, limpia y perfumada, adornada con flores y vestida con colores claros. Con alegría nos informó que ese mismo día convocaría a un Conjuro de Diosas, y que todos los hombres debíamos abandonar la casa hasta el día siguiente. Así tuvo que ser, todos los hombres nos fuimos de allí.
Jojoy convocó a doce mujeres, para conformar un círculo de trece que, con puntualidad, acudieron al llamado. Antes del atardecer ya estaban sentadas en ronda, las trece mujeres, las trece guerreras dispuestas a danzar con la madre luna. Allí cantaron, fumaron, conjuraron. Y cuando la luna salió danzaron sin descanso. Eran un círculo en llamas. Cada una de ellas resucitó su diosa interior y, juntas, hicieron crecer y le dieron forma a una gran esfera de femineidad que envolvió a la casa entera. Cuando terminaron, se abrazaron y rieron. Luego comieron algunas delicias al amanecer. Finalmente se fueron todas de ahí. La agente Jojoy quedó sola en medio de la sala contemplando el amanecer naranja. Sonreía con la satisfacción de haber hecho las cosas bien. El sol le dio en el rostro sonriente y entonces sí se fue a descansar tranquila. Estábamos más protegidos. Más contenidos.
XVII – Lo imprevisto
Por fin llegó la noche del cumpleaños de Eliana, la jovencita que nos había contratado. Llegamos a su casa, estaba llena de invitados que ya se habían acomodado y aguardaban listos para ver la función. Preparamos todo profesionalmente. Hicimos la obra que a ella más le gustaba y que casi sabía de memoria. La disfrutó y aplaudió como nunca, junto a sus amigos, sus padres, junto a los vecinos, en su propia casa. Todos estaban encantados con la obra, aunque había a quienes, en el fondo, les había resultado un poco fuerte de contenidos y términos. Pero en definitiva todo estaba bien. Luego de la función nos invitaron a comer, a lo que accedimos contentos. Eliana y su familia nos acompañaron durante la comida mirándonos y haciendo mil preguntas. Luego de la cena, Alsemio, el papá de Eliana, nos invitó a conocer el resto de la casa. Primero fuimos a los cuartos de arriba. Luego bajamos, atravesamos un pasillo externo y llegamos al patio de atrás.
El patio estaba oscuro, por eso la reacción no fue inmediata. Pero de a poco todos nosotros comenzábamos a percatarnos de lo mismo. Aumentaron nuestros latidos al unísono y todos nos detuvimos a observar eso que estaba ahí. Alsemio continuaba hablando, comentando sobre las reformas que le había hecho al patio y otras pequeñeces, pero cuando se dio cuenta que todos, indefectiblemente, estábamos absortos en otra cosa, se fue quedando callado. Entonces pensó que debía hablarles sobre el punto de su atención.
-¿Qué linda se ve, no? ¡Impecable! Así la encontré en la feria de un pueblito no muy cerca de aquí hace un par de años. Sus antiguos dueños fallecieron y por eso estaba en venta. La mantengo bien cuidadita. Conserva casi todos sus atributos originales. Por eso para trabajar uso la otra. En la otra cargo la verdura, las bolsas de maíz y todo. Ésta, en cambio, solo la uso para paseos familiares los domingos o las ferias. ¡Pero así no pueden verla! Permítanme encender la luz, para que puedan apreciarla mejor.
Alsemio entonces prendió la luz del patio y, de golpe, quedó a la vista de todos, cómo burlándose de tantas investigaciones estúpidas, algo que a todas vistas parecía ser La Colo. Algunos no pudieron evitar una leve exclamación cuando la lámpara resaltó el color que todos nos esforzábamos en corroborar. No había dudas. Eso que estaba ahí era La Colo.
Las características superficiales eran exactas, La Colo aparentaba ser una combi VW modelo 91’ color rojo tinto oscuro (único en su género), con vidrios semi polarizados y un estilo impecable en su interior. Faltaba corroborar que realmente fuera ella y no una camioneta cualquiera que alguien había pintado casualmente de ese color. Pocas probabilidades. En nuestros corazones casi no cabían las dudas, pero era necesario comprobarlo.
Entonces reaccionamos, era obvio que Alsemio ignoraba absolutamente lo que guardaba en su patio. Él pensaba haber comprado una combi común y corriente (aunque de un color especial) en muy buen estado y nada más. Pero en su patio, probablemente mantenía a uno de los pocos ACIARE (Agente Cibernético de Inteligencia Artificial y Respuesta Emocional) que hay, más precisamente el ACIARE número 1377/0 al servicio de las fuerzas del bien, denominado La Colo y camuflado tras la apariencia de una combi VW modelo 91’. Sabíamos que había sido desactivada, aunque no destruida, hace algunos años, cuando se encaminó en una misión de alto riesgo en la que trasladó un mensaje de vital importancia desde las bases del Cóndor, allá en el sur, hasta el consejo del Águila, aquí en estas zonas. Le habíamos perdido el rastro, pero hace poco tiempo recibimos algunos comunicados bastante confusos, pero suficientes para emprender su búsqueda.
Accionamos. Miré de soslayo a Gaviria que rápidamente me entendió y juntos nos dirigimos a Alsemio para hablarle. Los otros supieron que debían aguardar y se hicieron los desinteresados. Sabíamos que debíamos entrar por los costados, penetrar por lejanas fronteras, pero nunca ir directo al grano ingenuamente. El hombre adoraba su combi.
Gaviria comenzó, le confesó toda la emoción que nos daba ver un vehículo así, tan bien cuidado y con las características de éste. Le relató el sueño colectivo que nos hermanaba desde hace años, el sueño de viajar conociendo todas las culturas, de hacer teatro en cada comunidad intercambiando así los conocimientos y las vivencias de cada lugar, de cada pueblo. Y así lo veníamos construyendo. Y, justamente, nuestro objetivo primordial actual era adquirir un vehículo con estas características para viajar por el continente cargando nuestros equipos y deteniéndonos en nuevos sitios. Y así poder expandir aún más la cultura y la interacción entre los pueblos. Que ese es nuestro motor grupal desde hace mucho tiempo y que todo mejoraría radicalmente con la incorporación de algo así.
Pero justo cuando él iba a comenzar a defenderse pensando que le propondríamos comprarla, me sumé yo haciendo el giro dinámicamente. Le conté que, afortunadamente, ese momento había llegado. Que el arduo trabajo en El Pueblo nos había permitido ahorrar lo suficiente para adquirir nuestra propia combi, y que ya habíamos estado viendo algunas. Incluso casi nos habíamos decidido ya por una. No estaba tan buena como la suya, pero haciéndole un buen mantenimiento serviría para los fines. Entonces Alsemio se relajó y comenzó a escucharnos más detenidamente. Posteriormente le referimos diversas anécdotas de nuestros viajes por el continente entregando teatro a quienes nunca lo tuvieron, le demostramos nuestro esfuerzo diario por ser mejores artistas y mejores personas, le reafirmamos nuestros objetivos grupales. Alsemio por primera vez se había quedado callado, nos escuchaba atentamente. Y también recordaba. Se recordaba a sí mismo. Al otro Alsemio que había sido y que aún era en parte, indefectiblemente. Alsemio se abstraía en sus imágenes. Gaviria y yo nos habíamos engolosinado tanto con lo que relatábamos que ni siquiera nos deteníamos a medir los progresos obtenidos. Y de golpe, antes de que tuviera tiempo de pensar, le preguntamos respetuosamente si podíamos probarla, dar una vueltita por el barrio, sólo por el placer de manejar una combi tan bonita. Alsemio demoró unos segundos en responder, pero no por tacañería, sino porque tardaba en regresar de su interior.
-¿Dar un vueltita? -repitió- ¡Por supuesto que sí, amigos, claro! Encantado se las presto para que la prueben, aquí están las llaves.
Lanzó el manojo de llaves que bailaron entrechocándose mientras dibujaban una curva en el espacio que terminaba justo en mi mano derecha. Las apreté en el puño y perdí la respiración por un instante. ¿Sería ella? ¿Habíamos encontrado a La Colo?
Subimos a la combi, mientras Alsemio abría el portón que daba a la calle. Sem y el Dragón no pudieron evitarlo y corrieron a subirse con nosotros sin acordarse de disimular un poco. Jojoy decidió mantener la calma, alguien debía quedarse. Cuando estuvimos dentro los cuatro, quedamos estupefactos contemplando el interior. Era idéntico a las características de camuflaje de La Colo.
Clavé las llaves y arranqué. Salí del garaje muy despacio, porque mi nerviosismo me dificultaba la conducción. La saqué bien lento, puse segunda y empecé a acelerar. Mientras íbamos avanzando por la calle, miré por el espejo retrovisor y pude ver a Alsemio que observaba cómo nos alejábamos lentamente en su combi. Doblé en la segunda encrucijada, pensé que hacerlo en la primera hubiera dejado entrever las intenciones de ocultarnos de su mirada. Recién cuando estuvimos enteramente transitando por la calle perpendicular, volvimos a respirar.
-¡Es la Colo!- Se apresuró Sem visiblemente entusiasmado.
-¡Pará, pedazo de cardo, nos seas tan ansioso! Hay que constatar- Encarrilaba el Dragón.
-¡No me cabe duda… es la Colo! ¡Es igual! Estoy convencido de que es. -Sem no podía contener su alegría.
-Si es, tenemos que pensar en cómo llevarla, lo antes posible.-Gaviria dijo esto seriamente, pero sin preocupación.
-¡Viva la vida! ¡Vivan los colores, la buena vibra!- Sem estaba casi extraviado. Yo contemplaba el camino y los escuchaba sin poder pronunciar una palabra.
-Algo raro es que no tenga el tablero original, estoy seguro de que este no es. Así que no festejemos tanto. Puede ser… puede ser. Pero… -El Dragón se mantenía técnico.
-Voy a parar debajo de esos árboles para que la revisemos.- dije mecánicamente.
Nos detuvimos en el borde de una plazoleta triangular, debajo de unos Ficus frondosos. El Dragón saltó de la combi y se enterró abajo. El resto bajamos suavemente y esperamos. Sólo veíamos los pies del Dragón que se deslizaba de un lado hacia el otro, arrastrándose por el pavimento en busca de aquellos detalles que develaran la verdadera identidad de la combi. Pasaron algunos minutos. El Dragón no dejaba de revisar cosas, pero no decía una sola palabra. Nosotros moríamos de ansiedad. En un momento se lo escuchó chistar como protestando por algo que había notado, pero luego respiró fuerte y redobló su ritmo. En un momento paró y comenzó a salir lentamente de debajo del vehículo. No decía nada, era verdaderamente desesperante. Nos miró, todo sucio, y soltó:
-¡Sí es!
Nuestro estallido fue análogo al de una represa que se rompe ante la fuerza del río. Nos desbordamos en abrazos y vitoreos. Nos desahogamos de tanta contención. Cuando pudimos tranquilizarnos nos dimos cuenta de que ya nos estábamos demorando demasiado. Subimos de nuevo a La Colo y volvimos a la casa. Alsemio nos esperaba casi en el mismo lugar, tratando de adivinar ansiosamente por cuál de los lados apareceríamos. Cuando nos vio doblar, se notó su respiro. Jojoy se había quedado estratégicamente con él. Reforzando la coartada por si la hipótesis era cierta. En el fondo, también estallaba de ansiedad por saber qué había pasado. Cuando vio a la combi entrar en la calle, se inquietó. Pero el cambio de luces fue suficiente para transmitirle todo. En la cara de la agente Jojoy una sonrisa gigante se dibujó, tan grande, que nos contagió desde la otra esquina.
Pero, inmediatamente, postergó los festejos y puso en función todas sus dotes de encantamiento. Miró de frente a Alsemio y le empezó a hablar nuevamente, pero esta vez con una direccionalidad y una fuerza inexpugnables.
-Alsemio, tienes que vendernos esta combi porque es la que más perfectamente se adecúa a nuestras necesidades. De esa manera estarás beneficiando un proyecto social honesto, consecuente y vital para la salud cultural de los pueblos del continente. Así que no cabe duda, más allá de las cuestiones económicas que nosotros vamos a saldar sin regateos, sentimos que esto no es una casualidad, que este encuentro tenía que suceder y que no está en nadie la posibilidad de contradecir al destino. Así que, de verdad, nos sentimos orgullosos y conmovidos de corroborar cómo el universo ordena los enlaces de manera tal que lleguen justo en el momento adecuado.
Jojoy siguió así un rato más, sin soltarlo. Nosotros estacionamos en la calle. Nos demoramos en bajar para no interrumpir el monólogo de Jojoy. Alsemio vacilaba, no sabía qué hacer. Justo en ese momento, llegaron sus hijos, que habían estado escuchando detrás de las matas que rodeaban el patio. Llegaron emocionados a rogarle al papá que cediera, que nos vendiera la combi, total ellos tenían tiempo de buscar otra y comprarla con ese mismo dinero. El interior de Alsemio era un remolino.
Jojoy lo bajó a tierra. Abrió su maletín frente al hombre, que ya no entendía demasiado. Sacó del interior algunos fajos de billetes, sin duda cubrían sobradamente el precio del vehículo (suponiendo que fuera sólo una combi, claro está). Alsemio tardó un momento en tomar el dinero. Pero finalmente lo agarró apresuradamente. Lo contó con oficio, develando sus habilidades comerciales. Y cuando terminó, levantó la mirada y dijo:
-¡Trato hecho, la combi es de ustedes!
XVIII – El ataque final
Aquellos últimos días fueron vertiginosos. Nuestro objetivo estaba cumplido en gran parte, pero no en su totalidad. Aún teníamos que reactivar a La Colo y huir de El Pueblo sanos y salvos. Dos trabajos bien complejos, que nos llevarían algunos días más en aquél lugar. Entre nosotros y nuestros agentes aliados, todo fue festejo ante la aparición de La Colo. El Dragón, luego de haber extraído el núcleo oculto, se encerró un par de jornadas completas a reprogramar todo. Sabía cómo hacerlo, pero era un verdadero trabajo de hormigas. Los sistemas de defensa de los ACIARE hacen que, al ser desconectados irregularmente o en caso de caer en manos del enemigo, se desprograme todo el sistema central. Pero el Dragón es especialista en códices cibernéticos y se entregó a la tarea de descifrarlos.
Misteriosamente unos de esos días llegó a casa Bundo, uno de los Botará. Con ellos habíamos tenido algunos encuentros, pero bien formales y discretos. Algo nos hacía desconfiar de su líder, el Moro. Tampoco nos habíamos tratado mal, pero todo dentro de una frialdad casi profesional. Pero ahora llegaba Bundo a proponernos otro juego de pelota para despedirnos, una revancha amistosa. Instintivamente aceptamos el desafío. No es honorable rechazar un ofrecimiento así.
Justo en esos días nos visitó otro gran amigo y aliado que se desempeñaba en una misión en la Gran Metrópoli, un poco más al norte. Era el agente Marius y su chica, Pétalo. El agente Marius era un tipo con quien se simpatizaba rápidamente. Era alegre, difícil de desanimar, simple y tranquilo. Llegaba porque obligadamente tenía que pasar por El Pueblo para realizar algunas acciones, y además porque sabía de nuestra estadía en el lugar y no quería perder la posibilidad de vernos nuevamente. Compartimos un par de días en la casa.
Llegó el día del partido de pelota contra los Botará. Marius no dudó en sumarse al juego con sus viejos amigos.
Así que a Kosovo fuimos todos juntos a buscar a los Botará. Allí estaban esperándonos, disimulando un nerviosismo quizás fuera de lugar. Nos montamos en sus camionetas y partimos hacia aquél parque donde hacía un tiempo nos habíamos enfrentado. El Moro se mostraba más simpático que de costumbre, aunque en su comportamiento fácilmente se adivinaba cierta tensión. Tanto ellos como nosotros veníamos con algunas personas más, nuestras compañeras, la agente Lila, y algún otro. Pero al momento de prepararnos para el partido notamos que en su equipo había varios desconocidos que se preparaban seriamente para jugar. Hicimos una broma sobre esta situación, pero el Moro ya no rió. El partido comenzaba.
Si digo que pasaron cinco minutos de juego limpio, exagero. El partido empezó fuerte y trabado. Y así se fue poniendo, cada vez más frontal, más golpeado. El partido, que era un juego, de a poco se convertía en combate. Empezaron ganando. Le empatamos de inmediato. Por dos veces más subieron su marcador y nosotros lo alcanzamos. El tiempo se ajustaba y la tensión subía. Los insultos se habían vuelto ya parte irrevocable del juego. Y entonces algunos se empujaron. Otros se provocaron. A veces intentábamos enfriar la situación y bajar la tensión, pero siempre algún acto avivaba la llama.
En una jugada fuerte, Marius cayó rodando con Gurco, el hermano menor del Moro. Rodaron juntos y al pararse se empujaron fastidiados. Marius, posiblemente sea el más pacífico de todos nosotros y nunca hubiese querido golpearse con alguien. Gurco en cambio, era un profesional de las riñas. Se había implantado en el puño derecho un revestimiento interior de pequeñas placas de acero. No dudó un instante y, midiéndolo fríamente, lanzó un golpe que fue directamente a destrozar la nariz y el pómulo izquierdo de Marius, en varios pedazos. Durante el instante que duró la caída de su cuerpo, todos nos fuimos deteniendo. Cuando Marius terminó de desplomarse y la sangre comenzó a salir a chorros, se desató un descontrol de gritos y corridas. Varios nos abalanzamos en busca de Gurco que, acobardado por el reflujo, ya había agarrado piedras. Otros fueron a atenderlo a Marius que no paraba de sangrar, por fuera y por dentro.
No se armó la batalla que podría haberse armado. Hubo varias personas que contuvieron la avalancha. Gurco escapó como un roedor asustado, amparado por su novia que le festejaba el rapto de violencia, auto-convenciéndose de que así compensaba las ausencias viriles de su compañero de cama. Otros de los Botará se esforzaron en calmar los ánimos. El Moro, en cambio, no pudo esconder su satisfacción ante los hechos. Entonces, cuando toda la atención volvió a Marius, los Botará aprovecharon para irse del lugar. Subieron a sus vehículos y huyeron.
La agente Lila no tardó en reaccionar. Cargamos a Marius en su auto y lo llevamos a emergencias. En el camino Marius estuvo a punto de desangrarse. Si no fuera por la intervención quirúrgica de urgencia esa misma noche lo perdíamos. Se tragó casi toda su sangre y la vomitó en estertores llenos de sufrimiento. Tuvimos que transfundirle sangre inmediatamente.
Por fortuna Marius se salvó. Han reconstruido su nariz. Pero la marca que nos dejaron los Botará no se ha curado. El Moro develó, con su comportamiento oscuro y ladino, su entrega inminente al Gran Poder.
Este suceso fue la señal de que debíamos partir lo más pronto posible de El Pueblo.
XIX – La resurrección de La Colo
Las tareas intensivas del Dragón sobre los sistemas de La Colo no fueron en vano. A tiempo completó la reprogramación y entonces sí, ya estábamos listos para resucitarla. Viajamos hasta las afueras de El Pueblo, allí donde se dejan ver las sierras espinosas que lo rodean. Nos desviamos por un incierto camino y cuando estuvimos lejos de cualquier mirada, frenamos. Descendimos todos y el Dragón se encargó de reinstalar el núcleo. Un par de minutos después, escuchábamos maravillados el sonido inconfundible de los ACIARE cuando se encienden. Celebramos felices y aguardamos el tiempo de encendido. Finalmente La Colo recobró su conciencia y reactivó su autonomía. Se tomó unos segundos para analizar la situación y actualizarse. Y entonces nos saludó con tono feliz:
-¡Salud hermanos y compañeros, gracias por rescatarme! Me siento feliz de volver a la luz. Me debo absolutamente a ustedes, colegas. Estoy a sus órdenes.
Éstas fueron sus primeras palabras con nosotros. De ahí en más comenzó a crecer una invalorable relación de amistad y compromiso. Ella ya es una más de nosotros.
XX – Trascender
Así fue que se unió a nuestras filas la agente La Colo. Montados en ella fue que, después de tantas emotivas despedidas, por fin nos fuimos de El Pueblo. Una nueva misión había sido completada, una muy especial. Una que ya nunca olvidaríamos por el resto de nuestras vidas. Nuevas fronteras nos esperaban, y hacia ellas partimos.
…amaneció en la carretera y nuestros corazones se sintieron plenos… sonreímos y cantamos mientras nos alejábamos hacia el norte. Una nueva etapa comenzaba.
FIN
Agradecemos profundamente a todos los que compartieron experiencias con nosotros, a los que nos ayudaron, a todos los nuevos amigos, a los de antes que llegaron, a todo el público cariñoso que tuvimos y también a los que quisieron perjudicarnos, pues gracias a ellos nos hicimos más resistentes.
Agradecemos a Lucero, a Marianita y Lilí, a Anita, Vane y Joselin. A la banda de la Siete, a Raúl y su familia, al Hawks, a los compas del Falcon 71’. Agradecemos muy especialmente a toda la familia del Breve Espacio. También a Nesa, a la revista Onix, a la radio BUAP. A Ariadna y su familia, a Lupita, Aidée y Negor, al Duende, a Daal. A Casandra y familia. A todos los que realizaron el seminario y al Centro Cultural TETIEM. A las instituciones educativas que nos abrieron sus puertas apostando por el arte como medio educativo. Agradecemos eternamente la compañía de nuestros amigos, Pichi, Agus, Nico, Marco, Vale, Maxi, Flor y Flor. A la comunidad del Temazcal. Un enorme agradecimiento a Lili, Alfredo y toda su familia. Y otro especial también para nuestras propias familias. Gracias a todos ustedes.